lunes, 30 de junio de 2008

Si yo fuera un optimista...


Le daría al tiempo un abrazo agradeciendo todo esto. Le daría un golpe de manos fuerte, un choque los cinco. Tal vez le diría “muchas gracias” o quizá la vergüenza me hiciera callar, como al ver a un famoso.
Le daría al tiempo un afectuoso “¿cómo estas?”. Un guiño al tiempo aquel que me tuvo navegando entre mil botes de amistades multinacionales.
Y soltaría luego una lágrima, y después quizás otra. Esas gotas serían metafóricas porque tengo el ojo seco. Pero sentiría el calor caer y pensaría en el buen amigo tiempo, ese que transcurre en el pasado y que va formando hojas a las cuales recurro cada tanto.

viernes, 20 de junio de 2008

Perdón, literatura

Como es sabido por la comunidad literaria, o al menos por cierto sector de la misma, desde el año pasado se edita, junto al diario La Nación de los sábados, la revista cultural “adn”, cuyo director es el señor Jorge Fernández Díaz.
La última semana, la revista tuvo como nota de tapa un informe sobre los “escritores” mediáticos, aquellos personajes públicos que aprovechan su fama para inmiscuirse en el mercado editorial y creerse escritores. El hecho de que dicha temática fuera la central de la edición podría haber pasado sin más relevancia, a no ser por la editorial del “de pronto escritor reconocido” (Fernández Díaz) quien explica en su columna que si en la tapa se presenta una nota sobre los mediáticos, y no un artículo escrito por el británico Julian Barnes (de reconocida importancia mundial) sobre el francés Gustave Flaubert (reconocido clásico de la literatura universal), es porque –simplemente- el mercado lo demanda.
El director de “adn cultura” titula su editorial “Perdón, Flaubert”, y sostiene en ella que le encantaría que el francés fuera nota de tapa pero la revista “no solo está dedicada a rescatar lo excelso del arte y la literatura. También está obligada a registrar y desentrañar las grandes tendencias sociales y culturales”.
Me pregunto si es esa la verdadera misión de la revista “desentrañar las grandes tendencias culturales”, o si acaso es sólo un argumento esgrimido por un periodista que no tiene el coraje suficiente para decir “esta revista que dirijo no está tan interesada por la cultura como sí lo está por aumentar el número de lectores del diario, es decir de consumidores”.
Claro que tal sinceridad no sería bien vista por los lectores fervientes que cada sábado creen estar poniéndose al día con el mundo cultural y nutriendo sus intelectos con las más refinadas críticas literarias.
Hoy todo se justifica en el mercado, “tratamos tal autor de cuarta porque si la gente lo lee es relevante en la sociedad”, dicen los encargados de justificar una elección de contenidos que, por el solo hecho de tener que ser justificados, se evidencia que algo anda mal.
Fernández Díaz sostiene que el mercado y la literatura tienen que ver, que los une una relación semejante a la que tienen los perfumes con los shoppings, porque los libros –incluso la literatura- se venden y se compran, conformando así el mercado. Pero no tiene en cuenta que en grandes ocasiones muchos libros no ven la luz, o al menos la luz editorial, sin dejar por eso de ser literatura. Y olvida también que muchos libros, que son vendidos y en grandes cantidades, no son por eso literatura.
Tal vez mi indignación se base en que pudiendo ser Flaubert, en la tapa están De la Puente, Peña, Wainraich… todos esos que aparecen en la televisión y que incluso confiesan no tener intereses literarios. Se pueden llamar libros, porque la encuadernación así lo muestra, pero no caigamos en la ignorancia de llamarlos literatura. Si seguimos esta senda de títulos imprecisos, no me sorprendería, terminemos llamando clásicos a aquellos que vendan más… y entonces tal vez Flaubert, Balzac, Stevenson o Verne terminen por convertirse en rarezas de la antigüedad.
Analicemos los fenómenos editoriales, pero no nos dejemos confundir. Que millones de moscas coman mierda no significa que esta sea rica. Si el consumo describe a una sociedad, descreamos de la sociedad, pero no desvirtuemos la cultura. Dios quiera –o quiero yo-, la literatura no se vuelva espejo de nuestras costumbres.