jueves, 30 de abril de 2009

De los inicios que no escribiría Macedonio, de las formas breves, y de las matemáticas para escritores (o la ironía gastada)

No tiemblo, ni siento escalofríos, ni se me ponen los pelos de punta. La verdad es que no hay una reacción física para la indignación. Sólo la cara poco amistosa de cada uno y el argumento en contra de la imprecisión de turno. El resto es pura pose, metáfora seudopoética para expresar el desacuerdo.
Habiendo dicho eso, las ideas que me irritan:

1) Que los intelectuales con cierto prestigio (por el cual escriben en determinados medios de comunicación culturales) caigan siempre en el obvio comienzo de artículo sobre las nuevas tecnologías. Y escriban, hablando del romance con el libro (el libro como objeto), inicios de nota (entradas) como las siguientes: “En un momento en que la tecnología anuncia una nueva forma de leer –la del libro electrónico que se proyectaría en millones de pantallas-, los objetos cuadrados de papel con letras impresas que conocemos desde la invención de Gutenberg parecen adquirir un sello todavía más humano de lo que fue durante siglos” (Vlady Kociancich, para la guía de La Nación sobre la Feria del Libro). Suficiente. Es un solo ejemplo y si tuviera cierto rigor periodístico podría exponer más casos. Pero no hay tal rigor. Hay tedio. Basta, gente, de darle vueltas al asunto de las nuevas tecnologías. Vivan. Lean. Tiren la cadena del baño (en el cual se vive y se lee), y usen el tipo de libro que se les antoje. Yo uso papel. Y bidet. Y soy feliz así.
2) Las discusiones, las largas ponencias y el fanatismo alrededor de las formas breves. La tan gastada cita del dinosaurio de Monterroso y las mil variaciones que cada aspirante a original le propone al cuento, oración o frase. No me gustan los microrelatos. Me quedan chicos. No con ganas de más, lo cual podría interpretarse como un gesto de creación audaz por parte del autor. No. Me quedan chicos. Los leo y digo: “Ah”. Y a veces agrego: “mirá vos”. Y otras hasta sumo un che: “Ah, mirá vos, che”. No obstante el otro día leí un mini relato (digo mini para no aceptar al “microrelato” como género establecido) de Andrés Neuman. No me quedo chico. Me hizo replantear mi odio, que está más fundado en el fanatismo sobre el tema que en el tema en sí. Se llama “Novela de terror”, y dice: “Me desperté recién afeitado”. Qué decir. Aun no termino de definir si la fuerza está en el título o en la oración. Creo que el uno sin el otro perdería eficacia. Más perdería el título sin el cuento, claro; pero el segundo también necesita de esa contextualización que otorga el primero. En fin, todos los talleres de narrativa aconsejan dar detalles y no enunciar, no dar las ideas explicativamente, sino que se desprendan. Todo eso queda desterrado después “Novela de terror”. La enunciación es la clave que me permite entender lo terrible de la situación. Gracias a lo explicativo, a la aclaración “esto debe dar miedo”, yo siento ese miedo. Y nada de decir: “pero cuán afeitado estabas”, o “¿afeitado a máquina o a navaja?”, “no había cortes”. A veces hay que ignorar a los llamados “profes”. ¡Dios, que feo q a un escritor le digan profe! Yo les digo por el nombre, porque haber, los hay.
3) También me molesta bastante la tendencia esa de decir “Decálogo de tal cosa” y que al final sean 12 preceptos. Ya entendimos la broma. A ver… seamos específicos: hasta… Abelardo Castillo vale, el resto ya es trampa. Cada cual sabe si llegó antes o después de la fecha de inscripción.

martes, 21 de abril de 2009

penas

Entró al baño, cerró la puerta con llave y encendió la luz. Bajó la tabla del inodoro, tiró la cadena por si acaso quedaban restos de desechos, y tras bajar sus pantalones intentó expulsar las entrañas por su esfínter. Al ver sus intenciones irrealizables dejó de hacer fuerza. No quería cagar, ni liberarse de algo que le hubiera caído mal, quería sacarse las entrañas y la memoria de las últimas dos horas de conversación.
Quedó entonces, Alejandro, un rato allí sentado, postrado; sintiendo entrar todo el desencanto de una vida que para algunos es posible y para otros irrealizable. Sintió el dolor de lo que nunca va a suceder y dejó caer los brazos. Entonces, en un gesto romántico y cursi, lloró al menos dos segundos, sin ruido ni espasmos. Habrán sido tres o cuatro lágrimas espesas, y después se levantó junto a sus pantalones bajos.