viernes, 19 de septiembre de 2008

Vida y obra de un genio cualquiera


Demasiada moralina, demasiada. Abuso indiscriminado del factor correcto. En esta sociedad, en esta o en cualquiera, se está matando a los genios. La moralina mata a los genios, los disipa, los censura. Por un lado la derecha: “¿cómo vas a llamar poeta a ese muchacho?, no viste usa la palabra pija! Pero por Dios, se perdió todo sentido de la estética”.
Por el otro la vanguardia (nótese que históricamente la vanguardia suele ser la izquierda, y en estados comunistas se trata de vanguardia oficial), “cómo puede ser que siga habiendo poetas líricos que respetan la métrica… pero meté corte y palabras del mundo real, como poronga”.
Demasiadas leyes. El genio no puede vivir, se le exige estar aquí o allá, pero no pendular.
“Hay que hablar de los desaparecidos, del compromiso social y la lucha por la revolución carajo!”, le gritan desde un lado. “Hay que hablar de la patria y de nuestros héroes, caramba!”, exclaman desde el otro. Y el genio, mientras tanto, quiere pensar en que él capaz no sea un genio, porque como él, muchos otros deben estar pensando que son genios, entonces se anulan los cupos entre sí. El sólo saber que hay otros considerándose genio lo excluye de la categoría. Pero eso lo pensó Pessoa antes, que tan genio no fue porque ni cuenta pudo darse de que era un verdadero genio. Otra vez la opresión, la culpa, el psicoanálisis. El genio quiere estar en paz. “La poesía es como la bosta, surge como producto de lo ingerimos”, piensa un día; pero lo agarra una señorita bisnieta de María Esther Vázquez (nombro al voleo, ni sé si tiene hijos) y le dice “cómo vas a escribir tal porquería”. El genio se siente culpable, el sólo quería jugar a provocar un rato, mostrar cómo salta el león cuando le dicen que tal vez el elefante merezca probar el trono por una temporada.
Al final olvida eso de la bosta y escribe, sin saber que plagia, que la poesía es expresión “liviana, alada y sagrada”. A los pocos días se encuentra con, digamos Mariano Llinás, hijo de Julio Llinás (poeta surrealista argentino), y este tal Mariano (que es director de cine) le dice que la poesía tiene que estar al servicio del subconsciente para despojar con papel todo el potencial del pensamiento humano, que deje de lado la inocente definición Socrática.
Demasiada moralina, el genio no puede ser feliz y sufre, reafirmando su condición de genio.
Véase, es bueno aclararlo en este punto, que la concepción de genio sólo puede concebirse para aquellos que escriben, el resto son bochos o tipos brillantes. Por lo tanto, sabiendo eso, el genio se pone a escribir novelas. Pero ya está todo escrito. El tema de los puntos de vista lo acaparó Faulkner, la copia a Faulkner ya la hicieron todos los escritores del boom latinoamericano, la novela epistolar no se la cree nadie porque ahora se usa mail, la tercera persona dicen que pasó de moda, la primera persona es la moda y no está bien visto que el genio siga a la manada, la primera persona del plural puede ser interesante pero el genio no puede evitar pensar como individuo único… deja la novela sin escribir.
Hace cuentos y los manda concursos donde mejor no ganar porque para ser genio hay que hacerse famoso póstumamente. Recopila su obra: sus poemas, sus inicios de novela (alguien luego inventará que jugaba con los conceptos de Macedonio), sus ensayos y las notas que escribía en los boletos de colectivo en forma de aforismo. Junta todo, hace varias copias, se lo da a su mejor a migo y le dice –mientras le guiña un ojo- “no publique nunca mi obra”. Por si acaso repite el ritual con tres o cuatro de sus amigos menos confiables.
Vuelve a su casa y se toma un whisky. Todo está hecho, en algunos años él estará muerto de tuberculosis (que intentará contraer), y sus obras serán leídas en más de treinta idiomas.
En una sociedad con tanta moralina, se hace genio el que sabe manejar el marketing.

lunes, 15 de septiembre de 2008

Lecciones de un mozo al paso

Lo primero es la distribución de las mesas, ahí se concentran muchos de los problemas y de las soluciones. En un lugar chico, ponele de dos mozos, es imposible que no haya celos con el tema de las propinas, porque el cliente, vaya a saber uno por qué, siempre prefiere un sector del salón a otro… qué se yo, a las viejas por ejemplo les gusta sentarse cerca de la pared, como si allí hubiera más seguridad o estabilidad imagino. Otra cosa de las viejas es que siempre prefieren mesa para cuatro, aunque estén solas… necesitan explayarse físicamente o algo, poner una bolsa por silla y que todo tu servicio esté a su disposición… Decir que las veo y me acuerdo de mi abuela, sino no sé, mirá.
Después… los treintañeros de traje se toman un cafecito para hacerse los cancheros con las mozas mujeres, como que se sienten seductores tomando su café, y concentran todos sus encantos en el pago de la propina… hay mucho de ritual, de protocolo en la relación que se establece con el camarero…., ahí hay otra cosa, mozos en realidad no, camarero, gusta más.
Pero bueno, te decía que da celos la distribución del salón porque si te toca, suponete, la parte fumadora siempre se gana más de propina, porque el fumar parece que opera como elemento de culpa y sienten que deben pagar más por el servicio.
A ver, qué se yo, puedo hablarte de muchas costumbres… por ejemplo si el salón está vacío y hay sólo una mesa sucia (que aún no levantaste porque está todo tranquilo y te da fiaca), y entra un cliente, con todo el salón a su disposición, no hay chance de que no elija la mesa sucia… no me preguntes por qué mierda hacen eso, pero es fija… la mesa sucia seduce más… no digo que se haga con conciencia, para cagarle la vida al camarero, no… pero se hace, sin dudas.
Otra cosa graciosa es cuando el cliente piensa que el camarero se olvidó de darle su vuelto de dos pesos, mamita, eso no pasa querido… el mozo lo hace a propósito, suponiendo que el cliente (sea o no tacaño) va a resignar la plata e irse… pero podés creer que te lo reclaman: “mozo, mi vuelto”… y no te hablo de gente que gasta 4 pesos y quiere su vuelto, no… te hablo de gente que gasta 28, o 38 mangos, hasta 48, y quieren sus dos mangos… El argentino cada día está más rata te digo eh… el otro día hablaba con un yankie que entró al bar y me contó que allá dejan siempre, como mínimo, el 20%... eso sí es propina… y acá te reclaman dos sopes, es el colmo.
Y mirá que los turistas varían eh, el yankie, como te dije, deja mucho, gasta 50 y te deja 10. El español es más tacaño, como el argentino casi. Los brazucas pagan bien, el 15 dejan en general.
Y después, dentro de argentina, las que más dejan son la viejas paquetas, aunque no falta la pretensiosa rata que es capaz de dejarte 10 centavos, te juro, 10 centavos, pero hay que ser hija de puta, mejor no dejar nada a dejar 10 centavos, escuchame. Y bueno, los pibes jóvenes de traje pagan lindo si es que los atiende una linda mina que les histeriquea un poquito… si serán babosos… bah, yo también, uno paga más contento si te dan la cuenta y acto seguido ves como se aleja un buen culo con tu plata… lo vale, seguro que lo vale.

viernes, 5 de septiembre de 2008

Cuando Miro

Yo, que te miro, lo presiento:
que tú, siendo mirada, lo que sientes
es que yo, mientras miro tu mirada,
presumo cosas que no están fundamentadas.
Mas tú, que sólo callas y que esperas,
ignoras de mi mente los rincones
que me dicen que te miro por entera
simplemente por el goce de tus dones.
Mas tú, que sólo callas aunque a veces ríes,
no dejas nunca que la ansiedad confíe
cierta verdad, cierta opinión, cierto escondite,
cierta razón que sin razón no me permites.
Y yo, que sigo empecinado en mirar, veo
que tú buscas al costado del camino
a otras personas, a otros “otros”, a los niños…
a cualquiera que camine por mi limbo.
Pues aunque tú, que miras y que callas, veas
que no hay nadie más que yo en la cercanía,
te supones otras gentes en la vía
y te aferras a esa ausente compañía.
Entonces yo pregunto qué te espanta,
mas no respondes, agarrada a tu vergüenza,
y yo acerco mis labios a tu boca
acaso como cómplice estrategia.
Y tú olvidas esas falsas amenazas,
respondiendo a mi beso con tu beso,
olvidando un rato al ojo, que es balanza,
y quitándole al entorno relevancia.