Es raro. Estoy vivo. En verdad no tuve riesgo de vida. Pero fue raro. Y estoy vivo. Y cansado. Y en el aeropuerto de Lima, recién llegado de Cusco, adónde recién ayer llegué del Camino del Inca. Me encantaría decir que llegué de Machu Picchu, pero nunca alcancé el santuario. La tragedia se desató antes. ¿La tragedia? No sé. El hecho fortuito llamado naturaleza que acá mencionan como Pachamama.
En fin, después de dos días de caminata de ida (hacia Machu Picchu), y dos dias de caminata de vuelta (desandando los pasos luego de enterarnos del problema), acá estoy. Huelga decir que los dos dias de caminata de vuelta fueron mucho más emocionantes que los dos de ida. Los puentes se caían. Las casas se iban. La gente lloraba. Y yo no entendía qué era lo raro.
Con todo el respeto por las víctimas, agradezco estar bien y, si se puede ser resultadista en estos casos, haber pasado sin fatalidades por esta experiencia.
Las fotos y la angustia, claro, vendrán después.
> Su muerte es una fiesta. O al menos debiera serlo, una celebración post mortem por el héroe pop que supimos tener. Su muerte es una fiesta, así como lo fue su vida. Incluso sus penas eran una fiesta. Verlo sufrir en el escenario con la cara húmeda confundida entre lágrimas y sudor era una fiesta. Bailaba, lloraba, actuaba, sentía… Fue de otra generación, no de la mía, pero se sucedió, rebalsó en años de gloria y llegó a sonar en mi walkman, en mi mp3 incluso y en el toca discos de mi abuela. O en el de otra abuela, o en el de una tía. 