viernes, 31 de julio de 2009

Caído del pelo de Roberto Bolaño


Según la etapa del año, la estación correspondiente al momento de vida, el hombre minimamente sensible se adueña de una obra particular. Mucho adjetivo, cierto. Repaso: dependiendo de nuestro presente, la obra de arte que nos conmueva. Es decir, la obra que nos conmueva; ergo obra de arte. El arte es, sumemos definiciones al montón, el don construido de conmover. Subyace: no hay tal don. Aclara: conmover no supone lágrimas ni espasmos, no necesariamente. Yo me conmuevo desde el pensamiento. Se me presenta una idea, la comprendo o no, la doy vuelta y llego –tal vez– al éxtasis de saber que pronto, ese día y el que viene y el siguiente y el otro ya no voy a poder pensar más que en eso, en esa idea, en ese mundo, en ese repetido –repetido como mis palabras– concepto que flota en el aire y se mete por los poros y llega a las profundidades.
Una de las últimas poesías que dio con ese sistema, propio, corresponde a Roberto Bolaño. Su escritura, en este caso lejos de la mía, es una escritura desesperada. Muchos dicen que era por la cercanía de la muerte, porque el escritor sabía que su destino –como el de todo hombre– iba a llegar más temprano. La diferencia radical de su muerte era la condición de predecible, la fecha aproximada de defunción. Pero su genialidad, y ahora entra mi admiración al ruedo, radicaba en su genio; llano. Digo: su don no necesitaba ser construido, y aun así lo construyó. Vivió para la literatura, y sólo muy poco de la literatura: diez años de cincuenta, matemáticamente injusto. Jorge Herralde, su editor, dice que Bolaño sabía de su importancia en la literatura, “era muy consciente de su lugar”, dijo. Yo no creo que haya existido dicha conciencia, o quizá sí, pero -poniéndome intimista- pienso que no pudo imaginar el espacio de reserva y privilegio que le ofrezco en mi humilde biblioteca. Claro, yo no hago a la importancia; a menos que, como sostiene Pessoa, haya tantos como yo pensando exactamente lo mismo. Y en el idilio en masa surgen los intocables.

Darío Jaramillo dice que el autor de 2666 era un escritor de un solo truco, "dueño de una prosa demasiado simple, de tipo: yo Tarzán, tu chita", agrega Fernando Vallejo (Vallejito). Así lo leen ellos, suponiendo que lo leen, y así lo definen: categóricos.
Bolaño era poeta, mago, creador y amante, dueño de una relación física con sus libros. Y si fuera mago de un solo truco –ítem que ni es preciso refutar, basta con leer su vasta obra (que contiene poemas, cuentos, ensayos, novelas breves, novelas monumentales...)–, ese truco solitario alcanzaría para derrocar a cada uno de los nimios escritores que lo nombran, y a los cuasi grandes, y a los aspirantes y a todos. Un truco que aterriza y vuelve a volar y arrastra todo a su lado y es capaz, incluso, de acribillar sin pausa a las dictaduras que azotaron Latinoamérica… Y caídas las dictaduras –presas de ese truco irrepetible y único, en eso acierta Jaramillo– caída también la obsesión del boom y por el boom latinoamericano.
En fin, las virtudes de Bolaño son muchas y variadas. Para otra ocasión quedará la realización de un trabajo extenso y detallado sobre su figura e importancia. Por lo pronto presento aquel poema, Los Años, que tanto (o tan poco pero tan fuerte) me conmovió y me conmueve.

Los años (Roberto Bolaño)

Me parece verlo todavía, su rostro marcado a fuego

en el horizonte

Un muchacho hermoso y valiente

Un poeta latinoamericano

Un perdedor nada preocupado por el dinero

Un hijo de las clases medias

Un lector de Rimbaud y de Oquendo de Amat

Un lector de Cardenal y de Nicanor Parra

Un lector de Enrique Lihn

Un tipo que se enamora locamente

y que al cabo de dos años está solo

pero piensa que no puede ser

que es imposible no acabar reuniéndose

otra vez con ella

Un vagabundo

Un pasaporte arrugado y manoseado y un sueño

que atraviesa puestos fronterizos

hundido en el légamo de su propia pesadilla

Un trabajador de temporada

Un santo selvático

Un poeta latinoamericano lejos de los poetas

latinoamericanos

Un tipo que folla y ama y vive aventuras agradables

y desagradables cada vez más lejos

del punto de partida

Un cuerpo azotado por el viento

Un cuento o una historia que casi todos han olvidado

Un tipo obstinado probablemente de sangre india

criolla o gallega

Una estatua que a veces sueña con volver a encontrar

el amor en una hora inesperada y terrible

Un lector de poesía

Un extranjero en Europa

Un hombre que pierde el pelo y los dientes

pero no el valor

Como si el valor valiera algo

Como si el valor fuera a devolverle

aquellos lejanos días de México

la juventud perdida y el amor

(Bueno, dijo, pongamos que acepto perder México y la juventud
pero jamás el amor)

Un tipo con una extraña predisposición

a sobrevivir

Un poeta latinoamericano que al llegar la noche

se echa en su jergón y sueña

Un sueño maravilloso

que atraviesa países y años

Un sueño maravilloso

que atraviesa enfermedades y ausencias

miércoles, 22 de julio de 2009

Una noche bizarra


La ONG Make a Wish organizó una cena de máscaras (Mascarade la llamaron) y yo estuve ahí, no pregunten cómo pero estuve ahí. Fue raro, y lo publico para ver si funciona esto de publicar videos.

Buenos aires cae


Recuerdo un dia en Asia, en Malasia precisamente, en que viajaba en colectivo y tuvimos que detener el viaje por un tronco caído en medio de la ruta. Me acuerdo que pensé: que incivilizados. Parece que todo vuelve, y más cuando vivimos propensos a pensar idioteces.

jueves, 16 de julio de 2009

Condiciones de una boca

Estoy casi muerto y me resisto. La indefinición atroz de los instantes finales. Me resisto a la tempestad de los impulsos. Y a la cadencia triste de las letanías. El silencio no me extraña -diría entonces-, el silencio es lo preciso. La vida mía y dada con mentiras a otros otros no es la vida real de mi centro corolario.
Imágenes del verbo. Vera instancia de suplicio. Callo por el foro mi mudez. Estoy casi muerto y me resisto.
La boca y sus inercias...