domingo, 30 de diciembre de 2007

El mandato de la risa

Tú sólo sonríe e invítalos a pasar. Esa es la labor en el restaurante: sonreír e invitarlos a pasar.
No importa si el frío ya te congeló la angustia e hizo de esa sensación un cuadro permanente.
No importa si al sonreír e invitarlos a pasar se te rían en la cara porque tu acento, lejos de Shakespeare, se parece al de Minguito.
No importa que te digan que ya comieron y se señalen el estómago con cortesía, no importa tampoco que te ignoren y que tu pregunta cordial se esfume en el vacío de una cara agria y desconsiderada.
No importa que te miren como a un inmigrante asqueroso.
Tú sonríe e invítalos a pasar es el mandato. Ofrecerles varios platos de comida, prometerles rico vino. Hablar de la cultura italiana, ser cortez pero vulgar... aunque siempre sonriendo. Falsear a un tano pero sin la soberbia, lo cual es como actuar de mujer poniendo voz de macho y con el miembro al aire.
Tal vez sea imposible, pero eso es lo que hago. Sonreír en invitarlos a pasar, incluso si mi sonrisa Mc Donalds ya me acalambró la cara y los dientes como témpanos me recuerden la imagen del enojo.
Sonreir a pesar de que el camarero que está dentro sea un infeliz, ser cortéz a pesar de que dentro serán harto más que groseros. Prometerles e cielo a sabiendas de que el inepto del salón les proverá el infierno... y que al salir yo tendré que poner la jeta para hacerles creer que estuvieron, al menos, en el purgatorio.
Y cada tanto tomarme un café y ver pasar el tiempo, adivinar siempre la hora y los minutos porque tu cerebro calcula cada uno de los segundos que pasan mientras tu sonríes en invitas a pasar.
Y ofrecer bondad aunque la vida te la niegue, y mostrar lo que no sos, ser lo que no conociste. Que no piense mientras trabajo, o que mi trabajo es el no pensar. Que el estar paradi te rompa las piernas y tu estadía, poco a poco, se torne el lamento de una hora furiosa y decrépita.
Mientras tanto más ilegal te vuelves, más ilegales tus compañeros y la vida pasa, aquí o allá, tras las normas que nadie acepta cumplir.
Pero entre tanto y tanto surge un cliente bacán que al menos devuelve tu bondad con la suya y se alegra de haber comido donde tú recomendaste. Te agradecen el consejo, como olvidando que tu trabajo es aconsejarles entrar incluso si quieren todo lo que no tienes.
En fín... así es la vida, trabajar en un esquina, o en la otra... pero sabiendo que todo trabajo es digno.
No tirar ninguna piedra por miedo a que te la tiren y sonreír al caminante ciudadano que recorre la pequeña y bella italia en busca de imbéciles persuasivos como yo, que sonríen e invitan a pasar.

2 comentarios:

Andru dijo...

buenisimo. Al menos no lograron que anestesiarte al escritor

Diego M dijo...

Ellos quieren que no pienses en el trabajo, pero a juzgar por lo que leí, no lo lograron!
Muy buen texto Alejandro, se vive por auténtico y por sentido. Y cómo no identificarse!!
Abrazo desde acá hasta allá! Cuidate y poneles el pecho.