sábado, 30 de octubre de 2010

Mr President

Veo pasar como cuadritos a los presidentes sudamericanos. El desfile corresponde. Y el motivo, otra vez la muerte. Le gente lo despide y es fervoroso el recuerdo cantado. Siento que lo quieren, no hay dudas. Los comentaristas, medidos esta vez, adoptan la tristeza. Y en suerte de reconciliación imaginada, yo lo veo más grande de lo que siempre lo vi. Un joven contrincante que viene a rendirte tributo…
No se puede hablar de cariño. Sí de respeto. Y es indudable una vez más que los enemigos encarnan partes lo que querríamos ser.
Con el correr de las horas su imagen se agranda más. Leo en los tantos diarios las distintas versiones de su alma. El crisol de estrategias pasadas parece interminable. De pronto el demonio es un ángel estadista que todo lo supo. Pero lo entiendo, la muerte redime. La historia ha mostrado largos casos de aceptación post mortem. Al morir Camus, Sartre, que fue su amigo hasta que se peleó a muerte, recordó súbitamente todo el afecto y la admiración que sentía. Lo malo: ¿para qué?
Creo que es justo rendirle homenaje. Fue mi presidente, y tal vez si supiera más de política lo admiraría hasta karma. O no. Lloraría, claro. Y quizá estaría en la fila del adiós.
Mi frágil ideología y una familia de derecha me alejan de un dolor más sincero. Poco importan mis sensaciones. Hay un pueblo destruido, que lo llora como los que más saben llorar, sin esperar explicaciones. Hay una plaza, un desfile, un eterno adiós paulatino. Vendrán las miserias más tarde. Y yo seguiré pensando en su muerte.