viernes, 30 de abril de 2010

sábado, 24 de abril de 2010

Últimos instantes de mi primera vida

El nido vacío es recíproco. Me amarga tenazmente dejar de verlo todo. Cada rincón de polvo estacionado se extingue. Poco va quedando de aquel refugio. Mi casa ya no es mi casa, apenas mi cuarto parece pertenecerme un tanto. Ápice: “eres cada solitario instante”. Las fotos que antes me evocaban niño, que suplían la memoria de una infancia, hoy me reemplazan completamente. Soy en esas fotos o no soy, si es que ser es estar.
Vuelvo a oír el despertador y veo la luz que, esta vez, atraviesa otros obstáculos. Sortea las cajas que contienen la parte accesoria de mi vida, baña los estantes vacíos y llega a mí. Es mi último amanecer en esta sombra. Siento el polvo… me pregunto si se quedará acá o vendrá conmigo.
Busco mis constantes, los anaqueles con libros, las pilas de discos desordenados, mi decoración ecléctica juvenil, la ropa tirada en el piso. Entonces vuelvo a recordar las horas de los días previos y me veo guardándolo todo: las remeras que no uso y llevo conmigo, los adornos ajenos que me gustan, los dos o tres cubiertos necesarios para sobrevivir… Últimamente todo se vuelve enumeración.
Voy a la cocina, atravieso el pasillo que es lavadero y llego. La heladera no depende de mí. Me cercioro y tiemblo, entusiasmado. Prendo la cafetera. De nuevo, es la última vez que muevo esa perilla y espero a que el agua se caliente mientras pongo un vaso de leche en el microonda que nunca elegí. Azúcar mediante, el desayuno postrero transcurre en silencio.
Hojeo el diario, que llega todos los días con rigurosidad y alguien lo paga. Entre tanta parafernalia me detengo en los descuentos, casi automáticamente. Y pienso en que las prioridades son esclavas de la ocasión, y que nadie elije nunca lo que prefiere pensar o hacer, no importa lo que diga Sastre, la realidad siempre se impone al individuo.
Sigo masticando este amanecer final. No hay foto que ilumine más que la mirada empañada de lagañas. Voy dormido por mi finitud, por la finitud de las cosas, de los entornos, y vuelvo a caer en la cuenta de que esa pared de ahí, esa azul corroída, no va a significar más nada. Y tal vez desaparezca.
Ya consumí toda la nostalgia posible. Continuo despertando un poco más. Cargo una caja y veo llegar al camión. Hoy voy a dormir en alguna otra parte, que en un futuro volveré a abandonar. De aquí en más, mi vida será poblar de sentido los rincones gastados (¿o nuevos?) que antes pobló otro. Con el tiempo, confío, la realidad deje de importarme.

lunes, 19 de abril de 2010

Dos alegres novedades


Sobre que soy monotemático, el destino se empeña en darme razones para seguir siéndolo. Hacía dos semanas que no entraba a una librería hasta que hoy, caminando por Florida, recuperé el hábito. A los diez minutos ya tenía $150 menos en la billetera y me acordé por qué estaba evitando las librerías. Puntos a favor del caso, siempre los hay, ¡ya acumulo 479 puntos en mi tarjeta CúspideMax!...
Por más que me ría los que se ríen son ellos: gracias a ese cartoncito pro fidelidad abandoné en gran parte mis compras en las librerías de saldos de Corrientes, que ya no son lo que eran, es cierto, pero aun lo son… No importa, si yo gasto $500 accedo a $50 gratis. Bueno… gratis… digamos: de crédito.
De todos modos no pretendía hacer una defensa de mi consumismo imbécil, ese que me lleva a pasar horas en las salas climatizadas y complementadas con cafecitos Aroma, jugando a que soy un intelectual burgués que está al tanto de las últimas novedades editoriales… No, esa no era mi intención, aunque, mea culpa mediante, sí es cierto que paso horas en ambientes climatizados jugando al intelectual burgués que está al tanto de las novedades editoriales, las cuales examino sentado en la silla esquinera de Aroma tomado un frapuccino trota y mocha plus tentación del verano, o lo que sea.
Sí… más me valdría comprarme clásicos por cinco mangos en Corrientes y pasar el resto del tiempo leyéndolos… Pero bueno, para que llegue la madurez hace falta haber sido un pelotudo.

Volviendo al caso que me compete, las dos alegres novedades (editoriales), son: una nueva antología poética de Nicanor Parra (“Parranda Larga”, Ed. Alfaguara), y una novela inédita de Roberto Bolaño, escrita en el ´89 según parece, (“El tercer Reich”, Ed. Anagrama).
A la antología de Parra me refería al mencionar cierta afición del destino por mantenerme en la vía de los monotemáticos.
Es un recorrido cronológico de su obra cuya selección está librada al gusto y criterio de Elvio Gandolfo, quien se define a sí mismo como un lector y re lector constante de Parra. La crítica formal de la selección o la edición la dejo para críticos más calificados (o crítico pagos por la editorial, lo mismo da). Yo simplemente quería hacer una suerte de brindis lingüístico por esta hermosa novedad llamada poesía. Además, recién hoy duermo con ella. Como a un Orfeo personal voy a abrazar mi nuevo libro pasada la medianoche para que me guíe por el sueño antipoético de quien no mira para atrás. “Y el viajero que mira para atrás/ corre el serio peligro/ de que su sombra no quiera seguirlo”. Parra como Virgilio. Y yo como Parra, artífice de artefactos: las citas son la memoria acomodada, y son caóticas.
Delirium Tremens. Me quedo con la página 336 de la antología:

PRONUNCIANDO TU NOMBRE TE POSEO

no ganas nada con huir de mí
puesto que como dice el título de este poema
pronunciando tu nombre te poseo


Novedad dos.


De Bolaño qué puedo decir. O se eligen las mejores palabras o no se habla. Y todavía no empiezo a leer esta novela que, curiosamente, recién descubren. Supongo que, como Pessoa, Bolaño también tendría algún baúl cerrado que los trabajadores infatigables de ANAGRAMA no habían podido franquear. No obstante, siendo que poco me importa la moral de las editoriales o la pista geológica de los manuscritos, es una novedad que celebro. Porque siempre celebro tener algo más que leer de Bolaño.
En este caso se trata de una novela larga, creo que la más larga después de Los detectives salvajes y 2666, lo cual es alentador, ya que en el escritor chileno mientras más extensa, mejor es la obra. Vale aclarar que si bien la norma me parece precisa, aplica en tanto las dos obras fundamentales del escritor, que son las más largas, son las últimas que escribió, es decir, las que llevó a cabo en su máxima madurez literaria. (También es cierto que entre Los detectives y 2666 escribió pequeñas novelas que, a mi modo de ver, podrían leerse como capítulos perdidos de las dos obras antes mencionadas).
Por esto mismo es que el ser más extensa que Nocturno de Chile o Estrella distante no significa necesariamente que sea mejor. Es una novela escrita a fines de la década del 80, cuando la poética de su prosa aun no había logrado ese vigor que llegó en sus obras fundamentales. Además, la biografía siempre alumbra, aun no sabía de su enfermedad, o aun no la tenía. Y en Bolaño la proximidad de su propia muerte cumple un papel fundamental en su obra.
Qué más da, hablo por boca de ganso. Como dije, todavía no leí la novela y no puedo afirmar ni mu. Además me va a gustar, como en todo fanático: opera más el sentimiento que el juicio.
Ya hablaré con más fundamentos. Llegará el día, oremos, en que aprenda a hablar con fundamentos.

martes, 13 de abril de 2010

Tras el rastro del poeta (1)


Nicanor Parra. Don Nica. Un poeta vivo al que nadie entrevista. No, ya nadie lo entrevista. No obstante, y en defensa de algunos periodistas que deben tenerlo en carpeta, vale aclarar que tiene 96 años. Nació en 1914, mismo año que Cortázar, pero el poeta lo hizo en San Fabián de Alico, cerca de Chillán ("tierra de movimientos"), Chile; y Cortázar en Bruselas, Bélgica. En fin, volvamos a Don Nica, el poeta al que ya nadie entrevista.
Hurgando en el archivo de cierta editorial pude encontrar retazos de reportajes pasados que me permitieron reconstruir partes de su vida sin tener que recurrir a Wikipedia o biografías apócrifas. No es mi intención hacer una cronología completa, sino jugar a la semblanza. Como parte final de este trabajo, el próximo primero de mayo pienso viajar a la tierra del poeta y buscarlo. Con o sin suerte, qué más da…
Es difícil ser preciso en una definición de Nicanor. No solo es poeta, sino también docente (de eso ha vivido toda su vida), y maestro yuyero, medicina que adoptó como propia luego morderse la lengua mientras dormía en Estados Unidos y sólo lograr que la herida cicatrice gracias a un “menjunje de yuyos hechos por la veterana”. La veterana era su madre.
En el año 1949, Parra viaja a Inglaterra y estudia Cosmología en Oxford. En 1968 se suicida su hermana, Violeta Parra, una artista multifacética que expuso su tapicería en el Louvre pero es eminentemente conocida por su guitarra y voz. “Gracias a la vida”, por ejemplo, es un homenaje a cualquiera que la escuche.


Nicanor, amante del amor pero inconstante, se casó al menos seis veces, tiene más hijos que su mano derecha y alguna vez dijo ser parte de una familia de “ocho o nueve hermanos”.
Fue profesor de Física Teórica en la Universidad de Chile, y estaba a cargo de la cátedra de Mecánica Clásica y Relatividad. Para él, Einstein era un poeta.
Recién a los 29 años conoció la poesía de Whitman, en un viaje por Estados Unidos; y a los 36 descubrió la poesía metafísica inglesa: Blake, Keats, T. S. Elliot...
De este Parra se sabe, ante todo, que creó la Antipoesía. Pero no es más (y no es menos) que una vuelta de tuerca a la poesía de hispana de su época. Casi una reenunciación de Wittgenstein: todas las frases del mundo ya han sido construidas, por lo cual resta empezar a destruir, o a construir desde el caos.
Siguiendo esta línea creo los “artefactos”, a los cuales definía mediante ejemplos: “La poesía es el lenguaje del tartamudo”. Son pequeños graffitos, como marcas en El Muro de los Lamentos. “Dime si te molesto con mis lágrimas”
Sigo citando de memoria: “las mariposas son flores en movimiento perpetuo”. Formas breves del decir: lo propuso en los setenta y lo retomaron los creadores de Twitter durante este siglo.
“Nubes. Qué sería de Parra sin ustedes”, escribió haciendo referencia a la humedad, que era lo única que le calmaba el asma. No sé si aun le funcione. Se definió alguna vez como “el campeón de la alergia”, y cuenta que en Lima dio una conferencia sólo para asmáticos. “Y se llenó”.
Vino varias veces a Buenos Aires. Cada vez que habla con un porteño siente que habla con Martín Fierro, aunque su juicio probablemente esté sesgado por la admiración que siente hacia José Hernández. Del mismo modo cree que habla con el Quijote en cada visita a España.
Todo esto, vuelvo a aclarar, lo recopilo de las entrevistas que encuentro de la década de `70, `80 y `90. Tal vez su juicio de hoy le depare otras opiniones. De cualquier forma el tiempo, indefinido como es, ha demostrado que todo es cíclico. Lo que se piensa y se deja de pensar, vuelve a pensarse un tiempo después.
Vivió en Isla Negra (en la costa de Pacífico), a pocos metros de la casa de Pablo Neruda. Cuentan que una vez le preguntaron si él era el poeta más importante de habla hispana. Respondió que le bastaba con ser el poeta más importante de Isla Negra…
De todos modos, contra lo que puede pensarse, era amigo del otro gran poeta chileno. Aunque también se declara “el antipoeta de Neruda”, su antítesis, la cara opuesta a un determinado lenguaje. Y qué no daría yo por haberlos visto expresarse entre ellos.
Dijo en cierta ocasión: “decidí venir a Isla Negra porque mi enemistad con Neruda es real. Ya no lo quiero hermano, como también lo quiero”.
Quienes lo entrevistaron confiesan que es tan difícil e irónico como divertido. No se deja grabar, no deja tomar notas. Es arrogante en la medida que es inteligente, y trata de evitar las preguntas metafísicas. “El único que ha respondido quién era fue Jesucristo (“Soy el que soy”, dijo). Perdón, pero creo que está mal que el escritor hable de sí mismo”.
Hablo yo por él. Nicanor Parra. Poeta. Antipoeta y físico. Profesor de matemática. Hermano de una cantante tremenda y artista en familia de artistas. Tiene 96 años, muchos. Y está vivo. Las pistas me llevan a Las Cruces o Cartagena (en Chile, claro), donde Don Nica, el que dijo que la derecha y la izquierda unidas jamás serán vencidas, el que dijo que los poetas bajaron del Olimpo, vive refugiado del mundo público. Desde ahí lleva la poesía a fojas cero. Desde el anonimato no anónimo de desaparecer, Nicanor Parra dice, como si fuera un artefacto, que la posteridad lo espera en el olvido.







martes, 6 de abril de 2010

lunes, 5 de abril de 2010

Ocaso

Y por primera vez en mi vida, moriría.

Le daría un beso a mi vieja, que, pobre, siempre sospecha que mi enojo es con ella.
A mi viejo le daría otro beso y un abrazo, con él no parece haber cuentas pendientes, pero uno nunca sabe cuán estúpido fue al expresarse esa tarde en quién sabe dónde.
Con mis hermanos no tendría muchos problemas, ellos siempre supieron (tuvieron que haber sabido) que algún día mi corazón llegaría finalmente a pensar y se detendría.
Y a mi abuela no sé. Las gracias son estadísticamente miserables al lado de los tantos consentimientos que recibí. Y los consentimientos muchas veces fueron cultura, a veces chocolate, y otras tantas lecciones para la vida cotidiana.
¿Cómo quedar a mano con la gente que estuvo en nuestra vida? ¿Cómo dejarle claro a la chica aquella, a la única, que hizo todo bien, que convirtió nuestra memoria en nostalgia y pobló de sentido los armarios del pasado?
¿Cómo despedirme de mi abuelo, si es él el que se despide y no me reconoce, en la hora última, tirado en esa cama que no es su cama, tirado en el vaivén de balbuceos finales que nada tienen que ver con sus recuerdos brillantes?

Y yo, por primera vez en mi vida, moriría.

Les dejaría un cuento a mis amigos, o un poema, para que vean que yo también me sentí artista.
A mis jefes los saludaría con respeto, pensando que su labor los va a obligar a olvidarme rápido, tan rápido como yo olvidé el número de teléfono de una desconocido durante un recital de Calamaro.
A Beto, mi portero, le diría “chau”. Y él me diría: “bueno”, alargando la “e” como hace siempre, respondiendo “bueno” ante cualquier palabra que le digan. “Bueno” como ecuación mágica para evitar la hipocresía.
Iría a la librería y gastaría mis pesos restantes en libros, para que mi última compra sea más sensata que la primera y me retrate en el único método que el capitalismo comprende, por medio del consumo.
Me tomaría un café, uno de esos con leche condensada, dulce de leche, chocolate y azúcar, una “bomba”, como dicen, un empacho irónicamente suicida.
Y volvería de vuelta a pensar en mi abuelo, que no se despidió, y lo vería, lo veo... a caballo, al galope, en su hora alta.
Lloraría entonces las últimas gotas de mi ojo seco, y las guardaría en un frasco con el nombre de ella, la única, para que sepa que llorar, para mí, solo era concebible bajo su consuelo.
Y después me iría por Corrientes, hacia el río, pensando en Pessoa o Almafuerte, pensando en Bolaño o en Borges, o tal vez en Bukowski. No lo sé, no puedo saber en quién pensaría. Probablemente en todos y en nadie, y en ella, claro.

Y al fin, por primera vez en mi vida, sería la última vez en mi vida en que podría pensar en morir. Y por primera vez en mi vida, moriría.

domingo, 4 de abril de 2010

Buenos Aires (por Jorge Francisco Isodoro Luis)

Y la ciudad, ahora, es como un plano
de mis humillaciones y fracasos;
desde esa puerta he visto los ocasos
y ante ese mármol he aguardado en vano.

Aquí el incierto ayer y el hoy distinto
me han deparado los comunes casos
de toda suerte humana; aquí mis pasos
urden su incalculable laberinto.

Aquí la tarde cenicienta espera
el fruto que le debe la mañana;
aquí mi sombra en la no menos vana

sombra final se perderá, ligera.
No nos une el amor sino el espanto
será por eso que la quiero tanto.

Jorge Luis Borges