sábado, 30 de junio de 2007

Día por Dunedin

Y mi padre insiste en que todo lo que escribo es triste..., se debate palmo a palmo entre la alegría de verme animado y la culpa (obligada) de sentirse orgulloso. Me pregunta, además, si soy feliz...
Bueno.... pues eso depende del día, le digo. Pero la desgracia mayor es que el jugo de alegría tiene un sabor insulso, agrio, que decepciona... lo simpático vale la pena vivirlo pero no tanto contarlo.
No obstante, y para consuelo de mi padre, hubo un día que aún hoy me cae bien y por eso lo que sigue.
Hubo un día en vida en que camine mi historia.
Recorrí las calles propias de un sueño.
Cerré mis ojos y perpetré el momento.
Lo recuerdo con sonrisas.

Hubo un día en que empezó esto que escribo
Y ese mismo día terminaba.
Lo recuerdo como fue y con su fugacidad trascendente.
Duró poco y como toda sensación intensa, es eterna.

Hay un día que es pasado
Que abre puertas al futuro
Que supone un cambio de mirada
Que rompe el tiempo del mundo.

domingo, 24 de junio de 2007

El exilio

Cuando conocí la verdadera historia de mi vida me quedé dormido y me di cuenta de que la única manera de ser interesante era o bien cambiar mi forma de vivir o bien mentir, podrán intuir que si escribo es porque elegí la segunda opción.
Pero hay una historia que es cierta, y me siento tentado de contarla, es tan simple que aún no la entiendo.
Yo tendría aproximadamente 20 años y mi vida consistí en trabajar, estudiar y divertirme cuando no hacía ninguna de las otras dos cosas que no eran compatibles con la alegría.
Trabajar era parte de un plan mayor, ahorrar. Lo hacía en un bar donde todavía lo hago.
Estudiar era un supuesto, no había encontrado el amor por el derecho aún y pasaba largas horas convenciéndome de que el “aún” estaba bien puesto.
Lo cierto es que me gustaba más todo aquello a lo que no me dedicaba. De a ratos me acordaba de mi edad y trataba de imitar a mis semejantes, generalmente llegaba el viernes y me entraban las ganas de conocer gente, deseo que se terminaba exactamente cuando se cumplía. Era una época en la que un amigo estaba trabajando de relaciones públicas en una discoteca y con mis amigos solíamos ir a bailar a su trabajo, yo como detesto ir a bailar para no bailar, solía embriagarme antes de llegar al lugar y nunca me daba cuenta de que estaba faltando a mis principios.
Una de tantas veces estaba en el lugar sin ver que pasaba a mí alrededor pero convencido de que yo estaba por encima de ello, no obstante nunca dejé de ser hombre y a menudo me cruzaba mujeres hermosas, es decir mujeres. Por intriga diría yo, me detuve a hablar con una chica que mis ojos aprobaban, a mi cabeza mejor no preguntarle ciertas cosas, y no pude hacer más que presumir de mi supuesta inteligencia, yo estaba tan metido en mi papel que ella quedo completamente convencida. Después de citar varios autores que la dama no conocía y que yo citaba porque no los entendía, la muchacha creyó que yo era diferente. Rendida mi presa no tuve más que invitarla a separarnos del grupo e ir a un rincón oscuro, como quien se esconde por vergüenza, en mi caso prudencia.
Le dije alguna estupidez, ella se rió e instintivamente la besé.
Después de un rato mi cabeza ya estaba en otro lado pero mi cuerpo actuaba cómo si quisiera estar ahí. Fue ella la que finalmente cedió y terminó con ese momento carnal para empezar a hablar, yo no me animé a decirle que ella me aburría tremendamente.
Conteste las preguntas cumpliendo con el protocolo de ser amable, dije algunos chistes fáciles para hacerla reír, pero sobre todo la odie en silencio, ella nunca lo supo.
Cuando quise escaparme mis amigos ya habían desaparecido y tener una mujer linda a mi lado al salir del lugar me tentaba más que volverme sólo hasta mi casa.
Salimos caminando, como es lógico, hicimos un par de cuadras charlando no se de qué, ella quizás lo recuerde, y llegamos al bar donde yo trabajaba y trabajo. Yo tenía las llaves y propuse entrar, ella tenía el karma de la inferioridad, no pudo resistirse, no sé si quiso hacerlo tampoco.
Entramos, puse algo de música, no bailamos.
La deje sentada en la barra y fui en busca de la heladera. Me acosté sobre el contenedor y empecé a odiarla seriamente, era algo que me pasaba muy seguido. Cuando uno descubre que no puede estar solo estando con alguien se da cuenta de las enormes falencias que tienen las relaciones entre los sexos.
Ese frío eléctrico empezó a contagiarme la espalda y sentí terribles deseos de dormir, pero ella estaba ahí sentada mirándome con unos ojos molestos que parecían decir “me trajiste para que te vea dormir”. Mi respuesta hubiera sido que tenía razón, que no sabía para que la traje.

Ella- A las mujeres hay que tratarlas bien, sabés.
Yo- Los dos sabemos que eso es mentira.

Cerré mis ojos de forma evidente y ella vino hacia donde yo estaba intentando estar lejos de ella. Me acarició la cabeza y me dio un beso. Por un momento fingí ser dulce y delicado, como si su actitud me hubiese conmovido. Dos minutos después volví a la postura anterior. Estoy tan lleno de intermitencias entre sincero e hipócrita que a veces no se cual de los dos soy. Me gusta pensar que el malo.

Pareció entender el mensaje porque de repente se alejo y tuvo implacables ganas de irse a su casa, ¿se habría dado cuenta de mis deseos? Yo estaba contento finalmente pero ya veía la próxima escena y quería desaparecer del mundo al menos por un rato. Lógicamente yo no podía, por el simple hecho de odiarla, dejarla irse sola, supongo que ella pretendía que la dejara en el palier de su casa pero mi cortesía solo alcanzó a subirla un taxi y darle unos pesos para mostrarle que estaba dispuesto a pagar para que desapareciera de mi vista, supongo que ella entendió que lo hacía de caballero, en ese caso yo era el único que sabia que eso era mentira.

martes, 19 de junio de 2007

La imagen falsa


La imagen de mi persona corre peligro, por más que lo intenta, no logra permanecer siendo lo que es. Cambia a cada instante, cada vez que una persona me ve, hace de mi una idea diferente a la que hace cualquier otra, lo cierto es que ninguno está errado y ninguno acertado.
Que es lo que quiere contarnos el tiempo con ese ritmo cínico que tiene de presentarnos personas, revelaciones, historias del mundo.
Un día pasado en mi vida, pasado por haber empezado, no por que haya terminado, me encontré conmigo mismo. Yo era el mismo pero más joven, dos años más joven. Noté de forma inevitable que yo estaba creciendo más en ese momento que ahora. El hecho concreto fue que encontré páginas escritas, después de pasar por la protocolar vergüenza entendí que ese momento en mi vida existió y yo no podía dedicarme a defenestrarlo. Había en aquellas palabras dolor, inocencia, impotencia, lo de siempre. Pero lo que había en conjunto eran causas pendientes.
Después de verme obligado a aceptar que, como en toda mi vida, se trataba de alguna mujer, decidí que ese momento no quedase en ese momento, sino en este también.
La manera de encontrar el justo medio entre la sinceridad el escepticismo es recibir la dosis de cursileria por un lado y expresar la seriedad por el otro, nadie se dará cuenta de lo infantil de nuestras intenciones.
¿Qué quiero contar?
Mi vida paralela. La que no tengo, la que imagino. Un conjunto de frases recolectadas y seleccionadas con amplio espíritu lírico. Un mundo a mi merced. Un estrado para mi ego. Añoranza y recuerdo. Improperios. Incoherencias que le den sentido a la conjunción de complejidad.

Al contrario de lo que creen los carnales, la vida fiel es posible sólo en el mundo real, no en el de fantasía, donde intento vivir.
En ese mundo existen los dragones o no, soy un héroe o un cobarde, dependiendo de mis fantasías haré real lo que crea conveniente.

Y fue entonces cuando empecé a leer, cuando quise saber lo que imaginar significaba y empecé a entender lo que era el amor en tiempos de odio, por no decirlo del mismo modo. Me revelé lo que era la metafísica y hasta arriesgue teorías. Apague mi televisor por horas e incluso desprecie fiestas históricas por devorar aquellas páginas sedientas de mi lectura. Conocí el mundo o al menos parte de él. Sonreí con poesías un tanto melosas, otro poco despechadas y por momentos crueles (en los más valiosos instantes).
La vida está a nuestro alcance y la eternidad también, sólo hay que esperarla, de alguna forma va a llegar, así como la muerte o, en caso contrario, como la inmortalidad.
¿Sabrá el mundo lo que soy en él? ¿Acaso lo se yo? Creo que no lo supo nunca nadie y con esa certeza me aseguro el desprestigio.

domingo, 10 de junio de 2007

En busca de la incomodidad

El único lugar que me perenece es el impropio:

Porque amo hundirme en mí, sin salir de donde estoy,
Es que salgo del espacio donde el mundo me escribió.
Porque admiro los confines de cruel interdicción,
Es que persigo demencias, mil tristezas y dolor.


Porque encuentro en la locura un albergue solitario,
Es que quiero estar incómodo donde quiera que me encuentre.

Me gusta la soledad tanto como el producto de ella misma, la soledad.
Cada día que despierto en mi cuarto me siento un poco vacío, y no digo triste porque eso sería románticismo en vano.
Descubro, muy a menudo, que los rincones mas preciados de mi mente son los ajenos, quizás los tuyos, que estás leyendo.
No es una filosofía, ni una teoría u algún invento literario, es simplemente una sensación. Es el amor a lo impropio lo que me inclina a infinitos cambios. Es la eterna búsqueda de la incomodidad, ese cáliz tan desprestigiado.

De eso se trata mi vida, de escaparle al conformismo, si es que ese término no queda chico.

lunes, 4 de junio de 2007

De los mitos de la democracia

El día que comencé a odiar al mundo fue un domingo a la tarde. El sol de ese día era lo de menos, ¿a quién carajo le importa el sol cuando digo que comencé a odiar al mundo?
La historia me remite a Buenos Aires, al centro cívico del estado Argentino en un mes de Junio. Tal vez se me acuse, no sin cierta justicia, de exagerado y dramático. No desmiento esa acusación que yo mismo fabriqué.
Pero el sentir de un país es distinto al de un hombre más allá de cualquier nacionalismo.
Yo, que enfrenté la impotencia de saberme perdedor y vislumbré el goce descarado de quien aplacó mi voluntad, puedo cantar a la sombra de mis letras que la democracia fue insultada.
Y si fáctico es el hecho de las elecciones planteadas, permítase –lector astuto- dudar de la honestidad.
Democracia no es como tantos creen: “el gobierno del pueblo”, pues del más notorio diccionario he extraído una nueva etimología. (Dicho diccionario no fue escrito aún).
El origen usa dos lenguas: Cracia es del griego: poder; Demos del español: demos. “Demos el poder” se concluye entonces. Démosle el poder y esperemos en banquetas que dispongan sus placeres. En banquetas con astillas que sostienen y claudican. ¡Venga tango de barrio y predique su quebrada!

Sin embargo, tengo el comienzo feliz del final inevitable. Me presenté, documento en mano, a votar ese domingo. “Estrené el sufragio propio” como dijo el presidente de mesa. La vuelta a la libre elección se festeja desde entonces, un entonces que no nos deja partir y que arrastra siempre y siempre para atrás, hacia otras décadas oscuras y fatales, décadas que no viví pero que me obligan a sufrir. Está bien que así sea pues la memoria nos alerta. Pero no es tan sincero este festín de democracia, porque sumidos en el rencor antiguo creemos que todo el resto, esto que pasa aquí y ahora, es poca cosa. Y luego permitimos caer el ruido y avalamos un terrorismo de auspicio y revancha. Presagios y amenazas se emanan de las almas de quienes pretenden cambiar lo que fue dicho, lo que fue hecho.
Ese terrorismo de auspicio se anunció anoche mientras cierto candidato a la jefatura de gobierno porteña advertía que mutarían los criterios de quienes no se volcaban en su favor. Dijo, con la cabeza en perfil, la mirada desafiante, la mano que sube y baja y el griterío irracional, que cambiaría en segunda lo que se dispuso en primera. Vaticinó que irán “a por la capital” y que si han de rodar cabezas, el asfalto estará preparado. A su vez los cánticos saltaban desde la tribuna y estampaban un mafioso: “Cuidate Macri, te toca a vos”, en mis tímpanos agobiados. Yo gestaba, por dentro, un furor de destrucción.
Anecdótico es que fuera Macri a quien se amenazaba, intrascendente también que Filmus se impusiera de contrincante; pero en lo profundo: la sensatez impone siempre la verdad. Da vergüenza confesarlo, el que piensa estará condenado eternamente a esperar lo peor. El miedo más que cobarde es lógico.
Luego escuché nuevamente a Filmus (es divertido escuchar algo aberrante), pero esa vez fue más que yo. Aseguraba, el aprendiz de populista (de la Escuela de La Alta Demagogia), que irían a buscar a todos aquellos que no le brindaron el voto y los convencerían. Peor aún, disparó (y lo sentí personal) que buscarían a todos esos “equivocados” que no lo eligieron. “Equivocados” dice, y luego clama la democracia. Nadie menos equivocado que quien vota a quien se le antoja. A la larga, éste sistema, que lejos de bueno es el menos malo, se trata de elegir la estupidez que más convence. Que digan después que elegimos la estupidez incorrecta. Si tengo que elegir mi comida entre dos platos de excremento, dudo mucho que me ponga a analizar cual mierda es más nutritiva.
Frente a esos tantos descaros y en campaña por ignorar este asunto, yo no pude más que odiar al mundo y escribir estas nostalgias. Nostalgia por lo que nunca perdí, por lo que no conocí, nostalgia por la decencia escondida, por el país que no somos y por el pueblo que siempre está prometiendo aparecer.

“Pero claro”, dije luego
mientras gestaba un alivio:
mi nostalgia es la esperanza,
los libros son el subsidio.
Y la política esgrime
el fiel papel de asesino.