viernes, 10 de agosto de 2007

Ensayo sobre un viejo indecente

“Yo siempre llevo una botella de whisky conmigo y si algún extraño quiere iniciar una conversación en el colectivo, yo le doy un largo sorbo a mi escocés y lo espanto”, cuenta Charles Bukowski en una de sus primeras novelas “Factotum”. Esta es simplemente una de las tantas muestras del desprecio que Bukowski sentía por su sociedad.
Adicto al alcohol -a cualquier botella accesible-, adicto a la soledad –a su imagen de genio escondido en la oscuridad de una habitación-, adicto al insulto, al odio, a la pobreza, a las mudanzas, a todo aquello que nos suele incomodar. Pero ante todo, y sin pudores, adicto a la mujer, al cuerpo de mujer en sí. Sin prejuicios ni barreras, para Bukowski todas las mujeres son igual de atractivas y cientos de veces nos cuenta el escritor sus sinceros impulsos ante los distintos “pedazos de carne”.
“Todo en esa mujer era culo y teta. Dios o quien sea no se cansa de hacer mujeres y echarlas al mundo”, escribe.
Pero aún más interesante, cada una de sus descripciones y vivencias no son más que referencias autobiográficas. En diversas entrevistas, y una vez adquirida la fama, este “viejo indecente”, como el mismo se denomina, confesó que el 99% de las cosas que escribe las vivió. Allí se entera el lector de que los cuentos, las novelas y las poesías no tratan de un tipo creativo haciéndose el loco o el borracho, sino que cuentan experiencias de un enfermo, loco y borracho en serio.
Bukowski era un escritor maldito y único. Era feo (tenía la cara plagada de pozos y marcas, producto de un acné mal tratado en la adolescencia), lo dejaban las mujeres, lo echaban de los trabajos, hacía fortunas en el hipódromo y las perdía en el alcohol.
Pero nada de esto molesta, ya que quien lee a Bukowski sabe lo que va a encontrar y lo busca. Podrá ser obsceno pero por eso mismo lo leen sus lectores, porque esa es su poética inconfundible y porque los insultos o demás se desprenden solos de la situación, sin forcejeos o falsos enojos. Cualquiera pensaría lo mismo que el autor en las situaciones que se cuentan, la diferencia es que Charles lo escribe y lo confiesa.
Sin embargo existe quien afirma que Bukowski es leído sin compromiso, como a uno más de la literatura, como a un escritor menor que supo ser gracioso e insolente. Muchos creen que Henry Chinaski (alter ego del autor) no quedará más que en la memoria de unos pocos. Pero esos estudiosos, que con la mente fría sacan conclusiones, son presos de sus prejuicios o de formaciones religiosas estrictas que los obligan a indignarse frente a la palabra sexo. Peor aún si se encuentran con frases como “¡Cristo nena, que buen polvo! Oh, Cristo”, y después con la conclusión del mismo personaje “Yo no sé por qué Cristo siempre aparece en estas situaciones”
Pero más allá de conclusiones, mucho más allá del pensamiento promedio y de los conceptos morales trillados, se puede ver a Bukowski solo y triste por “la senda del perdedor”, escribiendo sus historias y pasado en copas de whisky. Charles era un solitario que solo quería insultar un rato al mundo, después de todo, ¿quién no quiso hacerlo alguna vez?

1 comentario:

Nestor Luis Bermúdez dijo...

Ciertamente, quién no ha querido, eventualmente, mandar al carajo al mundo. Y quién mejor para hacerlo que Don Charles B. Y por qué carajo hay tanta gente sin cerebro que le critica tanto. El arte, y la literatura lo es, lo sabemos, es amoral, quiere decir esto que está más allá de diatribas ridículas sobre si educa o no, algún libro o autor.

Un saludo.