viernes, 27 de julio de 2007

Enigmas


Es inútil el intento de pertenecerme
Cuando la tenacidad no me identifica.
Es un cuento signado por la infamia:
Mi persona mendigando tu designio.

La inocencia que he perdido
En el vasto mundo literario
Me ha usurpado el plano del instinto,
Hoy soy sólo: lo que digo.

Sueña ahora, partícula del tiempo,
Que no espero a tu cobarde rebeldía.
Duerme ahora, tentáculo del miedo,
Calla y deja que se asomen los enigmas.

viernes, 20 de julio de 2007

Al negro canalla ese

Por hoy renuncio a las letras,… dejo de lado mi ambición literaria,… No puedo leer a nadie y todo me importa un carajo.
Es que no sé como expresar la enorme, o tal vez más grande, angustia que tengo adentro, si cada vez que pienso en el negro, simplemente me cago de risa.
A la larga, después de tanto admirar uno empieza a querer. Sin fundamentos creamos una intimidad inexistente y adoptamos una amistad que nos encantaría haber tenido.
Le hablo al negro y ¿con qué derecho lo tuteo? Le hablo a Fontanarrosa, a un ídolo, a un maestro, a un tipo de la puta madre, así, bien clarito, de la puta madre. Y a quién se le va a ocurrir decir que eso es una mala palabra, ¿qué tiene de mala, no negro? ¿Le pega a alguien la mala palabra? Yo voto hoy y aquí por la amnistía que algún día reclamaste.

¡La pucha che!, mirá que cosa rara eh, si ni te conocía negro pero a cada acto que ibas yo estaba allí, esperando tu comentario serio, estoico y delirante, ese que se estampaba contra las risas estruendosas de todo el mundo. Vos te callabas y todos sonreíamos, hablabas y ya nos dolían las costillas. Para colmo, en el regreso a casa después de cada charla uno se daba cuenta de que además estabas enseñando algo, como que Gardel se levantaba a las ocho de la noche y no obstante fue Gardel. ¿Para qué la doble escolaridad entonces?
Recuerdo también que vos te la buscaste, que todos te hablaran de futbol, que te gritaran canalla y te preguntaran como saldría el partido ese domingo. Pero claro, que mierda ibas a saber vos que eras solo un hincha. Pero vos te la buscaste negro, vos te la buscaste. Ser tan genial tiene su precio.
¿Dónde estará Mendieta?, ¿dónde Boggie y su locura?, ¿dónde los increíbles nombres de personajes que de solo nombrarlos causan gracia? Sara Susana Baez, poetiza. Si me habrás hecho reír, negro. Reír pero con pasta y calidad, con literatura de la buena y no como esa mierda de novela rococó del gran Gabo, ¿así era? “Puto el que lee”, palo y a la bolsa, eso es literatura.
Yo no sé si fue el mundo el equivocado, no sé si efectivamente los trenes les ganas a los autos y no terminé de entender cuál era el peor de tus defectos. Supongo que el marcharte tan temprano.
Hoy, y antes también, me doy cuenta de que en realidad lo que me pasa es que te quiero, así sin conocerte y con pudor al decirlo. Te quiero con solo haberte visto un par de veces.
Nos presentó mi abuela, me dio un libro tuyo y me dijo que era bueno. Yo te leí tímidamente, después intenté imitar tu estilo y empecé a seguirte a dónde fueras. Pero nada alcanza esta tarde para aliviar la calma insoportable que hay en la tierra después de que hayas vivido.
Nada somatiza que ya no me harás reír, pero tengo un consuelo escondido dado por mi juventud. Aún me queda tanto tuyo por recorrer, tanto en mis estanterías que no leí y tanta carcajada por escaparse.
Que cagada negro, esa puta enfermedad de mierda que te obliga a dejar de ser lo genial que eras para empezar a ser el gigante que ya sos.
Hoy dejo de lado todo negro, y te pido perdón por no saber como carajo expresar esto que siento.

Si estás ahí y me escuchás, desde tu nube de galanes donde ya te queda chico resolver los problemas del mundo entre cafés y donde las mujeres no son tan lindas como las de tu ciudad, te pido que me ayudes, que me tires una puntita de inspiración o que al menos me invites a Rosario a ver al club canalla para tirar desde la tribuna, entre tanto papelito, tus cuentos picados para que floten en el aire, como alguna vez te escuché decir, tal vez como sarcasmo, que tanto te alegraría.

martes, 17 de julio de 2007

El día en que Buenos Aires no fue mía

Emblema vacuo la nieve, que me abriga en su ironía.

Hoy la ciudad está en blanco por lo que nunca jamás ya hubo sucedido.

Sur, paredón y después, sur.

Ya nunca Buenos Aires será tierra de bohemios en sudor, pues Europa sacro santa trajo su extraña capa de inspiración helada.

Nieve en la Rusia porteña que me obliga a descifrar cual será el lamento que desprenda mi tinta.


Sal y lluvia, llanto y soledad, nieve y el emblema fútil de mi protesta contra no sé qué.

martes, 10 de julio de 2007

Preso de mi

Yo seguía empecinado en salir. Creía que si insistía en mandarme a las calles por las noches y darme largas dosis de alcohol iba a encontrarme conforme con mi presente. Y digo que me empecinaba en salir porque entre tanta confusión post adolescente, al menos tenía claro que ese hábito era un empecinamiento y lo llamo de esa manera porque sé que no hay lógica que responda a mi proceder. Decirme “empecinado” me hace sentir conciente. Yo estaba empecinado en salir porque sabía que iba a seguir saliendo y sabía que iba a seguir sin conseguir resultados. No obstante las mil lluvias decadentes de mis curdas.
Le época, el tiempo y el espacio… son cadenas para hablar de uno mismo, porque nadie –al menos yo (y yo soy todos y soy nadie)- puede dejar de ser quien es, más allá de alguna fecha. No es uno el que cambia, sino las circunstancias, pero a veces todo se confunde tanto que nos creemos diferentes ayer de lo que somos hoy. Que nieve y yo disfrute no me hace un ser invernal, sino que me hace descubrir que quiero al frío.
Lo importante, si es que eso existe, es, para mí, que nada ni nadie saqué de mis excursiones nocturnas. Conocí bares temáticos, antiguos, clásicos, irlandeses, modernos y demás; anduve errante entre parques concurridos; fui a discotecas, a peñas, a casas de amigos y de otra gente. Cada una de las paradas no era más que algunas paredes pintadas de colores. Suele decirse que alcanza el hombre para tener un buen paisaje, pero eso solo puede consolar a quien se concentra en vivir. Para alguien como yo, que se dedica más a pensar que a andar haciendo, los lugares son todos lo mismo: un instrumento fútil que sirve para archivar tales recuerdos.
¿Y cómo contar distinto lo que ya una vez conté?, ¿cómo hacer de la reiteración algo valioso?
Las mujeres son ese capítulo repetido en la más original de las historias. Todo lo que se quiere, comienza por despreciarse; tal vez porque queremos que nos quieran a nosotros y caemos en la cuenta de que para que nos quieran, deben primero despreciarnos.
Yo no sé, sinceramente, si alguien más pasa por estos estadios de mí estupidez, pasaran por los propio supongo, pero de tanto encerrarme a escribir termino, a veces, desvariando. Lo complicado, en todo caso, es que salgo convencido de esos desvaríos.
¿Las mujeres dije?, las mujeres son. Si al comenzar a decir que “yo seguía empecinado”, estaba diciendo que eso (el seguir empecinado) era mi mejor excusa para contar lo que refiero.
En uno de los tantos bares, dispuesto de forma tal que la gente se ve obligada a chocar, anduve caminando, trago en mano, en pose de conocer a alguien. No voy a negar que abusé de chistes malos que me molestaban hasta a mí mismo que los estaba diciendo, pero cada tanto uno se luce y encuentra el comentario justo que esa chica tenía ganas de escuchar, aún sin saber de su existencia.
No sé si fue que puse tono colombiano –o lo que yo creo es tono colombiano-, o que la traté como a una mujer experimentada (que no lo parecía), pero, al fin, ella se encontró lo suficientemente atraída. Suelen creer que pienso justo lo que ellas querían que pensara; pero nunca sospechan que yo intuyo lo que ellas quieren que yo diga que pienso. Ante esa ecuación sin matemática, uno (que es de letras) sale ampliamente favorecido. A veces hasta creo que la seducción de una noche (que poco vale) se basa en que algunas de ellas (las mujeres), quieren escuchar, por ejemplo, que son lindas. Y uno les dice que son lindas, entonces ellas pasan a pensar que nosotros pensamos que son lindas, cuando deberían pensar que nosotros (o yo) sabemos que ellas quieren que les digamos que son lindas. Pero claro que si así de sincero fuera el mundo, nos mataríamos entre todos en dos días por las barbaridades que se escucharían.
Finalmente abandoné el tono colombiano y dejé de decirle lo que debía. Ya estaba empezando a cansarme de que se creyera todo. Y empecé a hablar un poco más en serio, o en broma pero desde mi personalidad. Ya no era hiper-simpático, ni tan dulce, ni caballero, ni nada. Pero ella se reía como diciendo “que bien te sale el personaje de mal humorado”, si supiera que el personaje era el otro.
Y entonces lo fatal, hacía menos de media hora que me conocía y con descaro absoluto me pasó el dedo por la cara, por debajo del ojo, en forma de caricia de noviazgo (o eso me pareció a mí que no sé qué es el noviazgo) y después, al ver mi cara supongo, me dice: “tenías una basurita, no te creas que te acoso”. “No aclares que oscurece”, pienso yo, y si aclarás decí “te toco porque soy una loca enferma que creo tener una intimidad establecida a los diez minutos de conocerte”. Pero no se dan así las cosas.
Trago saliva y bronca y me callo. Ella se queda mirando, “¡Dios mío, todas miran!, ¡aman mirar!”, grito para mis adentros. Y salgo del paso contando que trabajo en un bar, o que escucho tal mala música o qué sé yo. Cosas que de tan aburrido que me tienen a mí, deberían aburrirla a ella.
Luego la dama critica mis gustos musicales, creyendo que al pelear seremos un poco más “los dos”, pero yo le doy la razón e invento una explicación al decirle que escucho mala música para dejar de pensar, porque supuestamente pienso demasiado, todo el tiempo. “Pensar es mi karma”, creo que le dije. Lo cual es verdad pero aplicado a todo el mundo. Ya querría yo que fuera mío y solo mío el mal de pensar cada instante. Ella calla y escucha. Yo creo que no me habrá entendido o que tal vez ni me escuchaba.
Le comento, cerca de la madrugada, que me tengo que ir porque eso tengo que hacer y salgo solo, camino hacia mi casa. En las calles vuelvo a enojarme conmigo mismo por insistir y digo nuevamente que estoy empecinado. Después paso a pensar que me gustaría ser extremadamente buen mozo para que ellas no tengan que hacer como que se admiran de mi inteligencia, que sea evidente que de mí les gusta solamente lo que ven. No hay nada que me moleste más que el ser admirado por alguien que se admira con alguien como yo. Siento menos que una mosca pero quiero sentir tanto más. También sé que no hay más mosca que yo cuando juego a tal soberbia.
No creo pertenecer a esa elite de los que leo, y si reniego tanto de la vida y de sus protocolos es porque aún no aprendo a querer, a ser feliz y a sonreír por el simple hecho de sonreír. Soy, ante todo, un novato agazapado que solo sabe dar arañazos.

Unos días después me crucé con esa chica de la noche anterior. La saludé, más calmo, y no me molestó verla. Ella me contó que hacía por allí y yo escuché. Me dijo de tomar un café, y yo acepté. Si me hubiera propuesto hacer una carrera de bolsas también hubiera aceptado porque durante el día y si me sorprenden, no me salen los no.
Con la mesa al medio y las bebidas servidas me comentó de su trabajo y de algunas otras cosas. Yo le dije que vivía por ahí y que andaba caminando escuchando la radio sin más.
Ella se río y me preguntó luego si escuchaba esa música mala que escucho yo para dejar de pensar.
Me quedé callado, hice un esfuerzo enorme y me acordé finalmente de que eso era lo que yo le había dicho en su momento. Pensé en silencio si era verdad o si lo había dicho por decir, como tantas cosas que digo. No supe la respuesta. Medité un rato más y llegué a la conclusión de que digo muchas estupideces.
Sin embargo, ella se acordaba de eso y me lo repitió como mostrando que habíamos tenido una charla interesante. Quería enterarme de que yo había hablado profundamente con ella, quería adueñarse de una atención que nunca le di. Histérico como soy, ahí mismo me enojé. Seguí la charla parco, pagué los dos cafés y me fui amablemente.
No escuché música mientras caminaba porque quería pensar. ¿Cómo es posible que escuchen tanto, además de mirar? ¿Por qué es que me toman en serio cuando digo estupideces para molestar o para ahogar una conversación? ¿Cuál es el motivo por lo que al tratarlas con desprecio creen que les estoy entregando alguna exclusividad?
Que ella se acordara de lo que nunca tuve que decir me exasperó por demás, pero en calma y con hojas enfrente pude acreditarme la culpa y dejar de usar el término “mujeres”, que salpica a todas con una baba ajena. Lo que pasó es retrato de mi falencia y un antecedente más en relación con una sola chica que además de ser quien es, pasa a ser un poco yo, al menos mientras la describo.

martes, 3 de julio de 2007

Descubriendo el mundo



Yo estaba parado entre un hombre y otro. Ellos estaban entre otros hombres y yo. Estábamos en una enorme habitación blanca, donde no hacía ni frío ni calor, para ese entonces no sabía lo que eso significaba, no sabía ni como nombrarlo, jamás lo había sentido.
Al fondo de la habitación había un enorme molino de metal, sus astas eran proporcionalmente grandes, y se movían gracias a un viento que no existía. Pero tanto tiempo había pasado con ese sistema que llegó el día en que el molino simplemente paró, sin previo aviso se detuvo. Detrás de mí se abrió una puerta hacía algún lado del cual sólo se veía oscuridad, o no se veía nada, o se veía solo aquello cuya principal cualidad es la de no permitir verse; ¿existe algo en la oscuridad? Decidí salir, o al menos lo hice. Fui el primero, no llegué a notar si fui también el último pues al cruzar la puerta ya no tenía a mis antiguos compañeros, esos que creía eternos.
Una tormenta azotaba ese lugar que hoy puedo llamar “ciudad”. Había hombres y mujeres con techos transportables de plástico, algunos tenían gafas que protegían sus ojos, una suerte de parabrisas en miniatura. Repito que tardé años en aprender cada palabra en particular, cada instrumento de ese sistema, cada relieve que el habla evoca. Todo era nuevo y me fascinaba, aunque no supiera sus funciones. La gente caminaba, algunos apurados, otros no, algunos distraídos y otros concentrados en quien sabe qué. Estaba repleto de presencias y sin embargo para mí eso era un desierto, donde la infinitud de cosas inexplicables no eran nada y lo eran todo en ese momento. Fue instintivo pensar que por no tener utilidad o justificación, eso no existía. La carencia de sentido, carenciaba todo el resto.
En una esquina reposaba una enorme puerta de madera custodiada por un león de mármol cuya mirada se dirigía hacía mi. Inevitablemente me encaminé hacía allí. Inconsciente del delito, entré. Dentro había un ascensor, alguna puerta, escaleras y demás. Pero había también una pequeña mesita de madera (al menos eran cuatro patas sosteniendo una tabla), tabla sobre la cual reposaba un vaso con un líquido negro y caliente dentro suyo. Como usted con ésta carta: lo examiné despacio, lo tomé con mis dedos suavemente, hasta que arremetí contra él guiado por la curiosidad, la más poderosa de las fuerzas, y derramé el líquido en mi boca.
Me pareció espantoso, pero por vergüenza lo tragué. El sabor me repugnaba, secaba mi saliva y asqueaba a mi garganta. Sin embargo me gustó, fue sabroso, era una experiencia feliz.
Lo que estaba disfrutando era la sensación novedosa, era el cambio drástico en mis sabores y aromas. Era horrible pero nuevo. Lo tomé todo y, con asco, al final sonreí.

Yo hube de saber que eso era un sueño, pero en cambio creí que era una revelación. Inmediatamente me lavé los dientes, pues no tolero las ideas con la boca sucia. Acto seguido me enjuagué la cara y me miré en el espejo, mi rostro era aún el mismo, yo no era una cucaracha y por un momento me decepcioné.
Ya despabilado decidí llevarme el desayuno a la cama, pero yo no estaba en ella, sino que estaba parado con una bandeja, me reí y empecé a comer una tostada un poco mas fría de lo que estaba cinco minutos antes. Sentí sed y tomé la taza de café, cuando terminé el primer sorbo concluí que el sueño había sido una revelación, el café es inmundo.