domingo, 30 de diciembre de 2007

El mandato de la risa

Tú sólo sonríe e invítalos a pasar. Esa es la labor en el restaurante: sonreír e invitarlos a pasar.
No importa si el frío ya te congeló la angustia e hizo de esa sensación un cuadro permanente.
No importa si al sonreír e invitarlos a pasar se te rían en la cara porque tu acento, lejos de Shakespeare, se parece al de Minguito.
No importa que te digan que ya comieron y se señalen el estómago con cortesía, no importa tampoco que te ignoren y que tu pregunta cordial se esfume en el vacío de una cara agria y desconsiderada.
No importa que te miren como a un inmigrante asqueroso.
Tú sonríe e invítalos a pasar es el mandato. Ofrecerles varios platos de comida, prometerles rico vino. Hablar de la cultura italiana, ser cortez pero vulgar... aunque siempre sonriendo. Falsear a un tano pero sin la soberbia, lo cual es como actuar de mujer poniendo voz de macho y con el miembro al aire.
Tal vez sea imposible, pero eso es lo que hago. Sonreír en invitarlos a pasar, incluso si mi sonrisa Mc Donalds ya me acalambró la cara y los dientes como témpanos me recuerden la imagen del enojo.
Sonreir a pesar de que el camarero que está dentro sea un infeliz, ser cortéz a pesar de que dentro serán harto más que groseros. Prometerles e cielo a sabiendas de que el inepto del salón les proverá el infierno... y que al salir yo tendré que poner la jeta para hacerles creer que estuvieron, al menos, en el purgatorio.
Y cada tanto tomarme un café y ver pasar el tiempo, adivinar siempre la hora y los minutos porque tu cerebro calcula cada uno de los segundos que pasan mientras tu sonríes en invitas a pasar.
Y ofrecer bondad aunque la vida te la niegue, y mostrar lo que no sos, ser lo que no conociste. Que no piense mientras trabajo, o que mi trabajo es el no pensar. Que el estar paradi te rompa las piernas y tu estadía, poco a poco, se torne el lamento de una hora furiosa y decrépita.
Mientras tanto más ilegal te vuelves, más ilegales tus compañeros y la vida pasa, aquí o allá, tras las normas que nadie acepta cumplir.
Pero entre tanto y tanto surge un cliente bacán que al menos devuelve tu bondad con la suya y se alegra de haber comido donde tú recomendaste. Te agradecen el consejo, como olvidando que tu trabajo es aconsejarles entrar incluso si quieren todo lo que no tienes.
En fín... así es la vida, trabajar en un esquina, o en la otra... pero sabiendo que todo trabajo es digno.
No tirar ninguna piedra por miedo a que te la tiren y sonreír al caminante ciudadano que recorre la pequeña y bella italia en busca de imbéciles persuasivos como yo, que sonríen e invitan a pasar.

miércoles, 26 de diciembre de 2007

Navidades

“Merry Christmas”, dije yo. Pero al parecer nadie lo escuchó porque fui el único en recibirlo.
Festejo de gente ajena, adueñada de la causa que suele ser mi más sincero festejo. La navidad que siempre supo ser un banco de descanso y paz, fue -este año- la arena móvil del no saber qué hacer.
A veces la vida se equivoca, pero generalmente somos nosotros los equivocados. Sería bueno darse cuenta.

lunes, 24 de diciembre de 2007

El mal de tenerlo todo a mano

Hoy escribo desde mi computadora nueva… soy feliz por eso. Las formas de la felicidad en esto llamado primer mundo son muy parecidas a ciertas pastillas predichas por Huxley. Tomar la vida color verde, saber que el tiempo es lo que pasa y no se debe esperar para hacer mañana el gasto de hoy. Si no hay dinero habrá créditos. La opulencia es el ambiente de las calles de New York.
Yo vine buscando lo histórico y romántico de caminar por las calles que caminó Woody Allen de la mano de Diane Keaton, vine en busca del reconocimiento de ciertas avenidas que cuenta la Trilogía de New York, vine esperando que una madre gigante apareciera en el cielo y me retara por hacer cualquier cosa. Buscaba enamorarme de un bar, pedir un whisky en la barra, que una chica cante jazz de fondo y que el borracho de al lado me cuente su desgracia… Encontré un subterráneo organizado espectacularmente, tanto que la vida pasa bajo tierra.
Ellos se despiertan, se cargan sus cientos de abrigos, se ahorcan con bufandas, buscan la tarjeta de crédito y aprovechan cada día libra de trabajo para ir de shopping. Ese es el programa: salir por las calles, comprar, comprar y dejar algo para comprar mañana. Matan su pena y su desencanto con consumo, porque así crecieron, porque así se criaron. Bajo la orden del “dame dos” que no tuvieron en su patria. Pero lo suyo no es angustia sino inquietud, ganas de algo nuevo y que dicha novedad pase por la novedad mundial y no por el hecho de ser algo que antes no tenían.
El desencanto de una vida sostenida, la terrible historia de saber todo tu futuro. Ser del primer mundo, del mandatario, cuesta caro. Ellos están acostumbrados a pagar de todos modos.
Yo intento no caer en eso, pero ya dije que escribo desde mi nueva computadora. Yo intento no adueñarme de esa vida, pero dije que estoy contento con la compra. Y me acuesto lo más temprano que puedo, cuando llego del trabajo, para poder despertarme temprano al otro día y hacer algo antes de entrar a ganar plata. Pero el despertar se me estira y sucede a media mañana, temprano pero no tanto... entonces ya no salgo sino que me relajo antes de ir al restaurante para volver a trabajar, para luego volver a volver a dormir nuevamente temprano para, al otro día, desencantarme otra vez porque no es suficientemente temprano.
Pero la vida apremia. Ahí, en ese instante minúsculo en el que uno identifica sus raíces, se aprecia todo el tamaño de una convicción. Yo sé quien es dueño de mi vida, yo sé ser yo. O debo saberlo al menos. Entonces tomo la computadora, nueva o no, y escribo letra a letra lo que servirá de anestesia. Lo dijo Borges, la literatura es una las formas de la felicidad. Yo ya volveré a ella. ¿Hablo de literaturas o de felicidades?

martes, 18 de diciembre de 2007

Cuando el mundo para

Lo sé, yo soy más bien drástico. Paso de un polo al otro sin siquiera darme cuenta de que existe un movimiento.
Lo sé, que saco conclusiones apresuradas, que camino más rapido de lo que corro, que apuesto todo el sueldo que no tengo.

Pero así suele ser el hombre cuando prefiere aferrarse a lo que dejó en otro lado. Sólo que llega un momento en el que se vuelve insostenible ser sincero: entonces se sacan a relucir las mil quinientas técnicas freudianas de auto defensa y toda angustia se va al carajo. Dicho carajo queda en e hueco vacío del cuerpo que el psicoanálisis quiere llamar inconsciente.
A ese recobeco escondido voy a volver en unos meses, para sacar a relucir el polvo acumulado y disfrutar de esa reserva. A la vez ese día voy a llenar tal hueco con lo que vaya acumulando estos meses de viaje. El hueco, que no es tal cosa, se llena siempre con lo inmediatamente abandonado. El hueco vive lleno, y si se lo llama hueco es por la sensación eterna de que algo falta. ¿Sensación eterna o sensación humana?, veremos cuánto vive el hombre.
Hombre... esa especie de artefacto vivo creado por si mismo. Robot que siente. Animal en busca de nostalgia, por lo que tuvo o por la nostalgia que tendrá. (Dicha idea la recojo de Pessoa y la usurpo a cada rao).

Ayer, mi día de ayer, fue algo que habrá sido importante. Tengo registro y lo plasmo a continuación:
Desperté en el cuarto del hostel, la luz siempre me despierta. Chequeé que todo siguiera igual y así era: yo estaba en Brooklyn, afuera todo estaba blanco de nieve, en mi cuarto dormían ocho personas y yo era una de esas ocho.
Crucé miradas con uno de las italianos de la cama de al lado, "porca putana" dijo por alguna razón y yo me acordé de mi amigo Mattia. Los italianos en el hotel son tres: Paolo, Caetano y Mateo. Se van la próxima semana y es una lástima porque son divertidos y parecen buenas personas. Pero esto es la vida y las buenas personas siempre están yéndose.
Ellos me consiguieron el trabajo del que contaré después.
Habiéndome levantado e ido al baño y haberme bañado, desayuné. Habiéndo desayunado me junté con el grupo (dos argentinas, una paraguaya, Mateo y Adam -un australiano fenómeno que viajó por todo el mundo-). Las argentinas son Carolina y Piedad, se suponía que trabajaran conmigo en Novecento pero parece que Novecento no va a trabajar con nosotros. Tener compatriotas siempre ayuda, y en estas situaciones uno se hace de amigos confidenciales muy ráidamente. ("Ellos se juntan"... el verso de que las comunidades tienden a permanecer unidas tiene más de cierto que de verso).
Unidos entonces fuimos a recorrer, tomamos el subte, bajamos, vimos algo de ropa usada-bonita-y-barata, volvimos al subte y llegamos a Manhattan. "Avenida de las americas" decía el cartel, era lindo. Siendo temporada de navidad, decorada cada avenida con luces rojas, nieve por algunos lado... nosotros cumplimos la tradición cual fiele turistas: diez dólares y a patinar al aire libre -y helado- mientras vemos el Empire State. Algo aprendí, la próxima me mando con las piruetas y a la vuela a hacerlo por un sueño en Argentina. (Verán fotos cuando se cansen las palábras.)

Finito el patinaje encaré solo para "Little Italy". Busqué el Ristorante "Giovanni da Napoli" y pregunté por Salvatore.
Al minuto me puse a trabajar, es decir: a pararme en la puerta del restaurante para atraer a la gente, ofrecerles chequear el menú, decirles lo buena que es la comida (mentirles ya que nunca la he probado), y hacerlos pasar para dejarlos en la mesa con el menú en su poder.
Hacen cerca de 0 grados, o menos. Yo me abrigo hasta las orejas y la gente casi que no saben la cara que les habla. Nunca, es decir nunca, pasé tanto frío como ayer parado durante cinco horas en la esquina de Mulberry y Hester.
Después de la primera hora encontré los trucos: mirar a los ojos para obligarlos a una respuesta, hablar un inglés italianizado para que crean que soy tano, ser educado -sobre todo educado-, pero ser también chistoso -en realidad sobre todo chistoso-. A las abuelas decirle chicas, a las chicas tratarlas de hermanas de las abuelas, a los hombres preguntarles si probaron comida italiana y al escuchar que sí preguntar si les gustó para luego, al volver a escuchar que sí, decirles que por qué no repetirlo entonces. "Speak, speak a lot" dice Salvatore. No dejarlos razonar, ser molesto, cara dura, casi que obligarlos. Si yo fuera el cliente me odiaría, pero los clientes no son irritables como yo. "More peolple inside, good for you, god for me, good for everybody", insiste salvatore.
Si alguien duda, les digo "is worm inside", sólo eso y ya se ríen... rien y entran... humor y compra van de la mano.
Si siguen dudando aludo a una locura momentanea y les ofrezco una copa de vino de regalo... ya no dudan, creen que me engatuzaron y ganaron... pero luego de su sensación victoriosa entran.
Y así me gano la vida, o me la ganaré. Parado varias horas a la buena de dios o de mi esquina, esperando gorditod que quieran comer. Pescándolos, porque se me llama "pescatore". Siendo un poco clown, haciéndo el ridículo en pleno Nueva York. Pero a la larga todos se ríen y casi que son mi público, así lo todo: como mi público y mi entrenamiento. Cuando vuelva voy a haber aprendido de escenario, de audiencia, de fracaso, de éxito, de italiano y de frío... enteramente de frío (las manos se pierden en un hielo ficticio, los ojos lagrimean glaciares, el pecho muere de a poco y los labio quebrados se vuelven a quebrar, y otra vez y otra vez). Al final, una esquina de New York habrá sido mía y también sus dólares.
Viene noche buena y año nuevo... la gente se pondrá generosa y saldrá a bscar comida. Todos serán míos, des pescatore argentino (que se hace el italiano). El final del día estuvo bien, comí pasta, tomé coca y cobré mis propinas, mis buenas propinas que, a este ritmo, me van a mantener sano, salvo y bien alimentado.

Eso fue todo lo de yer, y lo de hoy mientras lo escribí... La enseñanza que me inculco, además de que trabajar es más provechoxoy productivo que llorar, es que ser gracioso o cara dura es un buen negocio en los Estados Unidos de America.
Casi que diría: be funny and you will have the world in your hands...

Si quieren fotos aca estarán: http://www.flickr.com/photos/8199170@N02/

lunes, 17 de diciembre de 2007

Acostumbrarse

Yo que siempre profesé la soledad.
Yo que siempre disfruté la "no alegría".
Yo que siempre me escapé de la verdad.
Yo que siempre quise ser dueño en mi vida.

Hoy entiendo: supe estar equivocado.
Hoy descubro a un hombre nuevo y lesionado.
Hoy veo como viaja hacia un abismo
solitario y corrompido un tal "yo mismo".

Ser solo es más bien insoportable,
ser nadie y que nadie sea nadie,
ver el cielo sin querer ver ese cielo,
ver que el mundo que prefiero queda lejos.

Vivir con el rencor de estar viviendo.
Viajar con la ilusión de que se acabe.
Perder toda confianza en mil pasajes
que contaban con alarde mi coraje.

domingo, 16 de diciembre de 2007

Travesias de New York

Gente que lee el blog, o gente que lo esta leyendo, o simios con pc que entraron de algun modo en este sitio: les cuento que llegue a New York hace dos dias y, en principio, me quedo hasta marzo.
Por el momento no puedo hacer mas que contar mi vida aca, aunque a veces mi ambicion literaria quede de lado. Por un tiempo este blog sera la vitacora de mi paso por el mundo.
Aclaro que el teclado no me perimite tildes ni enies, por lo cual todo sera garrafalmente malo en cuanto a la gramatica.
Aca hace frio, esta helado. Las guias de turistas recomiendan evitar new york en esta epoca, ya entiendo por que.
Llegue y tome un taxi conducido por un puerto riquenio (un boricua simpatico y amistoso) que me dejo en mi hostel. Ayer busque trabajo y parece que lo encontre. Cada vez que entro en una tienda siento que alguien esta por asaltarla. Hasta ahora no paso.
Me siento racista, me asusto de la gente o de su moda. Es cuestion de adaptarme, pero puta que asustan los negros con camperas infladas que parecen esconder una escopeta.
Vivo en Brooklyn, en una zona bastante pobre analoga a Constitucion.
En unos dias voy a escribir con mas tiempo, por el momento me echan de esta computadora prestada.
Espero esten alli, para sentir que a alguien le importa mi vida. A ver si empieza a importarme a mi.
Suerte a los viajeros, que la vida los aprecie.

lunes, 10 de diciembre de 2007

Por La Sangre Derramada


El escalofrío llegó después, entre la fatiga y el temor; en el súbito espacio que vagaba desde mi paz a mi desesperación. Antes todo era difuso y desordenado: un brazo –el derecho- que colgaba de mi hombro igual de débil, una cabeza impresionada por el abandono que sufre quien entrega de su sangre (aunque sea algo menos de un litro), piernas confundidas la una con la otra –con una zurda creyéndose diestra, y una derecha siniestra-. El espacio que ocupaba mi cuerpo era, posiblemente, transparente. Sentirse un fantasma es trágicamente cómico.
Los hospitales, aunque pulcros, son siempre una lástima llena de gente que preferiría no estar allí, son un bar de borrachos patéticos en donde todos están completamente sobrios, son el refugio y nido de la angustia. Yo llegué asustado porque nunca es experiencia las tantas veces que se estuvo por allí. Pasé la puerta principal –siempre atestada de sillas de ruedas y gentes enfermas-, miré el cartel necesario y dirigí mis piernas hacia la hemoterapia.
Nadie, ni los enfermeros ni los enfermos, festejaron que yo sólo iba allí en pos de donante. Me sentí solo y despreciado… Una vez superado mi trauma infantil, llené cierto formulario y dispuse mis venas y mi baja presión a la fatalidad de una aguja que conecta a una jeringa con una larga bolsa insaciable.
Un café para subir el nivel de vida, un poco de alcohol para ver donde pinchar y, segundos después, mi mano abría y cerraba el puño intentando bombear a mayor velocidad. El espiral de plástico –flaco pero largo- comenzó entonces a teñirse de rojo… de rojo espeso… del rojo espeso de mi sangre.
Cada apretón de manos era inevitablemente doloroso, un sillón acostado sostenía mi cuerpo, yo insistía en que a mayor dolor más velocidad… y en la fugacidad, ese sufrimiento se volvería heroico. Entre escasez de sangre y presión baja las ideas se tornan grandilocuentes.
Prometido y hecho, conciencia limpia y sensación de bondad humana; salí del hospital balbuceando insultos al amigo que no me había acompañado a dicho programa porque al día siguiente tenía una endoscopía. Alguien me quiso vender flores y ni siquiera respondí que no… seguí de largo con descaro pero no me sentí culpable porque YO VENÍA DE DONAR SANGRE. Por el resto del día la maldad me estaba permitida, incluso esta clase es estúpidas reflexiones. A quien se crea buen samaritano le quedará juzgarme sinceramente inmoral o embustero humorista. No creo ser nada de lo que la gente debe creer de mí que soy, incluso no ser siquiera lo más acertado. Soy mucho más básico, instante sobre instante y un poco de sangre faltante que me brinda delirios de grandeza frente a mi computadora. A mi me faltan glóbulos, permítaseme la insolencia de creerme literato y recordar que las computadoras, aunque poco románticas, forman parte de mi vida.
En fin, la bronca y el calor golpean el entendimiento. Llegué a mi casa e intenté dormir, el brazo me dolía y no podía hacer fuerza. Me senté a escribir pero los dedos pedían la potencia que al antebrazo le faltaba. Mis ojos se debilitaron de golpe y sentí sentir el aura de los epilépticos. No me desmayé, al contrario, percibí todo con mucha más precisión: cada detalle a mi alrededor era casi medido milimétricamente por mi cerebro. Segundos después esa fugaz lucidez me abandonó, dejándome solo en mi cuarto y con mi agudeza de medio pelo.
Todo en ese entonces era mi brazo y la necesidad de hacer la fuerza que nunca necesitaba hacer. Cuando no se tiene piernas es cuando llegan las ganas de correr.
Resignado a la impotencia total volví a mi colchón en huelga de confort, y –sin nada más que intentar- cerré mis ojos hasta el día siguiente.

Al despertar volví a mí. El brazo y la agilidad estaban de vuelta y mi sangre recuperaba espesor. Por otro lado de la casa había escapado el mártir que quise ser.

jueves, 6 de diciembre de 2007

Publicidad y otras angustias

Hace varias horas y muchos días que estoy estudiando un campo atroz de mis estudios universitarios. Por estos momentos me siento en las antípodas de la inspiración, aunque no sé si tal cuestión de musas es cierta. Pero hoy, ahora, ya… soy tanto menos que una mente creativa.
Y lo siento cómico cuando bajo la mirada y me encuentro leyendo autores estadounidenses que parecen estar convencidos de las mierdas persuasivas que creen escribir. Alguien me dijo que hay que saber cómo piensan las mentes que gobiernan el mundo… yo me rindo a no entenderlo pero con la conciencia limpia. A su vez escucho un “vocal jazz” de Billie Holiday y me dan ganas de mover las piernas en algún ritmo particular, ¡viva el arte de la vida cantada y sus contagios! Después veo el reloj y caigo en la cuenta de que en dos horas estaré sentado en una silla o pupitre y tendré que reproducir pensamientos vacíos en una hoja que será examinada por otra embajadora de la basura persuasiva.
Estudio técnicas de creatividad y acto seguido me siento increíblemente repetido, trillado y burdo. Estudio cómo debe hacer un planificador de medios para que el jabón tal se venda más que tal otro y por qué es que conviene pautar (siempre dicen pautar) en tal revista o tal otro “vehiculo”.
Pero también hay temas de estrategia, porque como en la guerra (y citan “El arte de la guerra”), la publicidad se basa en mentes ávidas y osadas que blanden las espadas del lenguaje. Ellos creen manejar el lenguaje como nadie. Ellos creen en ellos más que en cualquiera.
¡Dios!, hay días como hoy en que me doy cuenta de que realmente, con las entrañas y la mente, en todo aspecto, odio a la publicidad y a los publicistas. (Sin contar a mis amigos que fueron mis amigos y que, por canto trágico del destino, devinieron publicistas).
Pero en fín, así es la vida y así parece que será la comunicación: cerrar este escrito, cargarlo al blog, apagar la computadora y seguir perforando a mi resistencia con los genios del marketing. No obstante hoy lo detesto todo, y quiero que lo sepan. Hoy, previo al final de publicidad, lo detesto todo.

lunes, 26 de noviembre de 2007

Desvaríos del amor y del odio


Esto que escribo es, quizás, una basura. Pero remitiéndome a lo verdadero, es una manifestación desesperada, real. Es el intento de asesinato de la fugacidad de las ideas. Es una declaración espontánea del pensar de mi cabeza, mientras mi cuerpo se preocupa por escaparle a la ciudad.
Al final todo será en vano, pero al menos habrá sido.
Si me hubiera dedicado a la calidad de estas palabras las páginas serían más válidas, pero no existirían. Y la existencia es un requisito fundamental de los escritos.
Hay dos tipos de ideas, las formadas por el conocimiento y las espontáneas. Lo siguiente es un mapa híbrido de este instante, una mezcla absurda que nace de mí y de mis prejuicios. Es el difuso encanto de ser yo… o acaso de no serlo:

Al amor y al odio hay que pensarlos, no sólo sentirlos, si se los quiere entender y abarcar. Nadie que no haya dicho “sentí amor” lo sintió, porque el decirlo es afirmarlo y definirlo; y si no se definiera, pues sería algo inédito, tal vez idéntico, pero al menos con la “mínima” diferencia de no llamarse igual, y el nombre es una de las cualidades de las cosas, una muy grande por cierto. Quien quiera sin haber dicho que quiso, o bien nunca quiso aceptar que quiso, o bien –realmente- nunca quiso. Esa incertidumbre vuelve indispensable el decir las cosas, el hacerlas ser.
No obstante, a menudo muchos de los que sí dicen tales palabras simplemente las dicen por decir, por la satisfacción de no sentir el pudor que debieran sentir.

Yo considero que el sentimiento más intenso que existe es el odio y suplico a todos los románticos que no se alarmen.
Es cierto que aquello que más “moviliza” (así dicen) es el amor; que genera el deseo, el sacrificio, la felicidad, el temor, el suspenso, el alivio, la sorpresa y esa inmensidad de pequeños estados de ánimo diferentes. Ahora bien, el odio es más fuerte, ya que para que exista debe existir el amor previamente. El odio comprende al amor y se nutre de él, depende de él. Por lo cual es más delicado y complejo, pero más fuerte, porque despierta todos las evocaciones del amor sumadas a las del odio.
Para amar a alguien no hay ningún requisito más que el amor mismo, pero para odiar primero hay que haber amado. Como siempre, se trata del tiempo y del orden de aparición. El odio se desprende de la agresión al amor. Así pues una madre es capaz de matar al que lastime a su hijo, por odio, pero a la vez por amor a dicho hijo. Si la persona agredida no significara nada para nosotros entonces no sentiríamos odio. Cuando se trata de una agresión hacia mi propia persona y se despierta el odio, el que se ve agredido es el amor propio, nuestro ego; y por todo lo que nos amamos es que odiamos a aquel que nos injurió. A tener en cuenta, cuando hablo de odio es del verdadero y profundo, no del tímido enojo o del dubitativo enfado, es del odio real que nos enceguece hasta terminar con el “enemigo” y aún después.

He de confesar que perdí largo tiempo en busca de personas cuando lo que necesitaba eran palabras. Y he, también, de aceptar que he desperdiciado palabras en personas que no entendían la diferencia entre signo y símbolo o entre lelo y pelotudo. Pero al final uno llega a puerto y cifra lo que esa inquietud le tenía preparado.
Hoy, mientras elucubro, me entero de que respeto más al odio que al amor; pero me entero también de que puedo escribir esa palabra y que en verdad, aunque antónimos, son un poco, por así decirlo, la misma mierda.
Hoy aquí intento reivindicarme y vuelvo a darme cuenta de que no lo logro. Ahora que escribo este último párrafo ya releí los anteriores con vergüenza sincera. Leer, escribir, corregir, pensar, volver a corregir, volver a pensar, tirar todo y leer.
Yo, que intento habla del amor en términos de sensatez, no puedo entenderlo menos.

viernes, 23 de noviembre de 2007

Mi Pecado Original

Existe un humano sucio,
Impúdico y repugnante,
Que rebaja a nuestro mundo
Al mal gusto y al enchastre.

Porque dicho ser humano,
Que gusta de atrocidades,
Es, más bien, un ordinario
Con más vicios que bondades.

Que camina por la acera
Buscando lo que carece,
Y que guarda en la heladera
El pecado que apetece.

Dicho hombre es un cualquiera
Que sea bueno en la vida
Pero que caiga en la histeria
Que nadie sensato envidia.

Dicho hombre es un enfermo,
La lacra de un arrabal.
Un tipo que por su acervo,
Más le vale un lupanar.

Pero anda entre nosotros
Como si fuera normal,
Mirándonos a los rostros,
Disimulando su mal.

Este hombre es un ingrato
De tiempo viejo o actual
Este hombre, de pacato,
Come tapas de lactal.

¡Mas, hombre, no ha de comer tal pan!
Por más que lo ataque el hambre
Las tapas de un buen lactal.
No son pa´ cubrir fiambre.

Mi canto es más bien reproche
Para el que escuche a su madre,
Tirar tapas no es derroche.
Por más que le pique el bagre.

sábado, 17 de noviembre de 2007

Vivir como se debe

Vivir sin el rencor de estar viviendo,
Saber de algo mejor,
Reír a costa de nada,
Dar abrazos al paso del tiempo.
Esperar a que llegue cualquiera,
Ser gentil con un vecino,
Ver la paciencia como algo fácil.
Ser, sin más, solamente ser.
Que todo cierre redondo,
Y que a cada cerrar se abra,
Que no te asuste el suspenso de esperar algún recuerdo.
Vivir sin el rencor de estar viviendo,
Pleno y amigo del hoy,
Amable.
Ciudadano ilustre de una tierra con gente como yo.
Dudar y acordarse de ella.
Sufrir porque otros no pueden tenerla.
Alegrarse de que así sea.
Ser dueño sin poseer.

Vivir porque vive una mujer.

jueves, 15 de noviembre de 2007

Plagio Uno

He cometido el mejor de los pecados que un hombre puede cometer,
he sido feliz.










Y tal vez aún lo soy.

lunes, 5 de noviembre de 2007

La amiga impertinente

Hay, en cierto rincón del universo, un hombre que guarda el secreto de la seducción.
Se dice, entre los más prestigiosos antropólogos del mundo, que éste hombre es inmortal.
Algunos, más cercanos a lo círculos científicos, afirman que es mortal pero que goza de excelente salud por lo cual tiene más de 150 años.
Los que se aventuran a buscarlo, pocas veces lo encuentran. Y si lo hacen, regresan de su travesía aún más confundidos que al partir.
Cientos de miles son aquellos que intentan robarle el secreto, pero el hombre nunca dio una pista. Pasó por largas horas de torturas en manos de agresores pero no sucumbió ante los golpes desesperados de aquellos que intentaban saber eso que él sabe.
La sabiduría que posee, afirma él mismo, es asexuada; genérica.
Yo lo sé porque dediqué años de mi vida a buscarlo y, como buen cazador, llegué a conocer a mi presa tanto como a mí mismo.
Finalmente lo crucé en las verdes selvas de Malasia y pude preguntarle cuál era el secreto de la sacra seducción. Él sólo me dijo “mi conocimiento es tan universal que no serviría de respuesta para tus preguntas tan puntuales”.
Ese hombre maneja esencias, no palabras. Creo poder afirmar que descree del lenguaje.
Le pregunté en nuestro segundo encuentro, que él dejo acontecer pues supe caerle simpático, si alguna vez había amado. Me contestó, con profunda tristeza, que su saber racionalizaba lo que llamamos amor, por lo cual no podía sentirlo más que como reacción física. Entendí en ese entonces la importancia de sus reservas.
Para mí se convirtió en un héroe, espadando en cada escondite contra la muerte del romanticismo.
Dejé entonces de buscarlo, comprendiendo que ponía en riesgo el bien del planeta y el mío propio.
Sin embargo no pude escapar a la llama de la curiosidad. La sola idea de una racionalización del amor me atormentaba. En ese entonces yo cargaba el compromiso de compartir la cama y pasaba largas horas intentando entender por qué quería tanto a la mujer con la que dormía cada noche. Mis ideas eran realmente estúpidas: “es por sus ojos sinceros” me dije en algún rapto de cursilería, “será que me entiende cuando hablo” intuí después, un tanto más analítico… Pero todas mis conclusiones se compraban por dos pesos, y yo, en algún lugar del subconsciente, lo sabía.
Muertas esas y todas las teorías posteriores decidí darme por rendido y dedicarme a disfrutar de mi ignorancia.
Ebrio, una noche, me acerqué a ella y le dije “no sé por qué te quiero, pero me gusta que así sea”. Ella me miro confundida -yo no solía decir sentimentalismos-, pero una vez superada la sorpresa volvió en sí y me contestó “Yo sí sé. Me querés porque sos un tonto”.
Años más tarde, y con mi amor ya muerto, decidí aventurarme nuevamente a mi búsqueda. Lo encontré en las cavernas glaciares del sur de Nueva Zelanda. Lo miré y le dije súbitamente, sin introducciones: “¿amamos por que somos tontos?”.
Recuerdo que rió, entendiendo que me acercaba a su secreto. Dijo, después de segundos de silencio, “Tontos serían si no amasen…”. Sus palabras eran forzadas, sinceras realmente, pero pronunciadas con pudor, como si no se permitiese decir frases gentiles. Saber nos vuelve agresivos, pero al enternecernos nos apaciguamos. Supongo que enternecí al viejo, o supongo que ya era demasiado para el solo.
Luego de quedarnos callados rato largo fue él quien resignó el silencio: “Sé que es así, pero no sé por qué será… el amor nace cuando la otra persona nos trata de imbéciles”, dijo, y me dejó solo desde ese día hasta hoy, acaso hasta mañana, o acaso mucho más.

Nunca volvería a amar a nadie, tal vez nunca lo hice. Nunca más nadie podría tratarme de imbécil, porque lo que yo sabía no lo sabía nadie más. Nunca más nadie con cuerpo de mujer sería impertinente.
Mi vida se volvió una tragedia, y sin embargo, yo no dejo de cosechar conquistas.

domingo, 28 de octubre de 2007

Para jóvenes letrados

Hace un tiempo estuve en el barrio de Palermo, comiendo con amigos en un restaurante al que solemos ir. Dejé el auto en la esquina y le pedí al “encargado de la cuadra” que me lo cuidara. “Si, son cinco mango papi” me dijo. Yo, inocente ciudadano, pregunté “que eran cinco mangos”, advirtiendo que cinco mangos en sí eran sólo cinco mangos. Tanto: cierta cantidad de determinada de frutas (mas de cuatro y menos de seis según entiendo) o bien podría significar cinco pesos. Se refería claramente al dinero. Le aclaré que no tenía esa plata, la tenía pero no para dársela a él pues si se la diera ya no la tendría. El muchacho, de voz finita pero intimidante, me dijo “si yo tendría ese auto no te amarreteo cinco mangos guampa”. Instintivamente le respondí “si yo tuviera ese auto, se dice”.
“Es lo mismo guacho”, anunció el chico, segurísimo de que era lo mismo y de que yo no tenía padre. Decidí no entrar en la contienda e ignorando su idea de mi “yo-guacho”, le di “cinco mangos” y deje mi auto en las mejores manos al ritmo de “Bombón Asesino” que sonaba en la radio del cuidador de quien, mientras me alejaba, gritaba “andá tranqui logi, yo te lo cuido”.

¿De donde vienen las palabras que empleamos? ¿Cuanto tarda un término en pasar de horrendo a estipulado?
Muchas de los vocablos que usamos hoy en día tienen su origen en un pasado no tan lejano. Palabras que hoy suenan habituales como “laburar” fueron delatoras de extranjeros cuando aún no se arraigaba la costumbre italiana. Más cercano aún, palabras como “chabón”, “chapar”, “transar”, etc. fueron novedades que necesitaron institucionalizarse en las juventudes de anteriores décadas. Así mismo es común escuchar términos que supieron ser agresivos como “boludo”, “joda” o “quilombo”, sin que nadie se sorprenda. Han perdido su fuerza o han cobrado gran valor, volviendo su significado más leve para permitir el uso indiscriminado.
Constantemente el idioma se modifica, se renueva, se re-significa. A costo de ser transgresor corre el riesgo, el lenguaje, de involucionar. Se auto destruye olvidando palabras clásicas o de uso preciso en ciertos casos, “una palabra mal colocada estropea al mas bello pensamiento” sostenía Voltaire.
No creamos, los jóvenes, que por ser el presente referente de actualidad, tenemos derecho a basurear al idioma que nos concedió el habla. Michael de Montaigne, un escéptico francés, dijo alguna vez que “la palabra es mitad de quien la pronuncia y mitad de quien la escucha”. Adhiriéndome a ello, aconsejo a los jóvenes lectores que no olviden que al hablar no sólo escapan a su silencio sino que acaban con el silencio del otro.
Es cierto que hay determinadas cuestiones técnicas que nos obligan a renovarnos, como al hablar de las tecnologías. Pero no lleguemos al extremo de tecnificar los campos naturales de nuestra vida como al creer que charla y “chat” son sinónimos.
No nos queda más, a los nostálgicos, que aceptar la inclusión del “guachin”, “guampa”, “logi” o “tkm” cuando quieren decir “te quiero mucho”. No nos queda más que aceptarlo y reír o llorar en silencio.
Re-establezcamos la costumbre del diccionario, busquemos “inefable” si no sabemos qué significa. Acudamos a los libros para ver qué es “zozobra”. No hagamos de ésta revista sólo papel picado para la cancha.
Juventud nefasta es la que no sabe lo que nefasto significa.

domingo, 21 de octubre de 2007

Placeres

Tiempo hace desde aquella última tarde en que me senté bajo la sombra de un árbol y las hormigas me sorprendieron por el agujero de la alpargata. Más años acaso desde que caí de espaldas en la pileta del campo y sobreviví sin un rasguño gracias al amigo moho que amortiguo el golpe. Hacia atrás es eterno y clandestino el número de recuerdos. Todos son la misma nada; una sucesión de instantes triviales en los que yo simplemente estuve. La vida y yo allí dentro.
Hoy los placeres son otros, como también son otros los paseos, las personas, las horas muertas y mis palabras. Yo querría disfrutar, con tiempo extenso, de mi dedo índice recorriendo los lomos de libros en una biblioteca o librería. Yo querría tomar algo, después de haber comido, con el diario ya finalizado y mi cabeza digiriendo la mezcla con sus pausas. Querría alargar las horas y leer en paz sin el apuro de que no me quedará tiempo para escribir. Querría terminar la facultad, pero más quiero transitarla. Querría no trabajar, pero no puedo decir que no.
Ay, si pudiera ser más digno de mí, más genuino, más yo. Agarraría el teléfono sin pudor y llamaría a quien sabe que la llamaría para decirle que la paso a buscar para andar por ahí, sin mucho que hacer.
Y de tanta potencialidad me siento un plagiador, un falso soñador de las cosas que quiero cuando muchos otros ya crearon esa lista antes.
Ganas de escribir quizás, de recordarme a mi mismo que es mi manera de vivir. Algo breve en hoja blanca que extienda la cuota de mi ambición para que mañana, o pasado, no haya perdido la práctica de lo que me gusta hacer.

miércoles, 17 de octubre de 2007

1964

Para qué escribir algo cuando se puede leer esto:

I

Ya no es mágico el mundo.
Te han dejado
Ya no compartirás la clara luna
Ni los lentos jardines. Ya no hay una
Luna que no sea espejo del pasado,
Cristal de soledad, sol de agonías.
Adiós las mutuas manos y las sienes
Que acercaba el amor. Hoy sólo tienes
La fiel memoria y los desiertos días.
Nadie pierde (repites vanamente)
Sino lo que no tiene y no ha tenido
Nunca, pero no basta ser valiente
Para aprender el arte del olvido.
Un símbolo, una rosa, te desgarra
Y te puede matar una guitarra.
II

Ya no seré feliz. Tal vez no importa.
Hay tantas otras cosas en el mundo;
Un instante cualquiera es más profundo
Y diverso que el mar. La vida es corta
Y aunque las horas son tan largas, una
Oscura maravilla nos acecha,
La muerte, ese otro mar, esa otra flecha
Que nos libra del sol y de la luna
Y del amor. La dicha que me diste
Y me quitaste debe ser borrada;
Lo que era todo tiene que ser nada.
Sólo me queda el goce de estar triste,
Esa vana costumbre que me inclina
Al sur, a cierta puerta, a cierta esquina.
JORGE LUIS BORGES ("El otro, el mismo")

viernes, 5 de octubre de 2007

Dilemas de quien viaja

Ese verano, sin duda, sucedió. No fue como otros de los cuales no puedo afirmar demasiado, ese verano sucedió.
Yo estaba viajando solo, había alguien a mi lado cada tanto pero que no estaba conmigo realmente. Recuerdo que llevaba siempre en mi bolsillo de pantalón, ridículo como el de todo viajero, una birome y un trozo de papel, a donde fuera que fuese, cargaba mi equipaje anotador. Me gustaba recordar catedrales, describir parques, imaginar ciertas costumbres. Era mi primer paso por Europa, aunque a cada paso lo encontraba familiar, veía a Buenos Aires en cada esquina, pero carente de su imperfecta burocracia inmunda.
Llega cierta edad en la vida de un hombre en donde los viajes ya son propios, dejan de ser las vacaciones con hermanos, primos y demás para ser las aventuras inefables de un viajero. Yo sentía que eso era, capitán de cierto mar, donde la única brújula era mis antojos. Cada estación de tren sostenía esos enormes tableros cambiantes que me proponían destinos y yo me postraba ahí en el centro de la gente, apurada y decidida, a elegir donde me iría: al norte a las frías almas del Reino Unido, al Sur al candor conocido de nuestros italianos inmigrantes, hacia el oeste para recobrar mi lengua en una España acostumbrada o hacia el éste a la estricta historia de Alemania. De todos modos dejaría Francia que había sido mi recepción benévola pero áspera.
Aún sé que fue así pero me suena raro confesarlo, me acerqué a las boleterías pero frené a algunos metros, retrasando la fila. Recordé mi libro guía y consulté mi destino con sus palabras. De esas lecturas recuerdo dos opciones: hacia la libre Holanda y su libertinaje, tierra de licencias legalizadas y excesos nunca suficientes; o hacia el divino centro de la historia, Vaticano de mis creencias religiosas y fotos a mi abuela. Yo no supe nunca nada sobre tomar decisiones, yo era simplemente el volante, y las manos, y las piernas, y todo lo demás.
Volví a leer el libro y entre tantas cosas sólo podía detenerme en lo mismo, en la contradicción de mis aspiraciones. Sentí estar decidiendo mi destino, no el del viaje, el de mi vida. Corría dentro mío una sangre negra y espesa pero ágil, que pedía por locura, que rogaba por Holanda, que decía “dame eso”, que olvidaba mi memoria… que mataba mis creencias.
Tomaba valor entonces y amagaba con mi compra pero entonces me golpeaba esa suerte de recuerdo que te obliga a ser vos mismo aunque nunca has existido. Se cargaban mis archivos y el secretario de mi barca me informaba que no debo olvidar el protocolo, que la abuela quiere fotos y que el Papa está en la gloria.

Luego de esa junta insoportable llegó al cielo mi pedido y me golpeó cierta insolencia con faldas, una argentina detrás mío. Recuerdo que no fue sólo su pedido de perdón, porteño como el mío, sino su atolondrado caminar lo que me aseguró su procedencia. Le agradecí haberme golpeado y le dije que pasara ella a comprar su ticket pues yo no sabía a donde ir. Las argentinas no son las más lindas del mundo, pero ella si lo era.
“Me voy para el Vaticano” me dijo, y no hubo mucho más que pensar. Le extendí unos billetes diciendo “comprá dos” y dilema resuelto, todos los sentimientos hacia Holanda habían puesto sede en la muchacha.

lunes, 1 de octubre de 2007

Oda al trabajo que fue

Lamento de hora perdida, abandonada. De un bar que ya no es, acaso por el tiempo, acaso por las monedas. Tiempo que me es dado, como anecdótico pasado, que forja tras varios capítulos, la historia de un hombre que se vuelve un desempleado. Vida y sueño son lo mismo, lo veo hoy que duermo mientras escribo o que corro mientras reposo. El bar fue mío aunque nunca lo fue, necesito recordarlo hoy porque ya no será discusión. Los troncos secos de una pared durarán siempre en la memoria derrotada de quien terminó de caminar. Fue mío pero ya no lo es, por ventura pregunto si lo fue alguna vez.
Remedio de hora abreviada, lenta, abandonada. Mi literatura ya es extensa, goza de tardes dilatadas. Leer parece serlo todo, ¿debiera serlo, acaso? Tiempo libre y dudas, no hay café en mis tardes.
Calendario de burlas y sospechas, la guerra, el amor, la vanidad y el resto se suceden entre semana, apretadas en diez minutos.
Nostalgia de hora ofrecida, cara, abandonada. Yo ya no soy quien supe ser. Responsabilidades de huérfano. Tilde en las letras de tronco. Salón, mesas, café… tortas, tostadas, cuchillo… mozo, cajero, bandeja… historias, testigos, clientes… muerto todo, presente que fue, ahora la vida es mi silla, mi cuento y leer.

martes, 25 de septiembre de 2007

Soberbias

La soberbia es un producto
Que se compra por dos pesos.
Se propaga cual bacteria,
Y viaja en sangre de arterias
De cualquier tipo común
Que suela comprar en ferias

Y si hay problemas de plata
También existe el fiado
La soberbia es un buen amparo
De inseguros y pacatos
De cualquier tipo ordinario
Que quiera el producto en mano

Soberbia de mil amores
Es quien mejor sobrevive.
Es pecado, perdón y mal,
Es la sombra del que escribe
No se nutre en la verdad
Pues la soberbia es mental

Soberbia vive en mis venas
Como en sus venas la suya
Soberbia vive y sospecha
Que mientras luzca bien hecha
La vanidad no escatima
Y la humildad se hace trizas

Soberbia se compra en sacos
Y viene de a par de genes
Formando un seudo legajo
Que algunos llaman especies.
Pero no ven que es montaje
Eso que creen linaje.

Entre las garras más tuyas
Y entre las almas del viento
Flota y vive con aliento
La frase de un europeo
Que de poder bien enfermo
Dijo en su tierra y su tiempo

Gran Napoleón Bonaparte
Que cuanto más tengo, quiero
Mucho más de lo que tengo
Más aún de lo que puedo.
Tú has sido estratega en guerras
Y argumento de mil entierros

Dejando en mi diccionario
Frase que leo y desprecio
Letras que muestran en serio
Tu trastornado criterio
“Humildad es virtud” –es cierto-
Según vos “de tontos y necios”

miércoles, 19 de septiembre de 2007

El casco, el campo

Con una intriga nostálgica gire por última vez la llave de la cerradura, que no cedió fácilmente, el pasado no siempre
vuelve de buena gana. Arrastrándola contra el piso, abrí la puerta, pero no entré. Esa decisión aún no estaba tomada.
Después de unos segundos, y empujado por la justificación de un viaje, respiré hondo (como suelo hacer en los momentos previos a las grandes ocasiones), y me adentré en parte de mi infancia.
Di tres pasos dubitativos hasta el centro de la cocina, que aún conservaba esa geografía que recorría mi madre mientras nos preparaba la cena. Mis ojos se abrieron mucho más, involuntariamente. La sorpresa no es una emoción lógica aunque, irónicamente, predecible.
Empujé la puerta que daba al comedor con cierto temor a algún roedor propietario, o quizás un pájaro que se viera acorralado. Crucé la oscura habitación y estuve finalmente en la sala, esa que nos albergaba mientras esperábamos que la comida estuviera lista. Esa que conocía nuestros juegos, la que servía de tablero de tantos “trucos”, “generalas” y “cariocas”, esa, la oscura y tenebrosa, la eternamente desquebrajada, la misma de siempre, aún más antigua. Fue extraño recuperar ese olor a muebles de la abuela, de otra abuela, de la que alguna vez fue abuela también. Recuperar cada rincón donde antes habría de esconderme.
Fue extraño escuchar a los sillones pedirme consuelo, hundidos en su humedad, abandonados como todas las cosas que no pueden perseguirnos y obligarnos a quererlas.
Me di cuenta de todas las cosas que extrañaba sin notarlo y concluí que nadie sabe lo que tuvo hasta que lo recupera, y ese instante minúsculo de reconquista justifica toda perdida.

jueves, 13 de septiembre de 2007

Insultos a los que no se sienten insultados con estos insultos

Hoy, como tantos otros días, tengo ganas de ser un tanto insolente y molestar. Para satifacer esa hermosa intención existen varias técnicas, como por ejemplo el imaginar encuestas que nadie hizo y, a partir de un resultado falaz y autoritario, sacar conclusiones.

Imagino por lo tanto que la reconocida Universidad de Salamanca, España, confirmó lo que yo tanto temía: vivimos en Springfield, nos reímos de nosotros mismos y ni siquiera nos enteramos. Los estudiantes de publicidad de la universidad mencionada fueron los encargados de idear y llevar a cabo el estudio que derivó en una encuesta inédita.
La consigna a responder por los participantes era “nombrar tres de los momentos más felices de sus vidas”. El total de encuestados ascendía a dos mil personas de todas la edades.
Aunque parezca imposible, sucedió. Más de la mitad de los encuestados mencionaron alguna escena de “Los Simpsons” como momento más divertidos de sus vidas.
Dicha encuesta reavivó las aguas para los detractores de la televisión que se mostraron indignados ante el poder del aparato.
Pero, ¿es, el resultado, realmente producto del predominio de la televisión?, o ¿hay algo detrás? ¿No existe, acaso, algún mérito del programa propiamente dicho?, o ¿todo producto salido de la televisión es accesorio a ella?
Considero las respuestas al caso más que claras. La gente habló de los Simpsons y no de la televisión. Ahora bien, ¿Qué tiene de especial el programa?
Desde el punto de vista estético no varía demasiado de las caricaturas tradicionales, aquí se trata de un grupo de humanos animados de color amarillo, con cuatro dedos en cada mano y dueños de alguna extraña deficiencia.
Siempre en contacto con la actualidad, Los Simpsons evocan a menudo personajes de la vida real elegidos con delicado criterio. Ridiculizan ex-presidentes, descreen de la policía y con frecuencia disocian al pensamiento del personaje, como si fueran ajenos el uno al otro.
Sin dudas, con su ausencia de límites, Los Simpsons han trasgredido los códigos del dibujo animado e incluso los códigos de las críticas sociales tradicionales.
Aquí lo real se presenta con ironía y acidez, con tintes de humor negro y algún gag clásico; dando como resultado reiteradas e incontenibles risas y carcajadas.
Y al final todos somos ellos, la estupidez de Homero no es realmente suya, sino nuestra. Compadecernos del protagonista es compadecernos de nosotros mismos. Pero tan torpes somos que ni siquiera nos damos cuenta.
Me resulta falaz creer que la gente realmente entiende a Los Simpsons porque están hechos con dedicación y calidad (cualidades que no abundan hoy en día); porque es un programa inteligente que describe cuan estúpida es la gente; y porque de entenderlos deberíamos llorar y no reír. Además, si Homero viera Los Simpsons, no los entendería.
Pero a pesar de todo siguen allí, liderando nuestro ranking de momentos graciosos, y eso será tal vez porque no es ficción lo que vemos, sino nuestra propia vida e idiotez.
Hoy todos vemos Los Simpsons y está bien que así sea, ya que entre tantas risas se cuelan mensajes conscientizadores y manuales de uso del mundo en que vivimos, como por ejemplo que veinte dólares compran mucho maní.

viernes, 7 de septiembre de 2007

Sobre "El libro del desasosiego"

“El corazón, si pudiese pensar, se detendría”, esa frase sigue resonando en mi cabeza desde la primera página del libro. Quizás sirva como resumen, si es que de algo sirven los resúmenes; pero lo cierto es que hoy, luego del sueño postergado por meses, terminé la última página del “Libro del desasosiego” de Fernando Pessoa (bajo el heterónimo de Bernardo Soares).
Fue hoy a media mañana que agoté la última letra, la línea final y el renglón fatal que da término a aquel libro de fragmentos en donde todo lo que no es sueño, es congoja.
Terminé con una sensación contradictoria: por un lado estuvo la gracia y la satisfacción de la cosa acabada, de haber cumplido completo el camino de esas 500 páginas; por el otro estuvo la zozobra sutil de ya no contar con más fragmentos que leer.
Vulgarmente hablando, me siento liberado, pues el libro estaba tejiendo sobre mí cadenas dolorosas que acaparaban toda mi atención y no me permitían leer nada más, habiendo tanto allí que necesito con urgencia.
Fue una lectura larga, tendida en el tiempo y demandante de paciencia. Tuve yo que olvidarme de mi vida, tuve también que despreciar toda acción e intentar –sin adueñarme de los sueños de Soares- despojarme de todo lo que no fuera sueño. Llegué incluso a conciliar con la idea de que vivir es degradante, perdí por momentos la confianza en la realidad.
Desde el comienzo hasta el final fue una constante agonía: más de un mes y medio padeciendo los castigos de semejante tristeza. Es que para leer el Libro del Desasosiego se requiere tiempo y disponibilidad, pues en sus páginas vive la vida secreta de un hombre que hubo de existir y cuya memoria llevó años. Se debe ir de a poco empapándose de esas memorias, se debe ser él y nadie más.
La añoranza, el llanto, el abatimiento, la desolación, la amargura, la lobreguez, la nostalgia, la genialidad, la soledad, el desconcierto… y aun peores penas, se encuentran en el Libro del Desasosiego, todo bajo el manto de una reiterativa lluvia sobre el suelo de Lisboa. La ausencia de la calma, la imponencia del devaneo.
El libro no se digiere y se olvida, sino que pasa a formar parte del ajetreo, todo se empieza a concebir en forma de tormenta, con ojos desasosegados.
Leía algunas pocas páginas por día, las recorría varias veces hasta terminar de exprimirlas. No avanzaba, giraba; tanto que hasta creí estar escribiendo sobre lo ya escrito. Uno debe acompañar con la propia soledad a la soledad del escritor, sino nada sirve y te sentís hipócrita porque Pessoa te hace sentir así.
Cada día contado por Soares, era un día para mí, incluso tuve que esperar varias veces a la lluvia para leer los fragmentos con lluvia.
Pero al fin terminé, acaso con la satisfacción de que la próxima será una relectura, acaso con la alegría de la nostalgia falsa que me inculcó el portugués. Terminé y soy una persona libre que siente, no pena sino tristeza por la tristeza y pena que algún día sufrió Pessoa.
Retrato de una persona enferma de si misma y de su propia lucidez. Esclavo del hecho cierto de que sea escasa la compañía capaz de acompañar a los que quieren estar solos. Si los solitarios siguen siéndolo es porque nadie sabe acompañar en soledad.
Por mi parte, yo festejo que entre tanta incomprensión y sufrimiento, algunas de las víctimas perpetúan libros como este.

martes, 4 de septiembre de 2007

Pudor de Romanticismo

Después de años de buscar respuestas para encontrar consuelo a mi tristeza, a los saboteos de mis buenos momentos, a las desgraciadas maneras de mirar las cosas buenas, llegué a ninguna conclusión.
La vida se trata de veinticuatro horas por día. En cada minuto nos encontramos con nosotros mismos y peleamos con nuestros conflictos. En cada batalla sorteamos nuestra suerte y dependiendo de nuestra fortaleza aflorará cierto humor.
Vos y yo, los demás y el resto. Las mujeres látigo en el flagelo de sus ausencias, en lo agresivo de sus presencias; son latidos profundos y punzantes en la cabeza de cada hombre. Todo estado tiene nombre de mujer, toda crisis se delata en una risa.
Hoy desde lejos las miro de a poco, a cada una de ellas pero no las nombro. Sólo me quedo en una ciudad inventada, con calles perfectas y bohemia clandestina, precisa y personal. La recorro cuadra a cuadra con cierta mirada romántica y evoco involuntariamente las historias de algún otro. Luego me muero en esa esquina y en la plaza, en un juego con las manos y las miradas de despedida. Cierta casa antigua y ya mitológica en mi pasado personal y un sótano de intimidad, desgarrador.
Y es que, ¿no es eso una búsqueda de romanticismo? Todos somos tan imberbes que creemos que lo que nos pasa a nosotros es mas emocionante que lo que le pasa a los demás. Queremos que todo nos suceda de manera espectacular, de forma única y novelística. Si todo lo que pensara cada uno se sucediera de la forma idealizada ¿que sería lo romántico, donde estaría lo distinto? Tanto en la poesía cotidiana o en la norma establecida. De novela es lo pasado, es lo ajeno, los sueños, lo imaginado. Yo más bien vivo mi vida de la forma más intensa, sea durmiendo por días o mirándote dormir. Romántico es ser conciente de que se puede ser nadie juntos, y optimista es hablar de juntos cuando suelo ser sólo yo.

sábado, 25 de agosto de 2007

Respuestas sin sentido para preguntas sin respuesta

Encontrar cosas para preguntarse es fácil e insoportable, es cuestión de parar un segundo en medio de la calle y ponerse a pensar de qué se tratan, por ejemplo, la mayor parte de nuestras costumbres.
Hoy, por lo pronto, me asalta una pregunta seudo religiosa (porque en Buenos Aires hasta las preguntas te asaltan). Resulta que mientras camino, ciertas veces, cruzo iglesias que han de estar hace años allí instaladas. Es curioso, lo sé, pero no voy a negar que la mayor parte de las veces (es decir cuando me doy cuenta de que allí hay una iglesia) yo hago una especie de seña o ritual con la mano derecha en forma de cruz poco precisa que termina formando lo que parece ser, se llama “sagrada trinidad”. En otro momento, menos hereje, voy a dedicarme a entender por qué es que sigo haciendo el ritual, pero hoy, o ahora que es más preciso, mi duda es técnica. El dilema es el siguiente: supongamos que yo vengo caminando por Rodríguez Peña cerca de cortar Córdoba, y sé (por conocer esa calle) que en los próximos metros hay una iglesia bastante agradable si de arquitectura hablamos. El dilema, estaba diciendo, es que cuando sé que voy a pasar frente a la iglesia me agarra una especie de nerviosismo o inquietud por no saber cuando debo empezar a hacer la señal de la cruz.
Dicha señal (ya explicada previamente por mí y supongo que por algún testamento o Papa mucho antes) se hace cuando se pasa por el templo, pero en qué parte de ese trayecto. O sea, hay más de veinte pasos transitables frente a la iglesia, en qué punto o paso preciso debo yo dirigir mi mano a la frente y luego al pupo para después ir a los hombros y terminar besando mi dedo gordo cual si fuera un chupetín.
Me vendría muy bien si algún miembro de la ¿“santa sede”? se comunicara con mi persona por medio de este blog y me sacara del brete de tener que debatir conmigo mismo dónde empezar a hacer la señal sagrada cada vez que paso por la casa de Dios. Prometo poner toda mi voluntad para no ofender a nadie pero creo sinceramente que esas imprecisiones no pueden permitirse en una institución tan antigua como es el cristianismo.
En el tiempo que haya que esperar, procuraré hacer la señal en el justo medio de la iglesia. Tal vez deje de caminar y me pare, así no pierdo las proporciones, o tal vez evite cruzar iglesias. Pero claro que hay veces en que yendo en colectivo no puedo evitarlo y ahí es aún más complicado porque hay menos tiempo y se requiere mayor agilidad para confeccionar cruces imaginarias. Dicho sea de paso, pregunto si es necesario ir por la vereda del establecimiento, o la cruz se puede hacer desde la vereda del frente. En el caso de que la sagrada trinidad sepa cruzar la calle sola habría que aclarar también si es requerido esperar a que no vengan autos que puedan dañar el emblema, quizás la señal rebote contra los rodados si no se la hace cuando el camino está libre. Todas estas preguntas, que las sé difíciles de responder, han de tener explicación y es por eso que elevo mi inquietud, siempre con ánimo expeditivo y para el bien del cristianismo.
En fin, agradezco el tiempo y en resumidas cuentas las preguntas planteadas serían:
1) ¿En qué punto exacto o en qué paso se debe hacer la señal de la cruz?
2) ¿Sirve una señal hecha en diagonal a la puerta de entrada de la iglesia?
3) ¿Se debe mover la mano apenas se pone un pie lindando con los ladrillos de la sede de Dios?
4) ¿Es cualquiera llamar “sede de Dios” a la iglesia?
5) ¿Vale la señal hecha desde la vereda de enfrente?
6) ¿Cruza, la cruz, la calle sola o se debe esperar al semáforo?
7) ¿Se puede hacer desde el colectivo?
8) ¿Es necesario abrir la ventana o pasa el vidrio?
9) ¿Existe alguna instrucción de Cortazar respecto del tema y no me enteré?
10) ¿No es contradictorio que la “Sagrada Trinidad”, sagrada subrayado, se consume con un simple movimiento de manos terminados en un beso de dedo mayor o golpecito en la frente?

He dicho. Espero no haber herido susceptibilidades y sepan entender que estas dudas me desvelaban, cada tanto (cada vez que pensaba en ello me daban ganas de escribirlo y las ganas de escribir cualquier cosa no me dejan dormir).

sábado, 18 de agosto de 2007

Oda a la ambición errada

Que no hay fondo en el abismo,
Pues abismo es puro fondo
Y no hay culpa en un bautismo,
Dios sabe de hacerse el sordo.

No habrás de buscar fulgor
En un paisaje de hastío.
No intentes tejer amor
En un amor ya perdido.

Donde manda la inocencia
No hay rancho ni junta aparte,
No hay rasgos de una experiencia,
No hay más que querer ser nadie.

De a partes enteras todo
Se va creando la tierra,
Solo lodo hay en el lodo,
Solo guerra hay en la guerra

Y a quien retruque mi canto,
Que de ojo y pierna se vale,
Que venga y me desafíe
A hallar juventud en añares

viernes, 10 de agosto de 2007

Ensayo sobre un viejo indecente

“Yo siempre llevo una botella de whisky conmigo y si algún extraño quiere iniciar una conversación en el colectivo, yo le doy un largo sorbo a mi escocés y lo espanto”, cuenta Charles Bukowski en una de sus primeras novelas “Factotum”. Esta es simplemente una de las tantas muestras del desprecio que Bukowski sentía por su sociedad.
Adicto al alcohol -a cualquier botella accesible-, adicto a la soledad –a su imagen de genio escondido en la oscuridad de una habitación-, adicto al insulto, al odio, a la pobreza, a las mudanzas, a todo aquello que nos suele incomodar. Pero ante todo, y sin pudores, adicto a la mujer, al cuerpo de mujer en sí. Sin prejuicios ni barreras, para Bukowski todas las mujeres son igual de atractivas y cientos de veces nos cuenta el escritor sus sinceros impulsos ante los distintos “pedazos de carne”.
“Todo en esa mujer era culo y teta. Dios o quien sea no se cansa de hacer mujeres y echarlas al mundo”, escribe.
Pero aún más interesante, cada una de sus descripciones y vivencias no son más que referencias autobiográficas. En diversas entrevistas, y una vez adquirida la fama, este “viejo indecente”, como el mismo se denomina, confesó que el 99% de las cosas que escribe las vivió. Allí se entera el lector de que los cuentos, las novelas y las poesías no tratan de un tipo creativo haciéndose el loco o el borracho, sino que cuentan experiencias de un enfermo, loco y borracho en serio.
Bukowski era un escritor maldito y único. Era feo (tenía la cara plagada de pozos y marcas, producto de un acné mal tratado en la adolescencia), lo dejaban las mujeres, lo echaban de los trabajos, hacía fortunas en el hipódromo y las perdía en el alcohol.
Pero nada de esto molesta, ya que quien lee a Bukowski sabe lo que va a encontrar y lo busca. Podrá ser obsceno pero por eso mismo lo leen sus lectores, porque esa es su poética inconfundible y porque los insultos o demás se desprenden solos de la situación, sin forcejeos o falsos enojos. Cualquiera pensaría lo mismo que el autor en las situaciones que se cuentan, la diferencia es que Charles lo escribe y lo confiesa.
Sin embargo existe quien afirma que Bukowski es leído sin compromiso, como a uno más de la literatura, como a un escritor menor que supo ser gracioso e insolente. Muchos creen que Henry Chinaski (alter ego del autor) no quedará más que en la memoria de unos pocos. Pero esos estudiosos, que con la mente fría sacan conclusiones, son presos de sus prejuicios o de formaciones religiosas estrictas que los obligan a indignarse frente a la palabra sexo. Peor aún si se encuentran con frases como “¡Cristo nena, que buen polvo! Oh, Cristo”, y después con la conclusión del mismo personaje “Yo no sé por qué Cristo siempre aparece en estas situaciones”
Pero más allá de conclusiones, mucho más allá del pensamiento promedio y de los conceptos morales trillados, se puede ver a Bukowski solo y triste por “la senda del perdedor”, escribiendo sus historias y pasado en copas de whisky. Charles era un solitario que solo quería insultar un rato al mundo, después de todo, ¿quién no quiso hacerlo alguna vez?

lunes, 6 de agosto de 2007

Confesión

Hoy necesito decir algo, es decir necesito realmente decir algo, con las venas y con la vieja sangre que ya no fluye por ellas; es decir con la garganta cuadripléjica pues no puede ni esbozar llantos; es decir -con más fuerza todavía- con mis dos ojos secos, ciegos, tristes y muertos.
Necesito confesar que ya no soporto más que su nombre se adueñe de mi nombre y de paso me arruine la estadía. Quiero gritar, desde que alguien la evocó por accidente, que es injusto lo mucho que me burla, aún sin saber que todavía existo.
Y lo peor, sin contar mi vida, es que ya ni hay suspenso, no tengo más dudas de lo que viene en esta historia inexistente. La única incógnita acaso es qué haré yo con esta rabia de nostalgia falsa, con esta tristeza por lo que nunca sentí. Melancolía por haber querido tener algo en que pensar, añoranza de recuerdos que no llegaron.
En resumidas cuentas: no sé cómo hacer para que me den una porción de mí que no esté infestada por su nombre. Ni las palabras me sirven pues sólo intento echar por letras la mierda que siento dentro, que es una mezcla de ella, con su cara, su apellido y todo lo que siendo suyo no fue nunca mío.
¿Por qué siempre lo mismo?, ¿por qué su cuento miserable haciendo fricción contra mis nervios?, y en el halo morboso de mi sufrimiento: su sonrisa de hotel lujoso haciéndome creer que es de trato personalizado.
¿Qué estoy diciendo?, ¿por qué me rebajo a la confesión de lo que no debe interesarles? Es que de allá abajo vengo y esta es mi crónica de lo que fue. Es el relato inmaduro de mi resentimiento tardío para con mi persona por no haberla convencido.
Y cuando pido olvido miento (como todos lo hacen al pedirlo) porque lo que pido en realidad es oportunidad y correspondencia a mi puta mala suerte.

Soy sol, tierra, agua y aire puro en un planeta en donde no existe la vida. Soy solo la imagen del lugar perfecto que podría haber sido de haber nacido mejor. Absurdo y prescindible, sal de mil mares.

viernes, 27 de julio de 2007

Enigmas


Es inútil el intento de pertenecerme
Cuando la tenacidad no me identifica.
Es un cuento signado por la infamia:
Mi persona mendigando tu designio.

La inocencia que he perdido
En el vasto mundo literario
Me ha usurpado el plano del instinto,
Hoy soy sólo: lo que digo.

Sueña ahora, partícula del tiempo,
Que no espero a tu cobarde rebeldía.
Duerme ahora, tentáculo del miedo,
Calla y deja que se asomen los enigmas.

viernes, 20 de julio de 2007

Al negro canalla ese

Por hoy renuncio a las letras,… dejo de lado mi ambición literaria,… No puedo leer a nadie y todo me importa un carajo.
Es que no sé como expresar la enorme, o tal vez más grande, angustia que tengo adentro, si cada vez que pienso en el negro, simplemente me cago de risa.
A la larga, después de tanto admirar uno empieza a querer. Sin fundamentos creamos una intimidad inexistente y adoptamos una amistad que nos encantaría haber tenido.
Le hablo al negro y ¿con qué derecho lo tuteo? Le hablo a Fontanarrosa, a un ídolo, a un maestro, a un tipo de la puta madre, así, bien clarito, de la puta madre. Y a quién se le va a ocurrir decir que eso es una mala palabra, ¿qué tiene de mala, no negro? ¿Le pega a alguien la mala palabra? Yo voto hoy y aquí por la amnistía que algún día reclamaste.

¡La pucha che!, mirá que cosa rara eh, si ni te conocía negro pero a cada acto que ibas yo estaba allí, esperando tu comentario serio, estoico y delirante, ese que se estampaba contra las risas estruendosas de todo el mundo. Vos te callabas y todos sonreíamos, hablabas y ya nos dolían las costillas. Para colmo, en el regreso a casa después de cada charla uno se daba cuenta de que además estabas enseñando algo, como que Gardel se levantaba a las ocho de la noche y no obstante fue Gardel. ¿Para qué la doble escolaridad entonces?
Recuerdo también que vos te la buscaste, que todos te hablaran de futbol, que te gritaran canalla y te preguntaran como saldría el partido ese domingo. Pero claro, que mierda ibas a saber vos que eras solo un hincha. Pero vos te la buscaste negro, vos te la buscaste. Ser tan genial tiene su precio.
¿Dónde estará Mendieta?, ¿dónde Boggie y su locura?, ¿dónde los increíbles nombres de personajes que de solo nombrarlos causan gracia? Sara Susana Baez, poetiza. Si me habrás hecho reír, negro. Reír pero con pasta y calidad, con literatura de la buena y no como esa mierda de novela rococó del gran Gabo, ¿así era? “Puto el que lee”, palo y a la bolsa, eso es literatura.
Yo no sé si fue el mundo el equivocado, no sé si efectivamente los trenes les ganas a los autos y no terminé de entender cuál era el peor de tus defectos. Supongo que el marcharte tan temprano.
Hoy, y antes también, me doy cuenta de que en realidad lo que me pasa es que te quiero, así sin conocerte y con pudor al decirlo. Te quiero con solo haberte visto un par de veces.
Nos presentó mi abuela, me dio un libro tuyo y me dijo que era bueno. Yo te leí tímidamente, después intenté imitar tu estilo y empecé a seguirte a dónde fueras. Pero nada alcanza esta tarde para aliviar la calma insoportable que hay en la tierra después de que hayas vivido.
Nada somatiza que ya no me harás reír, pero tengo un consuelo escondido dado por mi juventud. Aún me queda tanto tuyo por recorrer, tanto en mis estanterías que no leí y tanta carcajada por escaparse.
Que cagada negro, esa puta enfermedad de mierda que te obliga a dejar de ser lo genial que eras para empezar a ser el gigante que ya sos.
Hoy dejo de lado todo negro, y te pido perdón por no saber como carajo expresar esto que siento.

Si estás ahí y me escuchás, desde tu nube de galanes donde ya te queda chico resolver los problemas del mundo entre cafés y donde las mujeres no son tan lindas como las de tu ciudad, te pido que me ayudes, que me tires una puntita de inspiración o que al menos me invites a Rosario a ver al club canalla para tirar desde la tribuna, entre tanto papelito, tus cuentos picados para que floten en el aire, como alguna vez te escuché decir, tal vez como sarcasmo, que tanto te alegraría.

martes, 17 de julio de 2007

El día en que Buenos Aires no fue mía

Emblema vacuo la nieve, que me abriga en su ironía.

Hoy la ciudad está en blanco por lo que nunca jamás ya hubo sucedido.

Sur, paredón y después, sur.

Ya nunca Buenos Aires será tierra de bohemios en sudor, pues Europa sacro santa trajo su extraña capa de inspiración helada.

Nieve en la Rusia porteña que me obliga a descifrar cual será el lamento que desprenda mi tinta.


Sal y lluvia, llanto y soledad, nieve y el emblema fútil de mi protesta contra no sé qué.

martes, 10 de julio de 2007

Preso de mi

Yo seguía empecinado en salir. Creía que si insistía en mandarme a las calles por las noches y darme largas dosis de alcohol iba a encontrarme conforme con mi presente. Y digo que me empecinaba en salir porque entre tanta confusión post adolescente, al menos tenía claro que ese hábito era un empecinamiento y lo llamo de esa manera porque sé que no hay lógica que responda a mi proceder. Decirme “empecinado” me hace sentir conciente. Yo estaba empecinado en salir porque sabía que iba a seguir saliendo y sabía que iba a seguir sin conseguir resultados. No obstante las mil lluvias decadentes de mis curdas.
Le época, el tiempo y el espacio… son cadenas para hablar de uno mismo, porque nadie –al menos yo (y yo soy todos y soy nadie)- puede dejar de ser quien es, más allá de alguna fecha. No es uno el que cambia, sino las circunstancias, pero a veces todo se confunde tanto que nos creemos diferentes ayer de lo que somos hoy. Que nieve y yo disfrute no me hace un ser invernal, sino que me hace descubrir que quiero al frío.
Lo importante, si es que eso existe, es, para mí, que nada ni nadie saqué de mis excursiones nocturnas. Conocí bares temáticos, antiguos, clásicos, irlandeses, modernos y demás; anduve errante entre parques concurridos; fui a discotecas, a peñas, a casas de amigos y de otra gente. Cada una de las paradas no era más que algunas paredes pintadas de colores. Suele decirse que alcanza el hombre para tener un buen paisaje, pero eso solo puede consolar a quien se concentra en vivir. Para alguien como yo, que se dedica más a pensar que a andar haciendo, los lugares son todos lo mismo: un instrumento fútil que sirve para archivar tales recuerdos.
¿Y cómo contar distinto lo que ya una vez conté?, ¿cómo hacer de la reiteración algo valioso?
Las mujeres son ese capítulo repetido en la más original de las historias. Todo lo que se quiere, comienza por despreciarse; tal vez porque queremos que nos quieran a nosotros y caemos en la cuenta de que para que nos quieran, deben primero despreciarnos.
Yo no sé, sinceramente, si alguien más pasa por estos estadios de mí estupidez, pasaran por los propio supongo, pero de tanto encerrarme a escribir termino, a veces, desvariando. Lo complicado, en todo caso, es que salgo convencido de esos desvaríos.
¿Las mujeres dije?, las mujeres son. Si al comenzar a decir que “yo seguía empecinado”, estaba diciendo que eso (el seguir empecinado) era mi mejor excusa para contar lo que refiero.
En uno de los tantos bares, dispuesto de forma tal que la gente se ve obligada a chocar, anduve caminando, trago en mano, en pose de conocer a alguien. No voy a negar que abusé de chistes malos que me molestaban hasta a mí mismo que los estaba diciendo, pero cada tanto uno se luce y encuentra el comentario justo que esa chica tenía ganas de escuchar, aún sin saber de su existencia.
No sé si fue que puse tono colombiano –o lo que yo creo es tono colombiano-, o que la traté como a una mujer experimentada (que no lo parecía), pero, al fin, ella se encontró lo suficientemente atraída. Suelen creer que pienso justo lo que ellas querían que pensara; pero nunca sospechan que yo intuyo lo que ellas quieren que yo diga que pienso. Ante esa ecuación sin matemática, uno (que es de letras) sale ampliamente favorecido. A veces hasta creo que la seducción de una noche (que poco vale) se basa en que algunas de ellas (las mujeres), quieren escuchar, por ejemplo, que son lindas. Y uno les dice que son lindas, entonces ellas pasan a pensar que nosotros pensamos que son lindas, cuando deberían pensar que nosotros (o yo) sabemos que ellas quieren que les digamos que son lindas. Pero claro que si así de sincero fuera el mundo, nos mataríamos entre todos en dos días por las barbaridades que se escucharían.
Finalmente abandoné el tono colombiano y dejé de decirle lo que debía. Ya estaba empezando a cansarme de que se creyera todo. Y empecé a hablar un poco más en serio, o en broma pero desde mi personalidad. Ya no era hiper-simpático, ni tan dulce, ni caballero, ni nada. Pero ella se reía como diciendo “que bien te sale el personaje de mal humorado”, si supiera que el personaje era el otro.
Y entonces lo fatal, hacía menos de media hora que me conocía y con descaro absoluto me pasó el dedo por la cara, por debajo del ojo, en forma de caricia de noviazgo (o eso me pareció a mí que no sé qué es el noviazgo) y después, al ver mi cara supongo, me dice: “tenías una basurita, no te creas que te acoso”. “No aclares que oscurece”, pienso yo, y si aclarás decí “te toco porque soy una loca enferma que creo tener una intimidad establecida a los diez minutos de conocerte”. Pero no se dan así las cosas.
Trago saliva y bronca y me callo. Ella se queda mirando, “¡Dios mío, todas miran!, ¡aman mirar!”, grito para mis adentros. Y salgo del paso contando que trabajo en un bar, o que escucho tal mala música o qué sé yo. Cosas que de tan aburrido que me tienen a mí, deberían aburrirla a ella.
Luego la dama critica mis gustos musicales, creyendo que al pelear seremos un poco más “los dos”, pero yo le doy la razón e invento una explicación al decirle que escucho mala música para dejar de pensar, porque supuestamente pienso demasiado, todo el tiempo. “Pensar es mi karma”, creo que le dije. Lo cual es verdad pero aplicado a todo el mundo. Ya querría yo que fuera mío y solo mío el mal de pensar cada instante. Ella calla y escucha. Yo creo que no me habrá entendido o que tal vez ni me escuchaba.
Le comento, cerca de la madrugada, que me tengo que ir porque eso tengo que hacer y salgo solo, camino hacia mi casa. En las calles vuelvo a enojarme conmigo mismo por insistir y digo nuevamente que estoy empecinado. Después paso a pensar que me gustaría ser extremadamente buen mozo para que ellas no tengan que hacer como que se admiran de mi inteligencia, que sea evidente que de mí les gusta solamente lo que ven. No hay nada que me moleste más que el ser admirado por alguien que se admira con alguien como yo. Siento menos que una mosca pero quiero sentir tanto más. También sé que no hay más mosca que yo cuando juego a tal soberbia.
No creo pertenecer a esa elite de los que leo, y si reniego tanto de la vida y de sus protocolos es porque aún no aprendo a querer, a ser feliz y a sonreír por el simple hecho de sonreír. Soy, ante todo, un novato agazapado que solo sabe dar arañazos.

Unos días después me crucé con esa chica de la noche anterior. La saludé, más calmo, y no me molestó verla. Ella me contó que hacía por allí y yo escuché. Me dijo de tomar un café, y yo acepté. Si me hubiera propuesto hacer una carrera de bolsas también hubiera aceptado porque durante el día y si me sorprenden, no me salen los no.
Con la mesa al medio y las bebidas servidas me comentó de su trabajo y de algunas otras cosas. Yo le dije que vivía por ahí y que andaba caminando escuchando la radio sin más.
Ella se río y me preguntó luego si escuchaba esa música mala que escucho yo para dejar de pensar.
Me quedé callado, hice un esfuerzo enorme y me acordé finalmente de que eso era lo que yo le había dicho en su momento. Pensé en silencio si era verdad o si lo había dicho por decir, como tantas cosas que digo. No supe la respuesta. Medité un rato más y llegué a la conclusión de que digo muchas estupideces.
Sin embargo, ella se acordaba de eso y me lo repitió como mostrando que habíamos tenido una charla interesante. Quería enterarme de que yo había hablado profundamente con ella, quería adueñarse de una atención que nunca le di. Histérico como soy, ahí mismo me enojé. Seguí la charla parco, pagué los dos cafés y me fui amablemente.
No escuché música mientras caminaba porque quería pensar. ¿Cómo es posible que escuchen tanto, además de mirar? ¿Por qué es que me toman en serio cuando digo estupideces para molestar o para ahogar una conversación? ¿Cuál es el motivo por lo que al tratarlas con desprecio creen que les estoy entregando alguna exclusividad?
Que ella se acordara de lo que nunca tuve que decir me exasperó por demás, pero en calma y con hojas enfrente pude acreditarme la culpa y dejar de usar el término “mujeres”, que salpica a todas con una baba ajena. Lo que pasó es retrato de mi falencia y un antecedente más en relación con una sola chica que además de ser quien es, pasa a ser un poco yo, al menos mientras la describo.

martes, 3 de julio de 2007

Descubriendo el mundo



Yo estaba parado entre un hombre y otro. Ellos estaban entre otros hombres y yo. Estábamos en una enorme habitación blanca, donde no hacía ni frío ni calor, para ese entonces no sabía lo que eso significaba, no sabía ni como nombrarlo, jamás lo había sentido.
Al fondo de la habitación había un enorme molino de metal, sus astas eran proporcionalmente grandes, y se movían gracias a un viento que no existía. Pero tanto tiempo había pasado con ese sistema que llegó el día en que el molino simplemente paró, sin previo aviso se detuvo. Detrás de mí se abrió una puerta hacía algún lado del cual sólo se veía oscuridad, o no se veía nada, o se veía solo aquello cuya principal cualidad es la de no permitir verse; ¿existe algo en la oscuridad? Decidí salir, o al menos lo hice. Fui el primero, no llegué a notar si fui también el último pues al cruzar la puerta ya no tenía a mis antiguos compañeros, esos que creía eternos.
Una tormenta azotaba ese lugar que hoy puedo llamar “ciudad”. Había hombres y mujeres con techos transportables de plástico, algunos tenían gafas que protegían sus ojos, una suerte de parabrisas en miniatura. Repito que tardé años en aprender cada palabra en particular, cada instrumento de ese sistema, cada relieve que el habla evoca. Todo era nuevo y me fascinaba, aunque no supiera sus funciones. La gente caminaba, algunos apurados, otros no, algunos distraídos y otros concentrados en quien sabe qué. Estaba repleto de presencias y sin embargo para mí eso era un desierto, donde la infinitud de cosas inexplicables no eran nada y lo eran todo en ese momento. Fue instintivo pensar que por no tener utilidad o justificación, eso no existía. La carencia de sentido, carenciaba todo el resto.
En una esquina reposaba una enorme puerta de madera custodiada por un león de mármol cuya mirada se dirigía hacía mi. Inevitablemente me encaminé hacía allí. Inconsciente del delito, entré. Dentro había un ascensor, alguna puerta, escaleras y demás. Pero había también una pequeña mesita de madera (al menos eran cuatro patas sosteniendo una tabla), tabla sobre la cual reposaba un vaso con un líquido negro y caliente dentro suyo. Como usted con ésta carta: lo examiné despacio, lo tomé con mis dedos suavemente, hasta que arremetí contra él guiado por la curiosidad, la más poderosa de las fuerzas, y derramé el líquido en mi boca.
Me pareció espantoso, pero por vergüenza lo tragué. El sabor me repugnaba, secaba mi saliva y asqueaba a mi garganta. Sin embargo me gustó, fue sabroso, era una experiencia feliz.
Lo que estaba disfrutando era la sensación novedosa, era el cambio drástico en mis sabores y aromas. Era horrible pero nuevo. Lo tomé todo y, con asco, al final sonreí.

Yo hube de saber que eso era un sueño, pero en cambio creí que era una revelación. Inmediatamente me lavé los dientes, pues no tolero las ideas con la boca sucia. Acto seguido me enjuagué la cara y me miré en el espejo, mi rostro era aún el mismo, yo no era una cucaracha y por un momento me decepcioné.
Ya despabilado decidí llevarme el desayuno a la cama, pero yo no estaba en ella, sino que estaba parado con una bandeja, me reí y empecé a comer una tostada un poco mas fría de lo que estaba cinco minutos antes. Sentí sed y tomé la taza de café, cuando terminé el primer sorbo concluí que el sueño había sido una revelación, el café es inmundo.

sábado, 30 de junio de 2007

Día por Dunedin

Y mi padre insiste en que todo lo que escribo es triste..., se debate palmo a palmo entre la alegría de verme animado y la culpa (obligada) de sentirse orgulloso. Me pregunta, además, si soy feliz...
Bueno.... pues eso depende del día, le digo. Pero la desgracia mayor es que el jugo de alegría tiene un sabor insulso, agrio, que decepciona... lo simpático vale la pena vivirlo pero no tanto contarlo.
No obstante, y para consuelo de mi padre, hubo un día que aún hoy me cae bien y por eso lo que sigue.
Hubo un día en vida en que camine mi historia.
Recorrí las calles propias de un sueño.
Cerré mis ojos y perpetré el momento.
Lo recuerdo con sonrisas.

Hubo un día en que empezó esto que escribo
Y ese mismo día terminaba.
Lo recuerdo como fue y con su fugacidad trascendente.
Duró poco y como toda sensación intensa, es eterna.

Hay un día que es pasado
Que abre puertas al futuro
Que supone un cambio de mirada
Que rompe el tiempo del mundo.

domingo, 24 de junio de 2007

El exilio

Cuando conocí la verdadera historia de mi vida me quedé dormido y me di cuenta de que la única manera de ser interesante era o bien cambiar mi forma de vivir o bien mentir, podrán intuir que si escribo es porque elegí la segunda opción.
Pero hay una historia que es cierta, y me siento tentado de contarla, es tan simple que aún no la entiendo.
Yo tendría aproximadamente 20 años y mi vida consistí en trabajar, estudiar y divertirme cuando no hacía ninguna de las otras dos cosas que no eran compatibles con la alegría.
Trabajar era parte de un plan mayor, ahorrar. Lo hacía en un bar donde todavía lo hago.
Estudiar era un supuesto, no había encontrado el amor por el derecho aún y pasaba largas horas convenciéndome de que el “aún” estaba bien puesto.
Lo cierto es que me gustaba más todo aquello a lo que no me dedicaba. De a ratos me acordaba de mi edad y trataba de imitar a mis semejantes, generalmente llegaba el viernes y me entraban las ganas de conocer gente, deseo que se terminaba exactamente cuando se cumplía. Era una época en la que un amigo estaba trabajando de relaciones públicas en una discoteca y con mis amigos solíamos ir a bailar a su trabajo, yo como detesto ir a bailar para no bailar, solía embriagarme antes de llegar al lugar y nunca me daba cuenta de que estaba faltando a mis principios.
Una de tantas veces estaba en el lugar sin ver que pasaba a mí alrededor pero convencido de que yo estaba por encima de ello, no obstante nunca dejé de ser hombre y a menudo me cruzaba mujeres hermosas, es decir mujeres. Por intriga diría yo, me detuve a hablar con una chica que mis ojos aprobaban, a mi cabeza mejor no preguntarle ciertas cosas, y no pude hacer más que presumir de mi supuesta inteligencia, yo estaba tan metido en mi papel que ella quedo completamente convencida. Después de citar varios autores que la dama no conocía y que yo citaba porque no los entendía, la muchacha creyó que yo era diferente. Rendida mi presa no tuve más que invitarla a separarnos del grupo e ir a un rincón oscuro, como quien se esconde por vergüenza, en mi caso prudencia.
Le dije alguna estupidez, ella se rió e instintivamente la besé.
Después de un rato mi cabeza ya estaba en otro lado pero mi cuerpo actuaba cómo si quisiera estar ahí. Fue ella la que finalmente cedió y terminó con ese momento carnal para empezar a hablar, yo no me animé a decirle que ella me aburría tremendamente.
Conteste las preguntas cumpliendo con el protocolo de ser amable, dije algunos chistes fáciles para hacerla reír, pero sobre todo la odie en silencio, ella nunca lo supo.
Cuando quise escaparme mis amigos ya habían desaparecido y tener una mujer linda a mi lado al salir del lugar me tentaba más que volverme sólo hasta mi casa.
Salimos caminando, como es lógico, hicimos un par de cuadras charlando no se de qué, ella quizás lo recuerde, y llegamos al bar donde yo trabajaba y trabajo. Yo tenía las llaves y propuse entrar, ella tenía el karma de la inferioridad, no pudo resistirse, no sé si quiso hacerlo tampoco.
Entramos, puse algo de música, no bailamos.
La deje sentada en la barra y fui en busca de la heladera. Me acosté sobre el contenedor y empecé a odiarla seriamente, era algo que me pasaba muy seguido. Cuando uno descubre que no puede estar solo estando con alguien se da cuenta de las enormes falencias que tienen las relaciones entre los sexos.
Ese frío eléctrico empezó a contagiarme la espalda y sentí terribles deseos de dormir, pero ella estaba ahí sentada mirándome con unos ojos molestos que parecían decir “me trajiste para que te vea dormir”. Mi respuesta hubiera sido que tenía razón, que no sabía para que la traje.

Ella- A las mujeres hay que tratarlas bien, sabés.
Yo- Los dos sabemos que eso es mentira.

Cerré mis ojos de forma evidente y ella vino hacia donde yo estaba intentando estar lejos de ella. Me acarició la cabeza y me dio un beso. Por un momento fingí ser dulce y delicado, como si su actitud me hubiese conmovido. Dos minutos después volví a la postura anterior. Estoy tan lleno de intermitencias entre sincero e hipócrita que a veces no se cual de los dos soy. Me gusta pensar que el malo.

Pareció entender el mensaje porque de repente se alejo y tuvo implacables ganas de irse a su casa, ¿se habría dado cuenta de mis deseos? Yo estaba contento finalmente pero ya veía la próxima escena y quería desaparecer del mundo al menos por un rato. Lógicamente yo no podía, por el simple hecho de odiarla, dejarla irse sola, supongo que ella pretendía que la dejara en el palier de su casa pero mi cortesía solo alcanzó a subirla un taxi y darle unos pesos para mostrarle que estaba dispuesto a pagar para que desapareciera de mi vista, supongo que ella entendió que lo hacía de caballero, en ese caso yo era el único que sabia que eso era mentira.