lunes, 4 de junio de 2007

De los mitos de la democracia

El día que comencé a odiar al mundo fue un domingo a la tarde. El sol de ese día era lo de menos, ¿a quién carajo le importa el sol cuando digo que comencé a odiar al mundo?
La historia me remite a Buenos Aires, al centro cívico del estado Argentino en un mes de Junio. Tal vez se me acuse, no sin cierta justicia, de exagerado y dramático. No desmiento esa acusación que yo mismo fabriqué.
Pero el sentir de un país es distinto al de un hombre más allá de cualquier nacionalismo.
Yo, que enfrenté la impotencia de saberme perdedor y vislumbré el goce descarado de quien aplacó mi voluntad, puedo cantar a la sombra de mis letras que la democracia fue insultada.
Y si fáctico es el hecho de las elecciones planteadas, permítase –lector astuto- dudar de la honestidad.
Democracia no es como tantos creen: “el gobierno del pueblo”, pues del más notorio diccionario he extraído una nueva etimología. (Dicho diccionario no fue escrito aún).
El origen usa dos lenguas: Cracia es del griego: poder; Demos del español: demos. “Demos el poder” se concluye entonces. Démosle el poder y esperemos en banquetas que dispongan sus placeres. En banquetas con astillas que sostienen y claudican. ¡Venga tango de barrio y predique su quebrada!

Sin embargo, tengo el comienzo feliz del final inevitable. Me presenté, documento en mano, a votar ese domingo. “Estrené el sufragio propio” como dijo el presidente de mesa. La vuelta a la libre elección se festeja desde entonces, un entonces que no nos deja partir y que arrastra siempre y siempre para atrás, hacia otras décadas oscuras y fatales, décadas que no viví pero que me obligan a sufrir. Está bien que así sea pues la memoria nos alerta. Pero no es tan sincero este festín de democracia, porque sumidos en el rencor antiguo creemos que todo el resto, esto que pasa aquí y ahora, es poca cosa. Y luego permitimos caer el ruido y avalamos un terrorismo de auspicio y revancha. Presagios y amenazas se emanan de las almas de quienes pretenden cambiar lo que fue dicho, lo que fue hecho.
Ese terrorismo de auspicio se anunció anoche mientras cierto candidato a la jefatura de gobierno porteña advertía que mutarían los criterios de quienes no se volcaban en su favor. Dijo, con la cabeza en perfil, la mirada desafiante, la mano que sube y baja y el griterío irracional, que cambiaría en segunda lo que se dispuso en primera. Vaticinó que irán “a por la capital” y que si han de rodar cabezas, el asfalto estará preparado. A su vez los cánticos saltaban desde la tribuna y estampaban un mafioso: “Cuidate Macri, te toca a vos”, en mis tímpanos agobiados. Yo gestaba, por dentro, un furor de destrucción.
Anecdótico es que fuera Macri a quien se amenazaba, intrascendente también que Filmus se impusiera de contrincante; pero en lo profundo: la sensatez impone siempre la verdad. Da vergüenza confesarlo, el que piensa estará condenado eternamente a esperar lo peor. El miedo más que cobarde es lógico.
Luego escuché nuevamente a Filmus (es divertido escuchar algo aberrante), pero esa vez fue más que yo. Aseguraba, el aprendiz de populista (de la Escuela de La Alta Demagogia), que irían a buscar a todos aquellos que no le brindaron el voto y los convencerían. Peor aún, disparó (y lo sentí personal) que buscarían a todos esos “equivocados” que no lo eligieron. “Equivocados” dice, y luego clama la democracia. Nadie menos equivocado que quien vota a quien se le antoja. A la larga, éste sistema, que lejos de bueno es el menos malo, se trata de elegir la estupidez que más convence. Que digan después que elegimos la estupidez incorrecta. Si tengo que elegir mi comida entre dos platos de excremento, dudo mucho que me ponga a analizar cual mierda es más nutritiva.
Frente a esos tantos descaros y en campaña por ignorar este asunto, yo no pude más que odiar al mundo y escribir estas nostalgias. Nostalgia por lo que nunca perdí, por lo que no conocí, nostalgia por la decencia escondida, por el país que no somos y por el pueblo que siempre está prometiendo aparecer.

“Pero claro”, dije luego
mientras gestaba un alivio:
mi nostalgia es la esperanza,
los libros son el subsidio.
Y la política esgrime
el fiel papel de asesino.

2 comentarios:

El Analista dijo...

Bien, mas de lo mismo, que decir, voto desde hace unos cuantos años, y lo que describis lo he visto repetido por demas.

Malasombra dijo...

Se esta haciendo costumbre en Latinoamerica entender la Democracia como una ilusion optica.Buen articulo, muy bien escrito. Saludos.