viernes, 19 de diciembre de 2008

Profeta de lo extraño. Acerca de la extrañeza como motor creativo

No sabría si decir que es una moda porque ya duró más de seis meses. Sin duda los primeros años del siglo XXI tuvieron como interrogante fundamental el por qué de las ideas. Todo escritor joven tuvo que responder alguna vez a la pregunta “qué te inspira”, o “por qué escribís”. Hay una búsqueda desesperada de un motor primario que opere como fuerza creadora. Un motor que puede ser muchos o no ser ninguno.
Lo que sí sabemos es que la literatura se da, y sin certezas de lograrlo, aquí arriesgo algunos motivos.
El psicoanálisis atribuye al polo pulsional la capacidad creativa, el arte para Freud o sus secuaces es una especie de resultado bastardo que aparece como daño colateral (o beneficio colateral) a un proceso del subconsciente. El hombre no crea, sublima.
Desde el lado de la filosofía, siempre obligados a creer que Nietzsche es el dueño de la verdad –la juventud es fácil de engañar-, caemos en afirmaciones que entienden al mito de Dionisio como metáfora perfecta de la fuerza vital del hombre. Claro que esta idea no termina de entenderse postulada de esta forma, pero siendo la filosofía una zona tentadorísima para charlatanes seudo intelectuales (no justamente aquellos a los que critica Bunge), se puede caer en la enunciación liviana. Con afán esclarecedor aporto que esa fuerza vital a la que se refiere Nietzsche es el impulso de vida que reafirma la existencia en tanto uno celebre la posibilidad de ser. Antes de llamarse nihilista, Nietzsche fue un ingenuo feliz, ¿o no?
Musicalmente hablando, el ritmo se sostiene en una matemática exclusiva. La forma de llegar a una pieza o a una canción depende de la musa de turno o del éxtasis que se alcance. La matemática exclusiva se desdibuja en este punto, pero sigue estando detrás de cada nota. “La musa no es una sola musa, ni es una serpiente de muchas cabezas”, canta Calamaro tratando de desmitificar el momento creador, justo antes de seguir su verso con una rima evidente conformada por la palabra cerveza.
Y así infinitas veces. Si no es moda es tendencia. No sé, en los sesentas todo texto rondaba alrededor de cuan comprometidos con la lucha política se estaba, o se escribía realmente bien un cuento que podría llamarse “La muerte y la brújula” y que nada tuviera que ver con el compromiso social.
Así se mueven la ideas, en conjunto. Y yo no puedo, por una cuestión estética casi, sentarme a escribir sobre un tema sin saber por qué llegó ese tema a mi discusión personal. Primero me pregunto por qué he de preguntarme de dónde viene la intención de escribir, de crear. Después, suponiendo que me convence la idea de que es una moda, me hago la pregunta en cuestión: qué me motiva, o qué motiva al escritor, a abrir el Microsoft Word.
Hace algunas semanas, en el ámbito de una clínica de escritura que se realizó en la Villa Ocampo, tuvo lugar una charla con la escritora Anna Kazumi Stahl. La misma tuvo como eje central el tema de la extrañeza y cómo opera ésta en la escritura. Primero habría que definir extrañeza, pero es una palabra tan transparente, tan definida en su ser y en su forma que no lo siento necesario. Apenas puedo mencionar que la extrañeza es acaso una remake del término otredad. Lo ajeno, lo que no pertenece y aún así se aprehende; motivados justamente por el hecho de no poseerlo. El segundo idioma que aprende una persona a los veinte o treinta años, el manejo del Chat para la bis abuela de una persona ya vieja, el sexo para cualquier debutante…
Stahl escribe en español, nació en Estados Unidos y allí se crió, su madre es japonesa y su padre, que ama la arquitectura japonesa, tiene antecedencia alemana. Esa es Stahl, casi una letra de tango, mezcla rara de penúltimo linyera y primer polizón en el viaje a Venus… y además entiende hablar a los porteños, y habla el castellano de Buenos Aires, pero tal vez no entienda a los españoles. Por si no fuera suficiente extrañeza, cuando le preguntan por algún escritor argentino que le haya llamado la atención no dice Borges de manera automatizada, como pareciera ser el requisito básico del intelectual extranjero que habla para un medio nacional.
Primer peligro: no confunda usted la extrañeza con lo raro. Raro es que un sapo fume en pipa y no lo contrate Marcelo Tinelli para bailar en su programa. La extrañeza en cambio se presenta con la íntima necesidad de abarcar algo ajeno. Es la mirada de quien no entiende pero sabe que en esa falta de comprensión radica casi toda potencialidad reflexiva que ese instante posee.
A esta altura me siento mal de haber escrito el nombre de Tinelli. Léase como una mancha.
Anna Kazumi Stahl utiliza el español para dar vida a personajes lejanos. En “Historia de un Yoshi” se apropia de las confesiones de un hombre (extrañeza original, como si Adán jugara a ser Eva y urdiera las mil cosas que habrá pensado antes de tentarlo con la manzana aquella). No conforme con cambiar el género, estira la edad, el hombre es un viejo en el lecho de muerte. Yendo más lejos aún, lo hace desagradable y soberbio, de una soberbia poética que se consuma en la última frase: “supe amar lo amable”. La escritora, vale aclarar, no tenía un ápice de esa antipatía.
Cual si fuera un gato, pero con más de siete vidas, Anna Kazumi abusa de su curiosidad. Las cosas le llaman la atención y siente el deber de describirlas, mientras que a la vez las crea. Escribir un cuento no es contar un mundo, es terminar con todos los otros mundos que el lector creía ciertos. En ese aspecto Stahl es una terrorista. Mira mucho, demasiado. Se concentra en lo particular de un vaso. Intenta hacer chistes torpemente e igual se ríe. Ella misma es un personaje lleno de extrañezas, acaso de todas esas que fue recolectando por allí. Lo suyo no es multiculturalismo, es inconformismo. Como si le bastara un día para dejar de ver como bizarro eso que conoció hace instantes. No le alcanza nada, salvo Buenos Aires, tal vez.
Oscar Wilde, extraño en su época, decía que amarse a uno mismo es una aventura que dura toda la vida. Anna no parece estar de acuerdo, para ella es como si no existiera un “uno mismo”, porque uno mismo es otros, es lo que tomó de esos otros; de nuevo la otredad pero moderna, alcanzable ahora.
Así es Stahl: múltiple, y encuentra en esas vastísimas posibilidades de ser, la fuerza creativa. Si alguien le pregunta por qué escribe, ella debería responder que lo hace para ir acercando las extrañezas del mundo. Esa es su musa, con más de misión que de musa, que se vuelve mandato y con el tiempo se transforma en temática.
Pienso que Stahl es como Groucho, tiene sus principios, y si no gustan tiene otros. Y de tanta mezcla, de tanta cosa cierta recolectada por ahí, Kazumi podría decir algún día en uno de sus cuentos -en uno que se encuentra consigo misma-, que sus historias “no siempre apócrifas” han hecho de ella una profeta de lo extraño.
Así funciona en ella, pero no sólo así. Pensar en algo es pensar aspectos de eso, nada más. Nos quedamos cortos de apresurados.

martes, 2 de diciembre de 2008

Dos Lluvias

I

Pequeños golpes,
gotas.
El cemento
impermeable
recibe.
El agua cae y rebota:
hacia abajo,
hacia arriba,
hacia abajo,
al charco.
Y golpes en crecimiento,
un tambor,
y los instrumentos del viento,
un rumor.
Las ramas hacen sonar la nada,
¿Suena la nada o suenan las ramas?
No importa,
la lluvia pasa,
la lluvia va.

II

Y en la línea vacía que deja el misticismo
un hombre insulta.
La lluvia realmente es mágica
cuando no nos caga la vida una baldosa floja.

miércoles, 12 de noviembre de 2008

Compleja

Las piernas cruzadas en una clara posición de feminidad. El pie izquierdo, en puntas, toca el piso; el otro –filosófico- se tambalea en el aire, tiembla levemente, apenas es un pie.
Por arriba de la mesa ella lee, toma el libro con una sola mano, con la agilidad de quien lo hace a menudo. Apoya la espalda en el respaldo, tiene el libro con la derecha y mantiene el pulgar entre las páginas como separador. La mano izquierda sostiene su cabeza, la frente de su cabeza, el peso de su cabeza.
Sus zapatillas son blancas, decoradas con garabatos negros desprolijos. Hay algo de moda en ese diseño. La remera es la prolongación de las zapatillas, mismos colores, mismos garabatos. Tiene la combinación ensayada para no tener que pensar qué ponerse cada mañana.
Todavía lee y yo la miro, las personas que leen me resultan hipnóticas.
En un momento levanta la cabeza y se acomoda los anteojos. Siente cómo le va doliendo la vista y por dentro insulta la tradición en la miopía de su familia materna.
Valeria es sofisticada. Lee en inglés, pide los cafés con el nombre italiano (mocaccino, ristretto, capuchino), pasea a su perro cuando cree que va a llover…. y mientras lee, escribe. Le discute al autor, siempre en silencio, la utilización de tal o cual palabra. Siente tener el derecho a ser soberbia.
Por ese entonces el pie danzante se detiene. Apoya ambas zapatillas en el piso y de un movimiento rápido se saca los anteojos, que luego guarda en el estuche. Cierra el libro y mete todo en la cartera, cartera blanca garabateada en negro, por supuesto.
Se para y va a la caja a pagar, Valeria no espera a que los mozos la atiendan, odia esas situaciones porque no sabe si leer o no, la amenaza de la pronta interrupción no la deja concentrarse.
Paga y pregunta por el baño. Tiene un apuro súbito por irse del bar, como si las líneas de su novela la hubieran espantado. No obstante, la biología manda.
Se acerca al baño, mira la puerta y el cartel colgado, la M mayúscula en medio de esa entrada. Va a entrar y se frena. ¿Mujeres?, se pregunta. ¿Esa M es de mujeres?, ¿no será de masculino?...bien podría serlo, piensa satisfecha. Entonces busca la otra opción, esperando encontrar la F del femenino, pero no. El custodio en ese otro baño es una H. Valeria se decepciona y decide entrar por la primera puerta.
Estira la mano y, al tocar la madera pintada de rojo, se contrae. ¿M?, reflexiona. Y después concluye: ¡Macho!... M de macho y H de hembra, ¿por qué no?.
Justo en ese instante glorioso en el que ella descubre la ambigüedad de los carteles, un chico pasa corriendo por su lado y entra sin pensar al baño tras la letra H.
La seguridad del nene la indigna, ni siquiera es hombre, dice, ni siquiera es hombre. Y entonces olvida su necesidad biológica y se va del bar a las puteadas.

martes, 4 de noviembre de 2008

La voz del poema

Hay sensaciones que hay que tener. Yo, sin ir más lejos, nunca había leído una poesía en público hasta este sábado. Guau!, si habrá sido fuerte la sensación que hasta creo que justifica la expresión "GUAU" en un texto.
Fue el sabado 1° de noviembre en la Gráfica Patricios, allí se leyó poesía durante toda la tarde sin cansancio. El motivo: exponer el trabajo relizado en los distintos talleres de poesía que coordina (increíblemente, a mi gusto) Romina Freschi. (pajaroslocos.blogspot.com.ar).
No es que tenga intención periodística, como parece expresar mi tono, sino que por momentos es importantes contextualizar, y más aún cuando hay responsables concretos de la felicidad de uno. Otra vez GUAU, no siento ser yo el que expresa tanta energá positiva.
Eso es, energía positiva... leer una o dos líneas basta. Un verso, micrófono de por medio, y la voz de uno flotando distinta en la inmensidad. Quedan al medio suspiros de aire que desgranan el cuerpo y lo hacen polvo cósmico. De la materia sólo queda el alma. El alma entonces es materia.
O tal vez exagero por mi fervoroso debut oral. La garganta confunde al pensamiento cuando se irrita de poesía. Yo, repito, tal vez todo lo exagero. De todos modos la vida se comprende cuando dentro hay poesía.

jueves, 30 de octubre de 2008

sombras

Se cae, rompiéndose de a poco cae
impacta contra el centro duro de mi arteria
y duele...
a poco a poco duele.
Al costado hay una vida,
la mía
-la de alguien que era yo-
pudriéndose
muriéndose
sintiéndose ser el abandono.
¿Es posible el dolor sin rencor previo?
La duda
las horas
los días
el mes
la forma
el beso
el abrazo
el enojo
las palabras
la pelea
el reencuentro
-los reencuentros-
la soledad de nuevo
y la nueva soledad...

Las ganas de haberse detenido en ese instante
y nunca,
y nunca más cortar.


Parece que al amor lo llaman sueño.




(a cata, la chica que me dio la poesía)

miércoles, 22 de octubre de 2008

Algunos Días Despues

Cuando no se prestan las ganas de escribir,
o lanzamos ciertas líneas y el azar las borra,
o creemos en la responsabilidad de perpetuar conceptos;
Todo sale errado,
Así sin fuerza,
Sin las esquinas pulidas,
Precario.
Es así como nuestra tenacidad nos reconoce necios
Y caemos en la maña de revisar,
De discutirnos,
De amansarnos,
De retomar las páginas que habíamos creído listas.
Y surge la demanda perfeccionista:
Corregir,
Tomar otro curso,
Pensar que habíamos pensado en otra cosa,
Cambiar el orden,
Modificar factores,
Censurarnos el impulso aquel.
Entonces las palabras serán otras,
Y las ideas, ya banales anteriormente,
Tomaran color de sauce
-¿quién conoce el color del sauce?-
Y se reacomodaran en la cabeza.
Luego así las “percepciones”
Serán nociones perdidas,
Al reverso y al revés,
Y de vuelta, y dando vueltas,
Lo designado menor,
En repetidos, sucesivos, cantos
Será lo enorme, lo gigante:
Menor
Menor
Menor
Menor
Menor
Menor
Menor
Menor….

El tiempo va cambiando no la forma, sino lo formulado.

miércoles, 15 de octubre de 2008

Para Jóvenes Letrados

Hace un tiempo estuve en el barrio de Palermo, comiendo con amigos en un restaurante al cual solemos ir. Dejé el auto en la esquina y le pedí al “encargado de la cuadra” que me lo cuidara. “Sí, son cinco mango papi” me dijo. Yo, inocente ciudadano, pregunté “qué eran cinco mangos”, advirtiendo que cinco mangos en sí eran sólo cinco mangos. Tanto: cierta cantidad determinada de frutas (mas de cuatro y menos de seis según entiendo) o bien podría significar cinco pesos. Se refería claramente al dinero. Le aclaré que no tenía esa plata, la tenía pero no para dársela a él pues si se la diera ya no la tendría. El muchacho, de voz finita pero intimidante, me dijo “si yo tendría ese auto no te amarreteo cinco mangos guampa”. Instintivamente le respondí “si yo tuviera ese auto, se dice”.
“Es lo mismo guacho”, anunció el chico, segurísimo de que era lo mismo y de que yo no tenía padre. Decidí no entrar en la contienda e ignorando su idea de mi “yo-guacho”, le di “cinco mangos” y dejé mi auto en las mejores manos, al ritmo de “Bombón Asesino” que sonaba en la radio del cuidador, quien, mientras me alejaba, gritaba “andá tranqui logi, yo te lo cuido”.

¿De donde vienen las palabras que empleamos? ¿Cuanto tarda un término en pasar de horrendo a estipulado?
Muchas de los vocablos que usamos hoy en día tienen su origen en un pasado no tan lejano. Palabras que hoy suenan habituales como “laburar” fueron delatoras de extranjeros cuando aún no se arraigaba la costumbre italiana. Más cercano aún, palabras como “chabon”, “chapar”, “transar”, etc. fueron novedades que necesitaron institucionalizarse en las juventudes de anteriores décadas. Así mismo es común escuchar términos que supieron ser agresivos como “boludo”, “joda” o “quilombo”, sin que nadie se sorprenda. Han perdido su fuerza o han cobrado gran valor, volviendo su significado más leve para permitir el uso indiscriminado.
Constantemente el idioma se modifica, se renueva, se re-significa. A costa de ser transgresor corre el riesgo, el lenguaje, de involucionar. Se auto destruye olvidando palabras clásicas o de uso preciso en ciertos casos, “una palabra mal colocada estropea al mas bello pensamiento” sostenía Voltaire.
No creamos, los jóvenes, que por ser el presente referente de actualidad tenemos derecho a basurear al idioma que nos concedió el habla. Michel de Montaigne, un escéptico francés, dijo alguna vez que “la palabra es mitad de quien la pronuncia y mitad de quien la escucha”. Adhiriéndome a ello, aconsejo a los jóvenes lectores que no olviden que al hablar no sólo escapan a su silencio sino que acaban con el silencio del otro.
Es cierto que hay determinadas cuestiones técnicas que nos obligan a renovarnos, como al hablar de las tecnologías. Pero no lleguemos al extremo de tecnificar los campos naturales de nuestra vida como al creer que charla y “chat” son sinónimos.
No nos queda más, a los nostálgicos, que aceptar la inclusión del “guachin”, “guampa”, “logi” o “tkm” cuando quieren decir “te quiero mucho”. No nos queda más que aceptarlo y reír o llorar en silencio.
Re-establezcamos la costumbre del diccionario, busquemos “inefable” si no sabemos qué significa. Acudamos a los libros para ver qué es “zozobra”. No hagamos de éste escrito sólo papel picado para la cancha.
Juventud nefasta es la que no sabe lo que nefasto significa.



* Zozobra: f. Inquietud, aflicción y congoja del ánimo, que no deja sosegar, o por el riesgo que amenaza, o por el mal que ya se padece.
* Inefable: adj. (del lat. Ineffabillis, indecible). Que no se puede explicar con palabras.

martes, 7 de octubre de 2008

Hoy


El mundo está a punto de estar por explotar
Ya está, aquí reflejado, el punto final.
Y es cierto, en parte nada va a pasar
Digo mundo por no decir mi nombre
Que cae de a cuotas en el turbio monte
Del desconsuelo usual.
Es de la tristeza de estar triste
Que se muere,
Es de sentirse inmerso en laberintos sin cruces
Que se acaba,
De verse una y otra vez en callejuelas con salidas evidentes
Enchastrado de melancolía falsa
Disfrazado de cuento de suceso habitual.
O inocente o locos,
Ya no quedan opciones,
La distancia, si existe, va de agudos a crónicos.
O inocentes o tontos, hay un solo binomio.
Hay querer o no querer,
Hay morir o no morir,
Hay ser redondo e infinito o no serlo…
Y es un continuo supuesto de ilusiones suceder
Lo que está por explotar
Dentro de mí,
dentro todo.

viernes, 19 de septiembre de 2008

Vida y obra de un genio cualquiera


Demasiada moralina, demasiada. Abuso indiscriminado del factor correcto. En esta sociedad, en esta o en cualquiera, se está matando a los genios. La moralina mata a los genios, los disipa, los censura. Por un lado la derecha: “¿cómo vas a llamar poeta a ese muchacho?, no viste usa la palabra pija! Pero por Dios, se perdió todo sentido de la estética”.
Por el otro la vanguardia (nótese que históricamente la vanguardia suele ser la izquierda, y en estados comunistas se trata de vanguardia oficial), “cómo puede ser que siga habiendo poetas líricos que respetan la métrica… pero meté corte y palabras del mundo real, como poronga”.
Demasiadas leyes. El genio no puede vivir, se le exige estar aquí o allá, pero no pendular.
“Hay que hablar de los desaparecidos, del compromiso social y la lucha por la revolución carajo!”, le gritan desde un lado. “Hay que hablar de la patria y de nuestros héroes, caramba!”, exclaman desde el otro. Y el genio, mientras tanto, quiere pensar en que él capaz no sea un genio, porque como él, muchos otros deben estar pensando que son genios, entonces se anulan los cupos entre sí. El sólo saber que hay otros considerándose genio lo excluye de la categoría. Pero eso lo pensó Pessoa antes, que tan genio no fue porque ni cuenta pudo darse de que era un verdadero genio. Otra vez la opresión, la culpa, el psicoanálisis. El genio quiere estar en paz. “La poesía es como la bosta, surge como producto de lo ingerimos”, piensa un día; pero lo agarra una señorita bisnieta de María Esther Vázquez (nombro al voleo, ni sé si tiene hijos) y le dice “cómo vas a escribir tal porquería”. El genio se siente culpable, el sólo quería jugar a provocar un rato, mostrar cómo salta el león cuando le dicen que tal vez el elefante merezca probar el trono por una temporada.
Al final olvida eso de la bosta y escribe, sin saber que plagia, que la poesía es expresión “liviana, alada y sagrada”. A los pocos días se encuentra con, digamos Mariano Llinás, hijo de Julio Llinás (poeta surrealista argentino), y este tal Mariano (que es director de cine) le dice que la poesía tiene que estar al servicio del subconsciente para despojar con papel todo el potencial del pensamiento humano, que deje de lado la inocente definición Socrática.
Demasiada moralina, el genio no puede ser feliz y sufre, reafirmando su condición de genio.
Véase, es bueno aclararlo en este punto, que la concepción de genio sólo puede concebirse para aquellos que escriben, el resto son bochos o tipos brillantes. Por lo tanto, sabiendo eso, el genio se pone a escribir novelas. Pero ya está todo escrito. El tema de los puntos de vista lo acaparó Faulkner, la copia a Faulkner ya la hicieron todos los escritores del boom latinoamericano, la novela epistolar no se la cree nadie porque ahora se usa mail, la tercera persona dicen que pasó de moda, la primera persona es la moda y no está bien visto que el genio siga a la manada, la primera persona del plural puede ser interesante pero el genio no puede evitar pensar como individuo único… deja la novela sin escribir.
Hace cuentos y los manda concursos donde mejor no ganar porque para ser genio hay que hacerse famoso póstumamente. Recopila su obra: sus poemas, sus inicios de novela (alguien luego inventará que jugaba con los conceptos de Macedonio), sus ensayos y las notas que escribía en los boletos de colectivo en forma de aforismo. Junta todo, hace varias copias, se lo da a su mejor a migo y le dice –mientras le guiña un ojo- “no publique nunca mi obra”. Por si acaso repite el ritual con tres o cuatro de sus amigos menos confiables.
Vuelve a su casa y se toma un whisky. Todo está hecho, en algunos años él estará muerto de tuberculosis (que intentará contraer), y sus obras serán leídas en más de treinta idiomas.
En una sociedad con tanta moralina, se hace genio el que sabe manejar el marketing.

lunes, 15 de septiembre de 2008

Lecciones de un mozo al paso

Lo primero es la distribución de las mesas, ahí se concentran muchos de los problemas y de las soluciones. En un lugar chico, ponele de dos mozos, es imposible que no haya celos con el tema de las propinas, porque el cliente, vaya a saber uno por qué, siempre prefiere un sector del salón a otro… qué se yo, a las viejas por ejemplo les gusta sentarse cerca de la pared, como si allí hubiera más seguridad o estabilidad imagino. Otra cosa de las viejas es que siempre prefieren mesa para cuatro, aunque estén solas… necesitan explayarse físicamente o algo, poner una bolsa por silla y que todo tu servicio esté a su disposición… Decir que las veo y me acuerdo de mi abuela, sino no sé, mirá.
Después… los treintañeros de traje se toman un cafecito para hacerse los cancheros con las mozas mujeres, como que se sienten seductores tomando su café, y concentran todos sus encantos en el pago de la propina… hay mucho de ritual, de protocolo en la relación que se establece con el camarero…., ahí hay otra cosa, mozos en realidad no, camarero, gusta más.
Pero bueno, te decía que da celos la distribución del salón porque si te toca, suponete, la parte fumadora siempre se gana más de propina, porque el fumar parece que opera como elemento de culpa y sienten que deben pagar más por el servicio.
A ver, qué se yo, puedo hablarte de muchas costumbres… por ejemplo si el salón está vacío y hay sólo una mesa sucia (que aún no levantaste porque está todo tranquilo y te da fiaca), y entra un cliente, con todo el salón a su disposición, no hay chance de que no elija la mesa sucia… no me preguntes por qué mierda hacen eso, pero es fija… la mesa sucia seduce más… no digo que se haga con conciencia, para cagarle la vida al camarero, no… pero se hace, sin dudas.
Otra cosa graciosa es cuando el cliente piensa que el camarero se olvidó de darle su vuelto de dos pesos, mamita, eso no pasa querido… el mozo lo hace a propósito, suponiendo que el cliente (sea o no tacaño) va a resignar la plata e irse… pero podés creer que te lo reclaman: “mozo, mi vuelto”… y no te hablo de gente que gasta 4 pesos y quiere su vuelto, no… te hablo de gente que gasta 28, o 38 mangos, hasta 48, y quieren sus dos mangos… El argentino cada día está más rata te digo eh… el otro día hablaba con un yankie que entró al bar y me contó que allá dejan siempre, como mínimo, el 20%... eso sí es propina… y acá te reclaman dos sopes, es el colmo.
Y mirá que los turistas varían eh, el yankie, como te dije, deja mucho, gasta 50 y te deja 10. El español es más tacaño, como el argentino casi. Los brazucas pagan bien, el 15 dejan en general.
Y después, dentro de argentina, las que más dejan son la viejas paquetas, aunque no falta la pretensiosa rata que es capaz de dejarte 10 centavos, te juro, 10 centavos, pero hay que ser hija de puta, mejor no dejar nada a dejar 10 centavos, escuchame. Y bueno, los pibes jóvenes de traje pagan lindo si es que los atiende una linda mina que les histeriquea un poquito… si serán babosos… bah, yo también, uno paga más contento si te dan la cuenta y acto seguido ves como se aleja un buen culo con tu plata… lo vale, seguro que lo vale.

viernes, 5 de septiembre de 2008

Cuando Miro

Yo, que te miro, lo presiento:
que tú, siendo mirada, lo que sientes
es que yo, mientras miro tu mirada,
presumo cosas que no están fundamentadas.
Mas tú, que sólo callas y que esperas,
ignoras de mi mente los rincones
que me dicen que te miro por entera
simplemente por el goce de tus dones.
Mas tú, que sólo callas aunque a veces ríes,
no dejas nunca que la ansiedad confíe
cierta verdad, cierta opinión, cierto escondite,
cierta razón que sin razón no me permites.
Y yo, que sigo empecinado en mirar, veo
que tú buscas al costado del camino
a otras personas, a otros “otros”, a los niños…
a cualquiera que camine por mi limbo.
Pues aunque tú, que miras y que callas, veas
que no hay nadie más que yo en la cercanía,
te supones otras gentes en la vía
y te aferras a esa ausente compañía.
Entonces yo pregunto qué te espanta,
mas no respondes, agarrada a tu vergüenza,
y yo acerco mis labios a tu boca
acaso como cómplice estrategia.
Y tú olvidas esas falsas amenazas,
respondiendo a mi beso con tu beso,
olvidando un rato al ojo, que es balanza,
y quitándole al entorno relevancia.

martes, 26 de agosto de 2008

Ajenidad

Salpica libre el sol
Oh, malta pecadora
Corre el cuento de niño que fumiga,
Calumnias de ajenidad
¡Hermana!
¡Hermana tierra!
¡Hermana!
La calle se va con otros
Y queda solo mi velo
Mi angustia
Mi ajenidad
De la luz
Que va
Que cae
Que sobra
Que baña
Que inunda
Que muestra
-¡Feroz!-
El trueque de hielo inédito,
Un Amanecer de mí,
Un Atardecer de usted,
Yoes de penumbras muertas,
Ajenidad,
Grito,
¡Ajenidad!
Perfume de hora larga y tuya
Manifiesto de vacío
El devenir.
Ruido,
Decepción y ruido.
Indígena de modernidad,
Moda nueva de recíprocas fealdades
Todo, nada,
Nada, todo
Diminutivo de luz,
Y correr de nuevo,
Hermano escape,
Prima persecución,
Ajenidad,
La voz de dios veloz
Se interpone peregrina,
Marea sublevada,
Y el resto
El todo
Ajenidad.

martes, 19 de agosto de 2008

Lapsus

A la mierda mi intención de unidad estética. ¿A alguien le molesta tanto como a mí que Marcelo Birmajer publique nuevos libros todos los meses?... Suficiente, carajo. Tomate unas vacaciones y dejá de hinchar las pelotas con tus historias de hombres casados o de amor o de seudo nueva literatura beat.
Eso es todo

miércoles, 6 de agosto de 2008

Transición

Cuando Felipe Moro salió de su casa, camino a realizar su excursión diaria por Arenales, no notó que esa tarde el cielo volvería a perderse como aquella vez en la que un don maldito le fue impuesto.
Encaró por Junín hasta encontrar su calle, y una vez allí recuperó su postura misteriosa, su aura de persona oscura que hacía que la gente, si es que lo notaba, cruzara de vereda para evitar una mirada o para negarle el contacto. El barrio huía de Felipe con más espanto que disimulo desde la tarde en que él, luego de mirarle los ojos a un anciano, escondió el rostro en lágrimas de culpa mientras el viejo se golpeaba el pecho, intentando inútilmente reanimarse, y con el último aliento ya extraviado.
Felipe, en las afueras de su calle predilecta, era una persona común y corriente, de esas que trabajan sus buenas horas para comprarse una televisión, que quieren a sus amigos y piensan que la familia está primero. Pero en Arenales se oscurecía, casi sin notarlo e indefectiblemente. Llevaba una vida tranquila, hasta que una atracción inentendible lo llevaba siempre a cierto corredor y todo se volvía noche, en un estado de trance semi-inconsciente que derivaba en la repulsión de los vecinos de Recoleta.
Una vez que abandonaba Arenales volvía a recuperar su sociabilidad y era amable con quienes se encontrara, pero su desagradable postura anterior hacía que todos terminaran por rechazarlo y él no lo entendía, o acaso no sabía que la calle era más dueña de él, que él de ella.
Todos los días tomaba su sendero, o su destino, e Iba a paso lento y con la atención despierta, poniendo uno tras otro los pies en las baldosas que se sucedían torpemente. Desde aquella muerte repentina del anciano sus hombros se encorvaban al caminar, y la mirada estaba siempre en la vereda, en la pisada inmediata. Un sombrero gris bajaba en diagonal por su cabeza, cubriendo uno de los dos ojos que de de algún modo tomaban un color oscuro. Sus manos se refugiaban en los bolsillos de un piloto negro que destilaba un místico olor de antaño. La vida alrededor recrudecía.
Esa tarde el cielo volvería a perderse, pero él no lo sabía. No había hecho dos cuadras cuando los autos se detuvieron por completo. Las personas, las pocas personas que había por allí, también se quedaron detenidas, como estatuas vivientes pero sin la expresión de vida en el rostro.
Lentamente una larga nube negra cubrió el cielo, quedó opaco el firmamento y la ciudad se hizo de sombras. Luego asomaron los relámpagos, advirtiendo a los truenos que después hicieron retumbar a los edificios.
Al cabo de algunos pasos, Felipe Moro se percató del inmenso cuadro al que pertenecía. Notó la pausa del entorno recordando la primera vez y comprendió que allí imperaba la misma magia cuando vio flotando debajo de la boca de un portero a una bola de saliva casi verde que no había completado su carrera al suelo.
Paró entonces Felipe de caminar. Miró a los costados y se descubrió en una esquina. El cielo seguía sumando grises y los relámpagos y truenos ahora eran simultáneos, los ruidos que pertenecían a luces anteriores se fundían con nuevos destellos. Los estruendos y resplandores dejaron el redoble, formando una marcha de continuo explotar.
Sólo Arenales estaba negra y detenida. Los cruces, sabía Felipe, tenían aún la vida y el devenir de ese Heráclito tan constante como inconstante.
De pronto un halo de luz roja atravesó las nubes y se estrelló a cien metros de Felipe, que resignado supo lo que venía. En ese instante todo se detuvo: los cruces, los relámpagos violeta que decoraban el ambiente, las piernas de Felipe, sus manos y su cabeza; sólo sus ojos podían moverse, pero sin libre albedrío, sino que guiados por una fuerza mayor.
Una figura roja, sin mayor silueta que los movimientos del fuego, se acercó al hombre. Pareció mirarlo y olerlo, pero sin ojos ni nariz. Lo rodeó, escrutando cada minúsculo detalle, y al final del examen pronunció lo que parecieron palabras y Felipe interpretó así.
-Me dicen que no miras a la gente.-
Felipe no contestó, pero ese fuego leía las respuestas y entonces continuó.
-No nos sirves si no miras a la gente… ¿Crees que podrás levantar la cabeza mientras caminas por Arenales y mandar a tus vecinos con nosotros?-
Nuevamente silencio.
- Los encargados de las otras calles no se han quejado en absoluto… mandan al menos diez por caminata, pero tú… sólo uno… ¿piensas modificar esta actitud o tengo que buscar a otro?- Volvió a preguntar el fuego a voz de estruendo.
Pero Felipe seguía sin contestar, y entonces la masa luminosa y amorfa echó un grito que parecía significar: “Como desees”, y luego los relámpagos y truenos se esfumaron, dejaron las nubes el cielo y las cosas retomaron su rumbo.
A Felipe ya no le sonaban en su cabeza los reproches en forma de ruido de aquel demonio. Lo último que vio antes de caer al suelo, cuando su cabeza se estrelló con el cordón, fue a la mirada desconcertada de aquel portero que se enfocaba directo en sus dos ojos, que iban perdiendo el color negro, conforme Felipe iba perdiendo la vida.
Desde aquel entonces algo cambió en la calle Arenales. La de Felipe fue la primera de las muertes que precede a la larga lista de víctimas fatales que de algún modo comenzó a labrarse desde aquel día.
El portero por su parte sigue escupiendo, pero sus gargajos ahora siempre tocan el suelo, y su mirada baila contenta desde sus ojos, que miran alegres desde su cuerpo, ahora encorvado, oscuro y misterioso, pero feliz, mucho más feliz que cualquier chico con juguete nuevo.

viernes, 18 de julio de 2008

La provocación del ensayo

El género “ensayo” supone para mí varios inconvenientes embarazosos, no obstante creo que me está destinado (o al menos siempre que quiero escribir una monografía termino haciendo ensayos porque no puedo prescindir de ciertas opiniones y determinados estilos).
El primero de los inconvenientes que me significa un ensayo es la pérdida de amigos o simpatías. No encuentro la manera de dar forma cordial a ideas que en esencia son agresivas e insultantes. Pasa que a menudo mis ensayos nacen desde lo negativo; es decir, no surgen a partir de una idea que se me ocurre, sino que aparecen como inevitable respuesta a una propuesta de algún otro con el que no estoy de acuerdo. Tal vez sea por mi personalidad desagradablemente descalificadora (notarán que hasta de mi mismo), pero lo cierto es siempre tengo un impulso dispuesto a contradecir y muy pocas veces a reafirmar o adherir.
Dicho esto se entiende fácilmente cómo es que se pierden las simpatías que referí antes: un amigo, por ejemplo, publica un texto en el que plantea que “El túnel” de Sábato es de las mejores novelas argentinas de la historia, y que su implicancia –además de social- es fundamental en la literatura de habla hispana. (Doy este ejemplo como muestra clara de mi tendencia a exagerar, ya que no creo que nadie plantee semejante estupidez). De todos modos lo que cuenta en este caso es la actitud que yo tomaría, que sería la siguiente: leería varias veces el artículo solo en mi cuarto y reprochando en voz alta cada cuatro líneas, intentaría volver a leer “El túnel”, volvería a reprochar para mí mismo, y me pondría a escribir el contra artículo. Comenzaría por lo cómodo y contento que estaba en mi casa, hasta que un conjunto de palabras azarosas se cruzaron en mi calma, bajo la forma del ensayo escrito por tal amigo mío. Después confesaría que siempre tuve estima a ese amigo y que no puedo entender cómo fue que dio con tan obvio equívoco (el de la supuesta importancia de aquella novelita). A partir de ahí convencería al lector, y a mí también, de que mi amigo debe haber sido siempre un bruto y yo no me di cuenta. Luego daría dos o tres nociones de por qué me parece tan estúpido su ensayo (alegaría que en realidad no hacen falta argumentos), y finalmente supondría que mi camarada sólo tuvo una mala tarde y que no debemos juzgarlo (de todos modos le recomendaría leer “Zama” de di Benetto, o incluso alguna de García Márquez –usaría el término “incluso”-).
Si dicho contra artículo fuera leído, probablemente perdería el favor de mi querido amigo, o al menos tendría que reparar mi ofensa diciendo que era sólo una broma.
El segundo inconveniente que suponen los ensayos es que me voy por las ramas, y está permitido irse por las ramas, dándome a mí la posibilidad –que uso muchas veces- de abandonar el ensayo y continuar el texto en forma de cuento en primera persona en el que un hombre (un protagonista tremendamente vanidoso y soberbio) se enfrenta al terrible desafío de expresar sus ideas para salvar a un amigo que está a punto de ser condenado a muerte. En dicho cuento, el protagonista –una especie de abogado escritor- alega que su amigo es demasiado estúpido para ser culpable de algún delito y luego condenado a muerte, tan estúpido que hasta cree que “El túnel” es una gran novela, remataría el defensor.
Y entonces tendría un nuevo ensayo devenido cuento para sumar a la colección de relatos sin razón de ser; pero no tendría el ensayo que en primera instancia había querido escribir.
El tercer inconveniente es que soy tremendamente estructurado, y creo que las ideas sólo son consistentes si se pueden expresar al menos con tres puntos fundamentales.

Por esto, y por evidentes falencias técnicas e intelectuales, es que no puedo escribir ensayos que me dejen conforme, o que al menos no me hagan perder amigos o privarme de posibles amistades. Solamente escribo cada tanto un compendio de ideas borrosas que se caen ante la primera refutación. Ideas mal expresadas y que ni siquiera quedan lindas, sin humor, arcaicas y básicas. Puedo afirmar que un ensayo escrito por mí es la mejor manera de definirme: algo que nunca termina de ser y que su propia falta de definición lo define.
Los conceptos están, las percepciones las tengo, pero todas atadas a mi desacuerdo con el resto. Únicamente tengo contra ideas. Respuestas que nadie pidió, polémicas gratuitas. Por ejemplo, cuando leo algo sobre la poesía y se dice que es una manera de evitar el dolor de cabeza, pura expresión sin filtro en donde todo vale por el simple hecho de haberse ocurrido, un juego entre una cosa y otra, bajo relaciones lúdicas que en lo profundo no guardan ninguna relación con algún sentido. Sí pienso que en la poesía hay expresión, pero con ciertas reglas –que se pueden romper con conciencia de estar siendo avasalladas-. No es de retrogrado, es de obsesivo, de histérico. No soporto que alguien crea que cualquier resultado salido de la mente humana es valioso de por sí. Las cosas sin razón de ser que las engrane el psicólogo. La literatura no es el lugar liviano en donde las personas con problemas de realización social mandan todas sus insatisfacciones en forma de sonatina y dicen hacer poesía por poner la frase “estoy muy triste” con cortes en el medio:

Estoy
muy
tris-te

hete aquí que cualquier hijo de vecino es poeta, y de los buenos si se animara una rima:

…Estoy
muy
tris-te
…hoy

hete aquí el Quevedo del siglo XXI.
Como verán, no miento; sólo tengo contra ideas, sólo concibo polémicas. Leí en algún lado que la poesía es un bálsamo terapéutico, una droga contra las malas experiencias que calma la pena y que nada cuesta, accesible a cualquiera. No. Llámenme aristócrata, facho, o soberbio; pero la poesía será para que la lea cualquiera (no por eso la disfrute), y no para que la escriba cualquiera. Descreo de aquellos que sienten ganas (que llaman “ganitas”) y se pone a combinar las cuatro palabras que conoce del diccionario. La poesía es inaccesible, la poesía es un libro cerrado al que no se podrá llegar nunca más, la poesía ya está hecha.
Lo que resta son nuestros poemas vivientes, nuestra generación de homenajes sin pretensión que así –aspirando a nada-, algún día tal vez se filtren en aquel libro sellado. Los poemas son para todos, incluso para mí; la poesía no (o al menos no me siento digno).
Y después de entendido esto, cada uno lo que quiera. Sus imágenes mínimas, sus bálsamos terapéuticos, sus manchas en la hoja como poema visual, etc.
Yo elijo respetar de otra manera al lenguaje, elijo aferrarme a formas antiguas, sentir el ritmo como una música, construir el sentido antes que la forma –pero construir después la forma-, atarme a ciertas reglas para poder llegar a algo a pesar de esas reglas, jugar conjugaciones, pecar con culpa, leer cientos de veces más que escribir, ver en la literatura el más dulce de los horrores, la pasión más desgarradora, el estrés más mágico.
Elijo vivir de letras, y con ellas polemizar, y con ellas congeniar.

miércoles, 9 de julio de 2008

Palabras para recordar metafísicamente a Macedonio Fernández, no muerto en batalla.


Qué fue de ese zapallo,
Macedonio,
Que habiéndose hecho cosmos,
Y de a poco,
Fue abarcando los buques y la tierra,
Y creciendo más que el mundo que lo diera.

Qué fue de ese zapallo,
Macedonio,
De crecimiento incesante, hasta infinito,
En cuyo espacio diáfano albergaba
La personación del cosmos y su póker
Jugado desde dentro y compartido.


No bien era una cosa,
Ya era otra,
El zapallo se hizo cosmos y poema.
Entonces yo pregunto,
Macedonio,
Qué fue del vegetal donde vivimos.
Si crece aún o dio por terminada
Su existencia abarcativa y populosa.

Qué fue de nuestro mundo calabaza.
Tal vez nació, fue el universo y explotó,
Explotándonos a todos dentro,
Y si ese acaso –posibilidad- pasó,
De dónde saco la pregunta que te doy,
Qué fue de tu zapallo,
Macedonio.

lunes, 30 de junio de 2008

Si yo fuera un optimista...


Le daría al tiempo un abrazo agradeciendo todo esto. Le daría un golpe de manos fuerte, un choque los cinco. Tal vez le diría “muchas gracias” o quizá la vergüenza me hiciera callar, como al ver a un famoso.
Le daría al tiempo un afectuoso “¿cómo estas?”. Un guiño al tiempo aquel que me tuvo navegando entre mil botes de amistades multinacionales.
Y soltaría luego una lágrima, y después quizás otra. Esas gotas serían metafóricas porque tengo el ojo seco. Pero sentiría el calor caer y pensaría en el buen amigo tiempo, ese que transcurre en el pasado y que va formando hojas a las cuales recurro cada tanto.

viernes, 20 de junio de 2008

Perdón, literatura

Como es sabido por la comunidad literaria, o al menos por cierto sector de la misma, desde el año pasado se edita, junto al diario La Nación de los sábados, la revista cultural “adn”, cuyo director es el señor Jorge Fernández Díaz.
La última semana, la revista tuvo como nota de tapa un informe sobre los “escritores” mediáticos, aquellos personajes públicos que aprovechan su fama para inmiscuirse en el mercado editorial y creerse escritores. El hecho de que dicha temática fuera la central de la edición podría haber pasado sin más relevancia, a no ser por la editorial del “de pronto escritor reconocido” (Fernández Díaz) quien explica en su columna que si en la tapa se presenta una nota sobre los mediáticos, y no un artículo escrito por el británico Julian Barnes (de reconocida importancia mundial) sobre el francés Gustave Flaubert (reconocido clásico de la literatura universal), es porque –simplemente- el mercado lo demanda.
El director de “adn cultura” titula su editorial “Perdón, Flaubert”, y sostiene en ella que le encantaría que el francés fuera nota de tapa pero la revista “no solo está dedicada a rescatar lo excelso del arte y la literatura. También está obligada a registrar y desentrañar las grandes tendencias sociales y culturales”.
Me pregunto si es esa la verdadera misión de la revista “desentrañar las grandes tendencias culturales”, o si acaso es sólo un argumento esgrimido por un periodista que no tiene el coraje suficiente para decir “esta revista que dirijo no está tan interesada por la cultura como sí lo está por aumentar el número de lectores del diario, es decir de consumidores”.
Claro que tal sinceridad no sería bien vista por los lectores fervientes que cada sábado creen estar poniéndose al día con el mundo cultural y nutriendo sus intelectos con las más refinadas críticas literarias.
Hoy todo se justifica en el mercado, “tratamos tal autor de cuarta porque si la gente lo lee es relevante en la sociedad”, dicen los encargados de justificar una elección de contenidos que, por el solo hecho de tener que ser justificados, se evidencia que algo anda mal.
Fernández Díaz sostiene que el mercado y la literatura tienen que ver, que los une una relación semejante a la que tienen los perfumes con los shoppings, porque los libros –incluso la literatura- se venden y se compran, conformando así el mercado. Pero no tiene en cuenta que en grandes ocasiones muchos libros no ven la luz, o al menos la luz editorial, sin dejar por eso de ser literatura. Y olvida también que muchos libros, que son vendidos y en grandes cantidades, no son por eso literatura.
Tal vez mi indignación se base en que pudiendo ser Flaubert, en la tapa están De la Puente, Peña, Wainraich… todos esos que aparecen en la televisión y que incluso confiesan no tener intereses literarios. Se pueden llamar libros, porque la encuadernación así lo muestra, pero no caigamos en la ignorancia de llamarlos literatura. Si seguimos esta senda de títulos imprecisos, no me sorprendería, terminemos llamando clásicos a aquellos que vendan más… y entonces tal vez Flaubert, Balzac, Stevenson o Verne terminen por convertirse en rarezas de la antigüedad.
Analicemos los fenómenos editoriales, pero no nos dejemos confundir. Que millones de moscas coman mierda no significa que esta sea rica. Si el consumo describe a una sociedad, descreamos de la sociedad, pero no desvirtuemos la cultura. Dios quiera –o quiero yo-, la literatura no se vuelva espejo de nuestras costumbres.

jueves, 29 de mayo de 2008

Tercer Poema Inglés (en español)




III

Un velador sostiene el alba fresca, sobrevivo la noche bajo un sol eléctrico.
La noche, como sueños, es siempre inédita. Sabe desterrar la vida con sus juegos satánicos. Lo divino y lo terrible conviven en la oscuridad.

Yo me alejo de vos, viéndote alejar.
Después te busco, pero el día te renueva la otredad.
Me alejo entonces, tratando de ser yo el que se aleja, pero vuelvo la mirada.
Llega la noche. Está el velador y yo. Hoy no viniste pero te traigo: sos mis palabras.
Ya nunca te irás.
Leo un libro y creo que me hace falta algo. Escribo.
Con la luz de un sol real me despierto y recupero la eterna desilusión:
Siempre he despertado sólo.

Entonces miro el reloj y recupero cierto aliento. Las horas no me importan. Yo existo al menos para mí.
Oigo que alguien habla de fusión. Me acuerdo de quererme.
Tomo papel y lápiz y construyo mi laberinto.
Mi arte es mi ser, mi arma, mi esencia. Quien quiera mirarme a los ojos ha de entornarlos a mis páginas, torpes, pero precisas.
Y ahí entonces es cuando la recuerdo, no como obsesión sino como compañera.

Muy a mi pesar, pero maduro, comprendo que la quiero.

jueves, 1 de mayo de 2008

Ocaso

Como si fuese poco el tiempo, además hay que vivir.
Resulta que Alejandro, dado a sus desventuras mentales, decidió hablar de sí mismo en tercera persona: "tal vez no se entienda si es un cuento, una confesión o una bipolaridad, este modo de cantar".
Pero una vez escrita la primera frase descubrió que terciarizar es un termino cuasi económico, y se sintió frívolo, empresario y marketinero...
"Vos sos un tipo raro", le hubiera encantado que alguien le dijera... pero ni a tal punto de excentricidad llegaba su desmesura particular.
"Ni extraño, ni normal, soy apenas un seudónimo", arriesgo en una vigilia de día martes. Pues los martes tenían eso, sin importar lo que pasara durante el día, la vigilia sería reveladora.
Y así, un poco tirando la idea de los pelos, se dio Alejandro a la aventura de inventar un cuento que, sin ser cuento en realidad, no fuera nada y aun menos confesara... sólo así, sin sentido, encontraría encauzar su desvelo de día feriado.

miércoles, 16 de abril de 2008

El rio


Y para acá o allá,
Y desde allí otra vez,
Y vuelta y vuelta,
Surge soberana
La tierra de mi piel,
La vacua y vana
Y terca soledad que envuelta
En gana,
sobrevive a nuestra miel
De enferma y sana
Relación de pura sien
Pero con ansia
de terror, de olvido
Y de jactancia,
En donde todo es vuelta y vuelta
Soberana,
Sobre la sombra inmóvil de mi cama
Que guarda poesía
envuelta y larga
arriba mío o tuyo aquella sabia
de tronco de nogal, madera amarga,
que emana para mí la suave magia
De quererte entre mi letra y mi arrogancia.

Pues esta confusión muestra dos bandas:
La intelectual, muy fiel a mí, que no me cansa
Y me reprocha el hablar sin la elegancia
esperada en cierta casa o cierta estancia.
Es el hablar sin el sentir, a voz que, mansa,
Se repliega en el saber dando distancia.
Y pregunto, ¿es expresión o es ejercicio?,
El jugar con las palabras y los ritmos,
El mostrar en poesía cierto vicio,
Y contar lo que se cuenta en simetría,
O mostrar el sano juicio o artificio
De inventar con el lenguaje la alegría.
Ya una vez entrado en vasto mundo
La cuestión se retuerce por completo,
Y se forma un debate vagabundo,
Y adscribir a una escuela es el decreto.
Y se vuelve ahora hábito y usanza
-siendo patria de extremistas y de huecos-
Defender a una postura a ultranza.
Verso libre (o prosa), dado sin nostalgia,
o rima veterana, en danza
de métricas y normas varias
de sonetos, tradición, y no vanguardia;
de Quevedo, de Machado o Garcilaso
de aquel Borges, de Manrique, o de Unamuno;
de academia, de respeto, de cuadrado;
y de aquellos que fundaron el futuro.
O tal vez alternativas y anarquía,
O tal vez la nunca rima y siempre arritmia,
Poesía del fluir de las ideas
Y del fruto de la mente y la belleza.
Con palabras en formas y en maneras
Que a la vista se mostrara la destreza;
Fue Juanele, lo fue Whitman, o Neruda
fue Bukoswki, lo son varios, fue Girondo.
Y destaco en Oliverio lo profundo
donde el barro sublevado se resigna
a entender el verso libre en forma digna;
y a sentir que algo hay en ese mundo.
Pues “se miran, se presienten”, o “destino”,
dan la nota, dan también la forma insignia,
y rebajan a la crítica al mal tino,
Y una vuelta que se vuelve, me retuerce,
Se repite, se acomete, se envejece,
Se interpone, se rebaja, se amotina,
Se recuerda, se refleja, desvanece,
Y se encuentra, se refuerza y se aglutina.
Y se explota, se extermina, y amanece.

Nada es dicho,
Si la emoción se inventa.
Todo es forma,
todo es plagio o es mentira;
Y el que fue que me inventó,
lo soy de vuelta,
Hoy soy dado a lo que dan las poesías.

miércoles, 9 de abril de 2008

De Girondo

Hoy descubrí a Girondo, y me apena confesarlo, que a veintidós años de vida recién descubro a Oliverio.
Fue por casualidad, o por afán de curioso, pero leyendo en reseña biográfica leí también un poema, “Destino”.
Y entonces recordé “Se miran, se presienten”, y entonces descubrí que habiendo estado allí, siempre cerca, yo nunca antes había reparado en él.
También leí sobre cierta enemistad con Borges, que no me interesa corresponder con opiniones.
Tuve la dicha, esta tarde, de descubrir a Girondo y, como cuando se descubre un amor –que parece ser el único aunque no vaya a serlo-, festejé en mi intimidad.


DESTINO

Y para acá o allá
y desde aquí otra vez
y vuelta a ir de vuelta y sin aliento
y del principio o término del precipicio íntimo
hasta el extremo o medio o resurrecto resto de éste a aquello o de lo opuesto
y rueda que te roe hasta el encuentro
y aquí tampoco está
y desde arriba abajo y desde abajo arriba ávido asqueado
por vivir entre huesos
o del perpetuo estéril desencuentro
a lo demás
de más
o al recomienzo espeso de cerdos contratiempos y destiempos
cuando no al burdo sino de algún complejo herniado en pleno vuelo
cálido o helado
y vuelta y vuelta
a tanta terca tuerca
para entregarse entero o de tres cuartos
harto ya de mitades
y de cuartos
al entrevero exhausto de los lechos deshechos
o darse noche y día sin descanso contra todos los nervios del misterio
del más allá
de acá
mientras se rota quedo ante el fugaz aspecto sempiterno de lo aparente o lo supuesto
y vuelta y vuelta hundido hasta el pescuezo
con todos los sentidos sin sentido
en el sofocatedio
con uñas y con piensos y pellejo
y porque sí nomás

Oliverio Girondo

martes, 1 de abril de 2008

Vida y obra de la intolerancia

Al fin, la violencia que faltaba. La sombra de un nuevo dictador sobre la patria, ahora que cualquier sombra o cualquier dictador sobra a la patria.
Un bombo o un platillo, la vida de los estruendos, los golpes y el chantaje.
Hoy me siento responsable de algo que no hice. Vi en las páginas de diarios a personas desbocadas, salidas de su condición de humanos, repartiendo trompadas en una plaza pública. Vi también un escenario lleno de gente partidaria de un solo lado. Después escuché, cuando cesaban los bombos, que una señora –ofendida con su condición de señora- pronunciaba a voz de discurso palabrerío infundado que tenía como objeto hacer entender fascismo donde hay una protesta social. El descrédito a una manifestación por el hecho de estar conformada por gente disconforme con el bloque que dicha señora precede, o dice preceder.
A la mierda, para qué hablar en general, si mi confusión patriótica tiene nombres propios, tiene pieles, texturas, citas, blasfemias… infamias.
Después de decir “de qué se quejan, si andan en 4x4” (ni hablar de cómo andará Moyano, que también solía quejarse), discurre el término “derechos humanos”. Mientras tanto desde atrás alguien la alienta, alguien que poco derecho tiene a llamarse a sí mismo “ser humano”, o quizás más derecho que cualquiera… quién va a negar que humano es aquel que, sin pensar, levanta el puño y empieza a trompear a quien piense distinto. La violencia que faltaba, la natural forma de ser hombre… el sucedáneo al nacimiento en pesebres de bronca. Una notica para el guerrero masivo, la violencia es inseguridad disfrazada de potencia, es la falta de ideas encarnada en los nudillos, es –en síntesis- el símbolo de una idiosincrasia que ya debiera haberse extinguido.
Caótico paisaje, me confundo al escribirlo, y cuando intento corregirlo veo que no tiene sentido dar claridad, nada tiene sentido. Y entonces me pregunto si un asesino es capaz de ofenderse porque alguien le grite “hijo de puta”. Creo que más derecho a ofenderse tendría el hijo de María Magdalena.
Bienvenidos a Argentina, país donde se discrimina, donde hay gente que dice que tiene un odio “visceral” contra los “blancos de recoleta”. Bienvenidos a un país donde quien dice eso, cree estar siendo discriminado por simio, pero nunca discriminador. Ser racista es ser racista. Es discriminar entre razas o rasgos. Es ver diferencias donde no las hay. Es poner a uno sobre otro o a otro sobre uno sin ninguna razón. Es olvidar que si humanos somos todos, las estéticas quedarán para el negocio de la moda pero no para legitimar un reclamo y deslegitimar otro. Ser racista, en última instancia, es creer que una plaza pública, “la plaza del pueblo” es para los peronistas pero no para los “gorilas”. No sé donde se escondieron esas semillas nacis que llegaron a Argentina luego de la segunda guerra mundial, no sé donde se escondieron, pero si mal no recuerdo estudié que alguien llamado Perón, tenía simpatía por alguien llamado Hitler y que una vez caído el segundo sus secuaces se escondieron en el país del primero. Ahí habrán sembrado la semilla, ahí habrán dejado un ala naci en las bases del peronismo que no todo peronista tiene pero sí tiene D´Elia. Si es por él, mata a todos esos “blancos” que seguramente –en la cabeza del violento- deben estar dispuestos a matarlo a él. Pues bien, señor de puños, Dios quiera no termine tiñéndose el pelo, viviendo en Recoleta y yendo los domingos a la chacra. Dios no lo permita, pero cuidado que tal vez tampoco después de muerto Dios lo permita… dicen que el paraíso suele ser bastante duro en las admisiones.
En un país donde todo es siempre uno de dos vale la pena intentar un decimal, en una territorio de extremos yo he de recordar que algo existe entre los polos… la vida pasa entre el extremo del nacer y el opuesto del morir. En un país donde se es puto o se es homofóbico yo intento no serlo tanto, ninguna de las dos… conciliemos un sueño moderno, llamémonos tolerantes y –sólo para variar- seámoslo un poco también.

lunes, 24 de marzo de 2008

Versos de José Larralde

Venido de campo abierto, escucha de la palabra "pago", refiero mis alabanzas a memorias dichas en verso, de perros que al silbido se vuelven perros arrieros; y olvidando a mi Atahualpa, recupero una guitarra de otro que, a canto de auroras y puteadas, me estremece la sangre y dan ganas de algún mate. Hombre de campo y macho, gaucho, o señor de a caballo: José Larralde, te agradezco las canciones.

Adonde te irás milonga

Adonde te iras milonga
cuando se acabe la esquila
un poco al norte talvez
cuando sea tiempo trilla
buscando que te conchaben
cantora de las semillas
o te quedes en las chacras
con las guitarras peón golondrina.

Puede que con un arreo
te vayas con el silbido
de los que duermen a campo
dónde nunca hubo camino
puede que al abrir los ojos
se te llenen de infinito
y sea canto de aurora
madrugadora ave sin nido.

Que sola te quedarás
después de la señalada
cuando se apague el fogón
y la voz de las guitarras
tendrás que saber quien es
el que con gusto te canta
para que no andes llorando
lejos del pago guacha de pampa.

Adonde te iras milonga
tras el rastro del destino
no me dejes sin el canto
solito con los olvidos
no me abandones amiga
quedaté yo te lo pido
porque he de saber quererte
quiero tenerte aquí conmigo.

Adonde te iras milonga
cuando lleguen los olvidos.

lunes, 10 de marzo de 2008

Qué es la poesía

Si la poesía es expresión
"liviana, alada y sagrada",
Pues la poesía es pasión
por esa cosa expresada.

Mas si olvidamos al griego,
y vemos a los versistas
Verán que yo no me entrego
al habla de los prosistas.

Una mujer vuelta cuervo
de negro plumaje y canto
que dice que "never more"
habrá de tener su encanto.

O un juego gramatical,
la suma de los vocablos,
un himno sentimental
con métrica y diccionario

Falso deber de bohemia,
varios dogmas provisorios,
lecturas de la academia,
todo o nada obligatorio.

Una forma de la música,
un ritmo que se aparece,
la cita ya casi mítica:
"florece porque florece".

O una experiencia estética,
o -en dicusión- verso libre;
o la belleza patética
urdida por los sensible.

lunes, 25 de febrero de 2008

Salvando las distancias, un recuerdo futbolero.


Si mal no recuerdo fue un partido contra Lanús, no soy bueno para los resultados pero si me acuerdo de esta anécdota ha de ser porque ganamos; siempre que Boca pierde yo me olvido del partido, hay una especie de magia exitista con mi memoria.
Había ido a la cancha con un amigo chileno que quería conocer la mítica Bombonera y yo siempre ando en plan de anfitrión con los extranjeros, me gusta mostrar que pasé toda mi vida entre lo que ellos tenían tantas ganas de conocer.
El partido estuvo bien, era comienzo de campeonato y había alegría en el aire además de otras sustancias. Se cantó mucho ese partido, el chileno estaba encantado. Claro, allá no se vive de la misma manera, hay como mucha mesura a la hora de gritar.
Pobre el chileno, estaba callado al lado mío mirando como alentábamos y en eso, andá a saber por qué, en un ataque de Lanus, sin riesgo porque estaba liquidado el partido, saltó uno de atrás nuestro y se puso como loco a insultar a un jugador del otro equipo que vaya a saber uno quién era. El tema es que no lo agredía a la ligera, no. “Chileno hijo de puta” le decía, “chileno cagón” continuaba. Un propendo de insultos magistral pero siempre precedido de “chileno”; ni cerca de ser chileno estaba el jugador encima.
Vaya uno a saber de donde salió eso, en la popular hay cada cosa también, y mi amigo, pobre, se reía nomás, como si le causara gracia que ser chileno era -para ese hincha- un insulto en sí.
Pero no era eso lo que me estaba acordando, sino de un viejito que estaba al lado nuestro vestido con un piloto negro que parecía ser parte de su piel ya. Callado el viejo, miraba el partido mientras tenía su radio sin auriculares pegada al oído. Cada tanto nos hablaba, como si fuéramos antiguos conocidos, nos decía “a este tres hay que matarlo”, y al rato agregaba “fenómeno el tres como levantó eh, me hace acordar a Marzolini”. Andá a saber cuántos equipos habrá visto el hombre.
Esa tarde con Lanús el que estaba intratable era Palacio, de acá para allá se corría todo; buscaba pases imposibles y los recuperaba. Estábamos todos encantados, el chileno cada dos minutos me decía “como corre ese cabro”, para qué, una fiesta de elogios. Y yo esperaba el comentario del viejito, porque uno nunca sabe con que se va a encontrar, ¿no? Y llegó el comentario, me miró después de una jugada bárbara que no terminó en gol y me dijo “Cómo se extraña al murciélago, ¿no? Graciani lo hacía seguro. Aunque este pibe, Palacio, es bueno eh. Lindas diagonales tira, habrá aprendido del Alfil.”
Y yo mucho no me acordaba sinceramente, entre que soy joven y que estaba metido en el partido no entendí de quien hablaba y le pregunté nomás. Para qué, un discurso me dio el viejo: “El alfil Graciani, alfil por las diagonales que tiraba. Campeón de la Supercopa 89, de la Recopa 90, 81 goles tiene en Boquita. Graciani, que fenómeno, podés creer, 250 partidos con la azul y oro, nene.”

Yo me sentía ignorante y un poco avergonzado. Quería zafarla de algún modo, quedar bien con uno esos hinchas históricos, que tienen más partidos vistos que las gradas mismas. “Pero Palacio también es bueno, ¿o no?”, le dije a ver que salía. “¿Palacio? Un crack el pibe, poco más de cien partidos y supera los cuarenta goles, ¿de qué me hablás? Viste como corre, busca todas. ¿Y las diagonales que tira?, otra que Graciani. Graciani, que fenómeno el alfil, 81 goles nos dio, podes creerlo”. No se acordaba lo que decía el viejo, sólo sabía de jugadores, de campeonatos, de goles, de partidos. Pero bueno, que otra cosa importaba, estábamos en la cancha y aproveché la amnesia del anciano para quedar bien viste, “el alfil por las diagonales que tiraba, ¿no?” le dije. Después nos interrumpió un gol, es que pasan tantas cosas en la tribuna, cuando quise darme cuenta, estaba el chileno amigo mío festejando el gol abrazado al que puteaba a los chilenos.
Cosas del fútbol. Yo volví a casa y me puse a ver videos que tenía por ahí, la verdad que un fenómeno el alfil, tenía razón el viejo nomás, tenía razón.

lunes, 18 de febrero de 2008

Cerveza acaso?

Siento una opresión en la cabeza, algo que me aprieta ambos lados del cráneo desde arriba de las orejas hacia adentro, coartando mi descanso mental. Es como si una causa pendiente estuviera rebotando en el centro mismo de mi cerebro.
Sé que no es nada, que es más bien una sensación fabricada por mi intelecto y hasta, quizá, una metáfora de lo que me pasa afuera de la cabeza. ¿Acaso algo pasa afuera de la cabeza?
Hoy escribo para purgar, para expulsar de mi cuerpo una sangre espesa que me está aletargando la vida.
Creerse en la obligación de ser inteligente es insostenible, a veces desearía que alguien me quisiera por mis estupideces, por lo más bajo y simple de mi persona, por la infancia rebosante que habita en mi cabeza. Pero dicho sentimiento lo escribo, en vez de tomar un lápiz de color y dibujar, o de jugar un solitario, o de correr una carrera… yo todo lo escribo y me condeno a lo racional, a la forma de vida más compleja e insoportable. Quiero ser libre de mi mente y no puedo, todo lo que tengo son ideas que me despojan de mi idea de dejar todo de lado.
He de pelear por mi libertad, he de hacerlo.
Pero hasta hoy todo fue siempre igual a lo que será mañana, no obstante espero que este fugaz encuentro con mi intención minimalista no se marchite sin dejar, al menos, una inquietud sin trastornos. Busco una duda que me anime a buscar su respuesta, y no una que me destine a la disconformidad desde el principio. La esperanza de encontrar una respuesta, que viaje junto a su posibilidad.

viernes, 8 de febrero de 2008

Himno a la alegría

Yo soy un chico de calle,
con ambiciones de pueblo.
que encuentro mis ganas nuevas
en cada escritor que leo.
Abierto y desengañado
voy pronto a la novedad,
mi sensibilidad es tal
que me conmuevo a mi mismo.
¡Pero que fácil resulta
Poder creerse genial!

sábado, 2 de febrero de 2008

Mi consuelo

Envuelto en bienvenidas silenciosas me saludo.
Yo, que partí callado, volví del mismo modo a reencontrar quién sabe qué.
Envuelto en la brisa de un verano que pensé no tener, me saludo. Bajo una bienvenida que nadie se atreve a pronunciar.
Así como soy de los que parten, así también soy de los que vuelven.

sábado, 12 de enero de 2008

Decidiose


Y un día decidiose Joaquín a conocer la biblioteca pública de New York, y fue así que terminó por fascinarse con los cientos, o acaso más, de cuartos repletos de libros, de diccionarios, de bliblias, de enciclopedias. Recordó Joaquín, entre esos pasillos, la idea del americano Tracey: “allí, en esa biblioteca pública, queda el centro del universo”.
Decidiose entonces Joaquín a concordar y se dijo “puede que sea cierto”, aunque luego se reconoció confundido por la emoción, y nuevamente decidiose –andaba de ánimos de decidirse- a abandonar dicho aleph americano ubicado en la 5ta avenida y la calle número 42.
Con ése suspiro retumbando –el que lanzó cuando hubo abandonado aquel lugar que le hubiera gustado conocer antes- llegó Joaquín a la estación de trenes de la enorme ciudad.
Cargose sobre un hombre la valija y, con torpe cuidado, recuperó el bolso menor a mano izquierda. Montó el vagón número 12 del tren llamado Amtrak y eligió asiento a su antojo, como le hubieron indicado previamente.
“Basta de darme opciones. El hombre confundido quiere órdenes”, esbozó en broma para sí y tomó asiento junto a una ventana.
Raramente enlentecida, tal vez como letargo último, la pluma de Joaquín daba reproches. Y aturdido por esa “perpetua lírica infinitesimal”, decidiose el señorito a dejar la escribidura y, acto seguido, a leer “Niebla”, de su futuro amigo o enemigo “Don Miguel de Unamuno”.

“El amor es tal cosa…”, “el amor es tal otra…”, piensa Augusto Perez mientras le quita la predestinada belleza a su paraguas al abrirlo. “Cierto es que las cosas hechas para usar son más bellas si sólo se contemplan”, coincidió Joaquín con el libro, “pero entonces –descubrió- la belleza radica en dar uso equivocado, pues incluso contemplar es usar la virtud física del objeto”.
Joaquín discutíase, sintiéndose Augusto, pero aún más confundido respecto de Eugenia. “No será que todas son Eugenia?”, deliró por un momento. Y al darse cuenta del cauce y dirección de su pensamiento mandó al olvido, con insultos incluidos, la existencia de todas las mujeres.
Justo entonces, con la gracia y la precisión que da el escribir, anunciaba la campana el arribo a la capital. Había llegado Joaquín a una tal Washington DC.

Caminaba el señorito por las calles de la ciudad decidiente* (mientras robaba de Unamuno la costumbre de inventar palabras), y observaba a los costados las magníficas geometrías de los antiguos edificios blancos. “Dónde está el paso de los años”, preguntábase el jovencito al notar que el roído en las paredes no existía. “Ah –intuyó- esto debe ser el primer mundo”, y prefirió –sin decirlo- los edificios golpeados de su Buenos Aires. “Incluso nuestro Obelisco es mejor, porque es sincero”, se esgrimió sin posibilidad de réplica, y fue entonces a comprarse un Whisky.

Habiendo empinado medio litro, diose cuenta Joaquín de que convenía disimular.
Andaba a paso trémulo por los jardines de la Casa Blanca cuando, a pocos metros, divisó un automóvil japonés –blanco también-, que tenía las puertas abiertas y la chapa con arrugas. Un oficial de policía se acercaba al vehículo y pensó entonces Joaquín “eso va a explotar”.
Un segundo después un enorme estallido se encendió desde el centro del carro y perdiose el policía en el fuego. Perdiose también la claridad del paisaje y el verde fresco del parque en derredor.
Calló Joaquín al suelo, sin rasparse el codo izquierdo, y tomándose los oídos con las manos, notó el señorito que sangraba sin pausa.
“Que descuido el de ese auto al explotar”, reprochaba Joaquín, un tanto confundido por las sirenas que lo envolvían. “Si será infortunio el sangrar de mi oídos. Más me hubiese valido derretirme con el oficial”, decía el jovencillo mientras se alejaba del desastre.
“Uno imagina que todo va explotar, pero nunca espera que suceda”, continuaba el buen muchacho en soliloquio de quejica, a la vez que viajaba en el subte y reflexionaba si el desafortunado acontecimiento había o no gozado de existencia.
Para entonces ya había sacado el mapa, acaso sin notarlo, y dicidiose a elegir nuevo destino.

“Es menester que escriba”, resolvió.Y dando marcha atrás unos pasos –capricho del instinto- salió por otra escalera del subterráneo y dirigiose a una confitería conocida.
Allí, inspirado por un chocolate caliente, decidiose a escribir con tinta todas las decisiones que ese día, fundido tal vez con ficción, habían tenido decidiente.




(Para más fotos referirse a: http://www.flickr.com/photos/8199170@N02/

*decidiente: que toma las decisiones.

lunes, 7 de enero de 2008

Volver

Atahualpa cantó que supo “ser gaucho entre la gaucheada y ser naides entre los sabios”.
Bukowski contó que los hombres de cierto pueblo odiaban y prohibían la existencia de otro hombre mucho más pueril y de ojos tremendamente brillantes, “the man with the beautiful eyes” se llama ese poema y se los recomiendo.
Luego me acordé de Wilde y de tantos de sus irónicos aforismos: “Cualquier hombre puede llegar a ser feliz con una mujer, con tal de que no la ame” pensé primero. Y después, más acorde a mi presente y sabiendo que debo confesar lo que confieso líneas abajo, recordé una frase que me aleja de la queja, “Cualquiera puede simpatizar con las penas de un amigo, simpatizar con sus éxitos requiere una naturaleza delicadísima”… No culpo a nadie que disfrute de mi viaje no tan frustrado pero sí abreviado. ..
Yo, que debía volver en marzo, vuelvo –y esto lo descubro hoy que lo confieso- a mediados de enero. El por qué es una respuesta a la pregunta que primero alguien debe hacerme, así que los libro de las explicaciones por el momento.

Pero cada una de esas frases, no sé por qué, vinieron a mi mientras volvía al hospedaje vía subway. La vida acá pasa bajo la tierra, sin reflejos de aire puro en los trayectos. Pasa, todo pasa y pasa, entre vagones que nacieron para pasar. Sólo algunos pensamientos y frases que se ocurren logran quedar. “El tren que pasa” escribió Calamaro, porque sabía que el tren es símbolo, o es e hecho el mismo hecho de pasar.

Y volvía yo en el tren con pesadumbre, mía y del transporte, pues el éxodo había comenzado minutos antes…
Piedad, y no es lo que pido sino un nombre, fue la primera de las personas en el barco de vuelta. Ella, se suponía, trabajaría conmigo en cierto restaurante. En cambio modificó su pasaje de regreso y hoy, 7 de enero, está a muy poco de repatriarse. No haber tenido trabajo era no tener la posibilidad económica de sustentarse. La acompañé al aeropuerto, callados. Escuchando el leve ruido que emite el subte a moverse, ella escuchándolo mucho más... con la precisión que te presta el tiempo cuando se acaba. Bajar de un tren y subir a otro para mí fue un acto más, para ella era el último de sus actos, quizás lo último que haría en su vida y tal vez su muerte misma. Cuando algo parece llegar a su fin, o realmente llega a su fin, la tragedia se consuma en cada bocanada de aire. No se manda la muerte al carajo como dijo el guerrillero asmático, partir es respirar la muerte misma, sentirla en los pulmones, hacerla viajar por el cuerpo y que se empape de sangre para luego devolverla al aire y que se la lleve algún otro. El funeral del volver dura poco pero es intenso. A él lo sigue un nacimiento o una pena mucho mayor: el llegar a otro punto.
De eso se trata la vida, de penas mayores y menores que se confunden con alegrías y que a menudo pierden su identidad, sin saber qué corresponde a qué. O acaso mi vida se trata de enunciar estupideces en tono de absolutismo o certezas. Momento sobre momento y mi cuento sigue siempre igual…
La abracé, dudo si con lástima o envidia. La miré y le dije que nos veíamos en unos días. Se fue.
Verla irse fue verme irme. Acordarme de cómo es volver me hizo querer más aun recuperar la dulce pena del volver. .. Sin frentes marchitas ni nieves de tiempo; sin soplo, ni vida, ni banda de sonido de alguna película inconclusa. Volver es el nombre que hoy es sinónimo de 9 días pero que mañana será de 8 y luego 7 y luego menos.

Entonces escuché a lo lejos, o en mis auriculares, a Larralde que preguntaba en verso “A dónde te irás milonga”. Yo me di cuenta de que ésa era mi parada de subte y dejé el tren, subí a la ciudad sin sol y, atravesando algo de Brooklyn, me interné a escribir mi vuelta.

jueves, 3 de enero de 2008

Io Sono Pescatore

Hoy, mientras iba a trabajar, noté que en la calle -a una cuadra del restaurante- había un charco de agua.
Siete horas después salí del trabajo y caminé por esa misma calle. El charco de agua era, entonces, hielo.

Pescar gente, cuando hace 15 grados bajo cero, es bastante complicado.

martes, 1 de enero de 2008

Feliz año viejo

Brindo por la luna que se dio, por la luz blanca y definida que se posó en el cielo cierta noche para recordarme que de a poco la agonía se torna disciplina. Brindo porque un astro surge cuando el alma pide, de a súplicas, una limosna impertinente.
Brindo y auguro un feliz año. Yo, que sé poco de la vida, hoy me siento a confesarme que sé poco. Y al resguardo las sonrisas, o las ganas de saber. Al resguardo ciertas noches que no sé si han de volver. Al resguardo todo junto, los lamentos y las fiestas. Ver, mirar, para adelante y esperar un buen comienzo.
Con la esperanza nueva y los bolsillos gastados deseo un feliz año al mundo y a los polos. A las energías y las mufas. A los cientos de perdidos, a los equivocados. A los que turban la vista a negro y se desloman por un llanto. A los felices infelices, que son felices por ser algo.
Al universo en general, si es que existe el universo, un abrazo fraternal, una palmada consuelo, una risa que me alivie y hasta el dos mil ocho, tierra.