lunes, 23 de agosto de 2010

Dos muertes, la muerte

¿Cuáles son las cosas que se pueden lamentar? ¿Cuáles las que no?... ¿Con qué gracia divina nos protegemos cuando juzgamos el lamento ajeno? ¿Con qué gracia juzgamos?
Se me ocurren preguntas tras las muertes. Muertes que no necesariamente siento o sufro, pero que me modifican. Murió Rodolfo Fogwill el sábado 21 de agosto. También lo hizo Hugo Guerrero Marthineitz. ¿Lo hizo? Las cosas, hechas o padecidas, simplemente son. Murió Fogwill (como le gustaba firmar), y murió el Negro Guerrero Marthineitz (como lo llamaban).
Ambos dejaron hijos y dilemas. Los dos fueron queridos y resistidos, probablemente uno hubiera sido la resistencia del otro. Seguramente no se habrían querido. Y hoy la muerte los une en una fecha. Y como siempre, derrotero de piedades hipócritas, la muerte los pontifica. ¿La muerte? Diré más bien los vestigios de los vivos.
Ahora vuelven las preguntas, las mismas: ¿cuáles son las cosas que se pueden lamentar? ¿cuáles las que no?... Muchos llorarán a Fogwill, muchos a Marthineitz. Pocos a los dos, apenas los que no conocían a ninguno. Y habrá (ya las hay), voces que pululen por el vena negra. Digo: voces que critiquen, que interpelen: “¿a ése vas a llorar?, más bien llorá a este otro”. Y viceversa.
Al final, citando imprecisamente a Thoreau: “antes que amor, o que dinero, o fama, dame verdad”. Bien o mal murieron. Bien o mal, fueron lo que fueron.