viernes, 24 de diciembre de 2010

A las dos y media de la mañana, en Navidad...

Hay tanta gente sola… Es absurdo, casi como el dominio de los hombres sobre los animales (si se avivaran nos pasarían por encima). Completamente absurdo: yo solo en Punta del Este, trabajando. Otros, solos en sus casas. Otros, solos en un bar. Otros, solos por ahí… Debiera haber una comunidad, no una red social, una especie de autogestión de solitarios con carnet, con el que te hace descuento en hostels pero para gente sola.
Estoy en una casa grande, con vista al mar, tres habitaciones, balneario “top”…. Mucho de lo que querrían algunos. Y leo que alguien dice que el mejor regalo es un abrazo…
A mí nadie me abrazó esta noche, nadie me dijo que me quería sinceramente. Brindé con tres amables extraños y hasta me saqué fotos. Fue, digamos, un feliz de momento. ¿Y ahora que me cabe? ¿Dormirme triste? ¿Dormirme satisfecho? O ir a romper mi angustia por las oscuras calles del quién sabe… Tal vez deba sacar el auto. No sé, no sé, no sé. No pienso en nadie. Escribo en mi blog un viernes a las dos de la mañana. ¡Y en noche buena! ¡En Navidad! ¿Es esto la soledad? ¿O es una ocasión fortuita, casual, que no alcanza para compadecerse de uno mismo?... De vuelta: no pienso en nadie. En NADIE. Eso me entristece: si al menos tuviera a quién extrañar…
Me acuerdo del 2005, en Nueva Zelanda con un osito (que era un perro) y millones de nervios con ganas de declararse. Me creía enamorado, pero después descubrí que para tanto hace falta correspondencia. Aun así era algo, era mucho. Y sonaba palito ortega y puse lo que había que poner, algo de cojones, algo de descaro, y lo dije todo. Ese fue mi auto regalo: mi coraje, una perla.
También me acuerdo el 2007, ya casi 2008. New York, Giovannas da Napoli (excelente pasta), Mulberry esquina Hester. Otra navidad solitaria, con gente que no me quería. Bah, ni fu ni fa. Compañeros de trabajo de hacía un mes. Gente nomás, qué sé yo. Y ahí sí que sufrí. Extrañé mucho. Nadie imagina cuanto. Lloré montones. Casi nunca terminé de llorarlo todo. Pero se fue. Está en el pasado, como la navidad feliz del 2009, como la navidad piloto del 2010… se fueron. Lo bueno de la tristeza es la mismo que es lo malo de la felicidad: que se acaba, que se va, que se vuelve polvo de olvido. Ni siquiera olvido: polvo de olvido, más diminuto.
Le pido a Santa que me olvide. Gracias, Santa.
Le pido a Santa que me embriague. Gracias, Santa.
Y si resta pedir algo, que no me deje olvidarme del que fui, que no me permita enamorarme del que soy, que no me impida llegar a ser el que puedo ser.
Le pido a Santa o a quien valga el valor para ser escritor, el valor para no ser un mediocre… Le pido la cita al oído: “hay una meta, no un camino; lo que llamamos camino es vacilación”.
En noches como esta me duele la verdad. Fue un día triste, no tengo que olvidarlo. Fue un día malo, no puedo perdonarlo. A Dios le pido la literatura, la concentración, la inspiración y el talento. A Dios o a Dios.
Si es cierto que la navidad entrega deseos, yo pido poder ser digno de las palabras. Si cupiera un único deseo, el mío sería poder ser digno de la literatura. Dame Dios la sangre del escritor, aunque deba borrarse todo el resto. Permitime no ser el último de los hombres, regalame la dicha de escribir unos buenos versos esta noche.