jueves, 30 de octubre de 2008

sombras

Se cae, rompiéndose de a poco cae
impacta contra el centro duro de mi arteria
y duele...
a poco a poco duele.
Al costado hay una vida,
la mía
-la de alguien que era yo-
pudriéndose
muriéndose
sintiéndose ser el abandono.
¿Es posible el dolor sin rencor previo?
La duda
las horas
los días
el mes
la forma
el beso
el abrazo
el enojo
las palabras
la pelea
el reencuentro
-los reencuentros-
la soledad de nuevo
y la nueva soledad...

Las ganas de haberse detenido en ese instante
y nunca,
y nunca más cortar.


Parece que al amor lo llaman sueño.




(a cata, la chica que me dio la poesía)

miércoles, 22 de octubre de 2008

Algunos Días Despues

Cuando no se prestan las ganas de escribir,
o lanzamos ciertas líneas y el azar las borra,
o creemos en la responsabilidad de perpetuar conceptos;
Todo sale errado,
Así sin fuerza,
Sin las esquinas pulidas,
Precario.
Es así como nuestra tenacidad nos reconoce necios
Y caemos en la maña de revisar,
De discutirnos,
De amansarnos,
De retomar las páginas que habíamos creído listas.
Y surge la demanda perfeccionista:
Corregir,
Tomar otro curso,
Pensar que habíamos pensado en otra cosa,
Cambiar el orden,
Modificar factores,
Censurarnos el impulso aquel.
Entonces las palabras serán otras,
Y las ideas, ya banales anteriormente,
Tomaran color de sauce
-¿quién conoce el color del sauce?-
Y se reacomodaran en la cabeza.
Luego así las “percepciones”
Serán nociones perdidas,
Al reverso y al revés,
Y de vuelta, y dando vueltas,
Lo designado menor,
En repetidos, sucesivos, cantos
Será lo enorme, lo gigante:
Menor
Menor
Menor
Menor
Menor
Menor
Menor
Menor….

El tiempo va cambiando no la forma, sino lo formulado.

miércoles, 15 de octubre de 2008

Para Jóvenes Letrados

Hace un tiempo estuve en el barrio de Palermo, comiendo con amigos en un restaurante al cual solemos ir. Dejé el auto en la esquina y le pedí al “encargado de la cuadra” que me lo cuidara. “Sí, son cinco mango papi” me dijo. Yo, inocente ciudadano, pregunté “qué eran cinco mangos”, advirtiendo que cinco mangos en sí eran sólo cinco mangos. Tanto: cierta cantidad determinada de frutas (mas de cuatro y menos de seis según entiendo) o bien podría significar cinco pesos. Se refería claramente al dinero. Le aclaré que no tenía esa plata, la tenía pero no para dársela a él pues si se la diera ya no la tendría. El muchacho, de voz finita pero intimidante, me dijo “si yo tendría ese auto no te amarreteo cinco mangos guampa”. Instintivamente le respondí “si yo tuviera ese auto, se dice”.
“Es lo mismo guacho”, anunció el chico, segurísimo de que era lo mismo y de que yo no tenía padre. Decidí no entrar en la contienda e ignorando su idea de mi “yo-guacho”, le di “cinco mangos” y dejé mi auto en las mejores manos, al ritmo de “Bombón Asesino” que sonaba en la radio del cuidador, quien, mientras me alejaba, gritaba “andá tranqui logi, yo te lo cuido”.

¿De donde vienen las palabras que empleamos? ¿Cuanto tarda un término en pasar de horrendo a estipulado?
Muchas de los vocablos que usamos hoy en día tienen su origen en un pasado no tan lejano. Palabras que hoy suenan habituales como “laburar” fueron delatoras de extranjeros cuando aún no se arraigaba la costumbre italiana. Más cercano aún, palabras como “chabon”, “chapar”, “transar”, etc. fueron novedades que necesitaron institucionalizarse en las juventudes de anteriores décadas. Así mismo es común escuchar términos que supieron ser agresivos como “boludo”, “joda” o “quilombo”, sin que nadie se sorprenda. Han perdido su fuerza o han cobrado gran valor, volviendo su significado más leve para permitir el uso indiscriminado.
Constantemente el idioma se modifica, se renueva, se re-significa. A costa de ser transgresor corre el riesgo, el lenguaje, de involucionar. Se auto destruye olvidando palabras clásicas o de uso preciso en ciertos casos, “una palabra mal colocada estropea al mas bello pensamiento” sostenía Voltaire.
No creamos, los jóvenes, que por ser el presente referente de actualidad tenemos derecho a basurear al idioma que nos concedió el habla. Michel de Montaigne, un escéptico francés, dijo alguna vez que “la palabra es mitad de quien la pronuncia y mitad de quien la escucha”. Adhiriéndome a ello, aconsejo a los jóvenes lectores que no olviden que al hablar no sólo escapan a su silencio sino que acaban con el silencio del otro.
Es cierto que hay determinadas cuestiones técnicas que nos obligan a renovarnos, como al hablar de las tecnologías. Pero no lleguemos al extremo de tecnificar los campos naturales de nuestra vida como al creer que charla y “chat” son sinónimos.
No nos queda más, a los nostálgicos, que aceptar la inclusión del “guachin”, “guampa”, “logi” o “tkm” cuando quieren decir “te quiero mucho”. No nos queda más que aceptarlo y reír o llorar en silencio.
Re-establezcamos la costumbre del diccionario, busquemos “inefable” si no sabemos qué significa. Acudamos a los libros para ver qué es “zozobra”. No hagamos de éste escrito sólo papel picado para la cancha.
Juventud nefasta es la que no sabe lo que nefasto significa.



* Zozobra: f. Inquietud, aflicción y congoja del ánimo, que no deja sosegar, o por el riesgo que amenaza, o por el mal que ya se padece.
* Inefable: adj. (del lat. Ineffabillis, indecible). Que no se puede explicar con palabras.

martes, 7 de octubre de 2008

Hoy


El mundo está a punto de estar por explotar
Ya está, aquí reflejado, el punto final.
Y es cierto, en parte nada va a pasar
Digo mundo por no decir mi nombre
Que cae de a cuotas en el turbio monte
Del desconsuelo usual.
Es de la tristeza de estar triste
Que se muere,
Es de sentirse inmerso en laberintos sin cruces
Que se acaba,
De verse una y otra vez en callejuelas con salidas evidentes
Enchastrado de melancolía falsa
Disfrazado de cuento de suceso habitual.
O inocente o locos,
Ya no quedan opciones,
La distancia, si existe, va de agudos a crónicos.
O inocentes o tontos, hay un solo binomio.
Hay querer o no querer,
Hay morir o no morir,
Hay ser redondo e infinito o no serlo…
Y es un continuo supuesto de ilusiones suceder
Lo que está por explotar
Dentro de mí,
dentro todo.