sábado, 25 de agosto de 2007

Respuestas sin sentido para preguntas sin respuesta

Encontrar cosas para preguntarse es fácil e insoportable, es cuestión de parar un segundo en medio de la calle y ponerse a pensar de qué se tratan, por ejemplo, la mayor parte de nuestras costumbres.
Hoy, por lo pronto, me asalta una pregunta seudo religiosa (porque en Buenos Aires hasta las preguntas te asaltan). Resulta que mientras camino, ciertas veces, cruzo iglesias que han de estar hace años allí instaladas. Es curioso, lo sé, pero no voy a negar que la mayor parte de las veces (es decir cuando me doy cuenta de que allí hay una iglesia) yo hago una especie de seña o ritual con la mano derecha en forma de cruz poco precisa que termina formando lo que parece ser, se llama “sagrada trinidad”. En otro momento, menos hereje, voy a dedicarme a entender por qué es que sigo haciendo el ritual, pero hoy, o ahora que es más preciso, mi duda es técnica. El dilema es el siguiente: supongamos que yo vengo caminando por Rodríguez Peña cerca de cortar Córdoba, y sé (por conocer esa calle) que en los próximos metros hay una iglesia bastante agradable si de arquitectura hablamos. El dilema, estaba diciendo, es que cuando sé que voy a pasar frente a la iglesia me agarra una especie de nerviosismo o inquietud por no saber cuando debo empezar a hacer la señal de la cruz.
Dicha señal (ya explicada previamente por mí y supongo que por algún testamento o Papa mucho antes) se hace cuando se pasa por el templo, pero en qué parte de ese trayecto. O sea, hay más de veinte pasos transitables frente a la iglesia, en qué punto o paso preciso debo yo dirigir mi mano a la frente y luego al pupo para después ir a los hombros y terminar besando mi dedo gordo cual si fuera un chupetín.
Me vendría muy bien si algún miembro de la ¿“santa sede”? se comunicara con mi persona por medio de este blog y me sacara del brete de tener que debatir conmigo mismo dónde empezar a hacer la señal sagrada cada vez que paso por la casa de Dios. Prometo poner toda mi voluntad para no ofender a nadie pero creo sinceramente que esas imprecisiones no pueden permitirse en una institución tan antigua como es el cristianismo.
En el tiempo que haya que esperar, procuraré hacer la señal en el justo medio de la iglesia. Tal vez deje de caminar y me pare, así no pierdo las proporciones, o tal vez evite cruzar iglesias. Pero claro que hay veces en que yendo en colectivo no puedo evitarlo y ahí es aún más complicado porque hay menos tiempo y se requiere mayor agilidad para confeccionar cruces imaginarias. Dicho sea de paso, pregunto si es necesario ir por la vereda del establecimiento, o la cruz se puede hacer desde la vereda del frente. En el caso de que la sagrada trinidad sepa cruzar la calle sola habría que aclarar también si es requerido esperar a que no vengan autos que puedan dañar el emblema, quizás la señal rebote contra los rodados si no se la hace cuando el camino está libre. Todas estas preguntas, que las sé difíciles de responder, han de tener explicación y es por eso que elevo mi inquietud, siempre con ánimo expeditivo y para el bien del cristianismo.
En fin, agradezco el tiempo y en resumidas cuentas las preguntas planteadas serían:
1) ¿En qué punto exacto o en qué paso se debe hacer la señal de la cruz?
2) ¿Sirve una señal hecha en diagonal a la puerta de entrada de la iglesia?
3) ¿Se debe mover la mano apenas se pone un pie lindando con los ladrillos de la sede de Dios?
4) ¿Es cualquiera llamar “sede de Dios” a la iglesia?
5) ¿Vale la señal hecha desde la vereda de enfrente?
6) ¿Cruza, la cruz, la calle sola o se debe esperar al semáforo?
7) ¿Se puede hacer desde el colectivo?
8) ¿Es necesario abrir la ventana o pasa el vidrio?
9) ¿Existe alguna instrucción de Cortazar respecto del tema y no me enteré?
10) ¿No es contradictorio que la “Sagrada Trinidad”, sagrada subrayado, se consume con un simple movimiento de manos terminados en un beso de dedo mayor o golpecito en la frente?

He dicho. Espero no haber herido susceptibilidades y sepan entender que estas dudas me desvelaban, cada tanto (cada vez que pensaba en ello me daban ganas de escribirlo y las ganas de escribir cualquier cosa no me dejan dormir).

sábado, 18 de agosto de 2007

Oda a la ambición errada

Que no hay fondo en el abismo,
Pues abismo es puro fondo
Y no hay culpa en un bautismo,
Dios sabe de hacerse el sordo.

No habrás de buscar fulgor
En un paisaje de hastío.
No intentes tejer amor
En un amor ya perdido.

Donde manda la inocencia
No hay rancho ni junta aparte,
No hay rasgos de una experiencia,
No hay más que querer ser nadie.

De a partes enteras todo
Se va creando la tierra,
Solo lodo hay en el lodo,
Solo guerra hay en la guerra

Y a quien retruque mi canto,
Que de ojo y pierna se vale,
Que venga y me desafíe
A hallar juventud en añares

viernes, 10 de agosto de 2007

Ensayo sobre un viejo indecente

“Yo siempre llevo una botella de whisky conmigo y si algún extraño quiere iniciar una conversación en el colectivo, yo le doy un largo sorbo a mi escocés y lo espanto”, cuenta Charles Bukowski en una de sus primeras novelas “Factotum”. Esta es simplemente una de las tantas muestras del desprecio que Bukowski sentía por su sociedad.
Adicto al alcohol -a cualquier botella accesible-, adicto a la soledad –a su imagen de genio escondido en la oscuridad de una habitación-, adicto al insulto, al odio, a la pobreza, a las mudanzas, a todo aquello que nos suele incomodar. Pero ante todo, y sin pudores, adicto a la mujer, al cuerpo de mujer en sí. Sin prejuicios ni barreras, para Bukowski todas las mujeres son igual de atractivas y cientos de veces nos cuenta el escritor sus sinceros impulsos ante los distintos “pedazos de carne”.
“Todo en esa mujer era culo y teta. Dios o quien sea no se cansa de hacer mujeres y echarlas al mundo”, escribe.
Pero aún más interesante, cada una de sus descripciones y vivencias no son más que referencias autobiográficas. En diversas entrevistas, y una vez adquirida la fama, este “viejo indecente”, como el mismo se denomina, confesó que el 99% de las cosas que escribe las vivió. Allí se entera el lector de que los cuentos, las novelas y las poesías no tratan de un tipo creativo haciéndose el loco o el borracho, sino que cuentan experiencias de un enfermo, loco y borracho en serio.
Bukowski era un escritor maldito y único. Era feo (tenía la cara plagada de pozos y marcas, producto de un acné mal tratado en la adolescencia), lo dejaban las mujeres, lo echaban de los trabajos, hacía fortunas en el hipódromo y las perdía en el alcohol.
Pero nada de esto molesta, ya que quien lee a Bukowski sabe lo que va a encontrar y lo busca. Podrá ser obsceno pero por eso mismo lo leen sus lectores, porque esa es su poética inconfundible y porque los insultos o demás se desprenden solos de la situación, sin forcejeos o falsos enojos. Cualquiera pensaría lo mismo que el autor en las situaciones que se cuentan, la diferencia es que Charles lo escribe y lo confiesa.
Sin embargo existe quien afirma que Bukowski es leído sin compromiso, como a uno más de la literatura, como a un escritor menor que supo ser gracioso e insolente. Muchos creen que Henry Chinaski (alter ego del autor) no quedará más que en la memoria de unos pocos. Pero esos estudiosos, que con la mente fría sacan conclusiones, son presos de sus prejuicios o de formaciones religiosas estrictas que los obligan a indignarse frente a la palabra sexo. Peor aún si se encuentran con frases como “¡Cristo nena, que buen polvo! Oh, Cristo”, y después con la conclusión del mismo personaje “Yo no sé por qué Cristo siempre aparece en estas situaciones”
Pero más allá de conclusiones, mucho más allá del pensamiento promedio y de los conceptos morales trillados, se puede ver a Bukowski solo y triste por “la senda del perdedor”, escribiendo sus historias y pasado en copas de whisky. Charles era un solitario que solo quería insultar un rato al mundo, después de todo, ¿quién no quiso hacerlo alguna vez?

lunes, 6 de agosto de 2007

Confesión

Hoy necesito decir algo, es decir necesito realmente decir algo, con las venas y con la vieja sangre que ya no fluye por ellas; es decir con la garganta cuadripléjica pues no puede ni esbozar llantos; es decir -con más fuerza todavía- con mis dos ojos secos, ciegos, tristes y muertos.
Necesito confesar que ya no soporto más que su nombre se adueñe de mi nombre y de paso me arruine la estadía. Quiero gritar, desde que alguien la evocó por accidente, que es injusto lo mucho que me burla, aún sin saber que todavía existo.
Y lo peor, sin contar mi vida, es que ya ni hay suspenso, no tengo más dudas de lo que viene en esta historia inexistente. La única incógnita acaso es qué haré yo con esta rabia de nostalgia falsa, con esta tristeza por lo que nunca sentí. Melancolía por haber querido tener algo en que pensar, añoranza de recuerdos que no llegaron.
En resumidas cuentas: no sé cómo hacer para que me den una porción de mí que no esté infestada por su nombre. Ni las palabras me sirven pues sólo intento echar por letras la mierda que siento dentro, que es una mezcla de ella, con su cara, su apellido y todo lo que siendo suyo no fue nunca mío.
¿Por qué siempre lo mismo?, ¿por qué su cuento miserable haciendo fricción contra mis nervios?, y en el halo morboso de mi sufrimiento: su sonrisa de hotel lujoso haciéndome creer que es de trato personalizado.
¿Qué estoy diciendo?, ¿por qué me rebajo a la confesión de lo que no debe interesarles? Es que de allá abajo vengo y esta es mi crónica de lo que fue. Es el relato inmaduro de mi resentimiento tardío para con mi persona por no haberla convencido.
Y cuando pido olvido miento (como todos lo hacen al pedirlo) porque lo que pido en realidad es oportunidad y correspondencia a mi puta mala suerte.

Soy sol, tierra, agua y aire puro en un planeta en donde no existe la vida. Soy solo la imagen del lugar perfecto que podría haber sido de haber nacido mejor. Absurdo y prescindible, sal de mil mares.